La silueta de los sueños, por José A. Cartán

 

 

 Por José A.Cartán.

 

 

Se podría decir que los primeros pasos que se dieron en el mundo de la animación fueron gracias a la orfebrería de una mujer, al limitado trabajo de sus manos y a su inabarcable torrente imaginativo. Se podría decir también que el único deseo que tenía aquella cineasta era el de que los espectadores convivieran en universos irreales con seres fantásticos, míticos, pertenecientes a otras épocas y a otros mundos. Se podría decir finalmente que esta mujer, de nombre Lotte Reiniger, logró crear mediante la imperfección humana el mundo de los sueños. Un rincón de la mente que solo puede ser visionado a través de la animación y cuyo primer postulado a tener en cuenta es el de recrear una irreal idea de verosimilitud. No es necesario revestir los parámetros de la animación con fastuosas vestimentas de pasarela de modelos, ni intentar que los personajes se asemejen al ser humano, en absoluto. Los que viven en el mundo animado deben poseer sus reglas y actuar mediante los códigos del cosmos en el que subsisten, sin necesidad de aparentar ni ser lo que no son.

 

El trabajo de Lotte Reiniger sigue siendo, casi un siglo después de su primera película, una obra de inagotable talento. Si se echa un rápido vistazo a su extensa filmografía, uno se da cuenta del interés que tenía la cineasta alemana, sobre todo en su época tardía, de recrear visualmente los mundos de los cuentos populares: Cenicienta (1922), El saltamontes y la hormiga (1954), Aladín y la lámpara maravillosa (1954) o Hansel y Gretel (1955) serían unos pocos de los cortometrajes que realizó siguiendo los fairy tales europeos, las fábulas griegas o a los Hermanos Grimm. Varios años antes de que el primer trabajo de Reiniger viera la luz, unos cuantos cineastas se habían interesado por el embrionario género de la animación. Sin embargo, la directora alemana no siguió la estética de trabajos coetáneos de Winsor McCay, Wladislaw Starewicz o Stuart Blackton. Si el trabajo de Starewicz fue el inicio del llamado subgénero animado stop motion y McCay y Blackton se dedicaron a entremezclar imagen animada y real, intentando vislumbrar las posibilidades del medio cinematográfico, Reiniger se separó de dichas corrientes y se interesó por la animación con siluetas, creando un universo que si no poseía profundidad de campo, sí tenía un creciente dinamismo y una portentosa laboriosidad en cuanto a las formas. De la apenas pincelada filmografía, repleta en su mayor parte de cortometrajes, la película que supone su consagración dentro del panorama fílmico es Las aventuras del Príncipe Achmed (1926). Un largometraje que se podría encajar dentro de la cuentística árabe, tremendamente cercana a los personajes de Aladín, y cuyo mundo está repleto de magia negra, fantasmagoría y traiciones principescas.

 

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A pesar de todo lo que supuso el trabajo en dos dimensiones de Reiniger para futuros animadores, muy pocos cineastas han seguido sus pasos en cuanto a mostrar universos en los que predomine ese aparente mundo plano, en lo que se refiere a texturas. Se podría citar el trabajo del francés Michel Ocelot con sus destacables Kirikú y la bruja (1999) o, sobre todo, Azur y Asmar (2006). No obstante y separándonos del mundo cinematográfico, se podría apreciar cierta influencia de las creaciones de la alemana en aquellos videojuegos de plataformas de 8 y 16 bits de antaño. Herencia o no, lo que está claro es que ambos universos tienen una poderosa interrelación, ya sea casual o premeditada.

 

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A pesar de lo lastimero que resulta descubrir que la asiluetada ensoñación de Reiniger no ha calado demasiado hondamente en otros animadores, a excepción de Ocelot y otros pocos, no debería olvidarse el papel fundamental que ha tenido (y tiene) su obra en nuestros días. Una mujer que creó con sus manos, como si fuera una diosa, un universo en el que el espectador desea coexistir, debería tener cabida en la memoria colectiva del cinematógrafo.   

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