Literatura, utilidad e identidad

Por Agustín Montenegro.

Creo en la utilidad de la literatura. Sin intención de polemizar en este punto, puede ser tanto al interior de la literatura misma, como hacia el mundo, en su relación con otras series, en este caso, la de la historia, la del cine, la de la política (si somos ingenuos, claro, y pensamos, por un segundo, que estas series pueden siquiera  considerarse por separado). Más bien, siendo la literatura un grupo de objetos terriblemente elitista y equívoco, prefiero decir, ahora: toda escritura, con función de ficción literaria, es útil para conocer el mundo, y por ende, la misma literatura.

Me pregunto, primero, si 2022 es útil para pensar y problematizar el tema de la guerra de Malvinas, más actual que nunca tras el reclamo por la soberanía que ha hecho este 2012 el Estado argentino. Pero me retraigo: los discursos y las perspectivas en torno a una tierra invadida no se presentan ni se ponen en crisis, sino que todo apunta a esa construcción ficticia de la guerra que perpetúa Masi a lo largo de su vida, y que sólo es funcional a la narración para proyectarlo en su aventura.

Me pregunto si sirve para observar el problema del «loco de la guerra», en la versión «ex-no combatiente» de Masi, joven guerrero adoctrinado en una disciplina militar rigurosa y autoimpuesta, potenciado por la derrota argentina del ’82. Pero la presencia de elementos fantásticos y mágicos (muertes abruptas, maleficios familiares, transmutaciones animales) nos alejan de la posibilidad de una narrativa realista.

¿Puede ser, entonces, que estemos ante una novela que se acerque a lo que se llamó «realismo mágico»? Hay una intención de atribuir rasgos mágicos a aquellas muertes enigmáticas y pájaros de buen y mal agüero, pero lejos está de incluirse en aquel movimiento, estilo o estética (según la preferencia de cada uno) que actualizaba realidades mágicas en las ficciones del presente, pasado y futuro latinoamericanos.

Pienso, entonces, en el género de la ciencia ficción, y en la segunda parte de la novela, la más extensa, en la cual Masi se dirige a liberar el Peñón de Gibraltar, aunque más allá del futurismo tecnológico, las condiciones en las cuales dicho futuro deviene, y qué ser humano es sujeto de dicho futuro, no están presentes.

Primera hipótesis: para entender la obra de Guinot no hay que buscar su inscripción en un género o movimiento, ya que, en principio, escapa a las constantes que, exaltadas o quebradas, identifican a una obra en relación a otras obras, épocas, estilos.

Busco entonces: razones, filiaciones. El prólogo de Carlos Salem menciona Rambo, veo numerosas menciones a las películas de acción, a los Sábados de Súper Acción de la televisión argentina, a La guerra de las Galaxias, pienso en el discurso televisivo, quizás en Manuel Puig. Busco la problemática por el lado de la influencia de los medios masivos de comunicación en los sujetos y su relación con la posibilidad de un discurso nacional o nacionalista… pero Masi no posee instancias de reflexión, es un autómata con una misión determinada. Digo: «¡claro!» un personaje sin fisuras, compuesto únicamente por sus características, contra los «piratas» británicos, me hacen pensar que estoy ante una novela de aventuras futurista, de la rama más folletinesca de Salgari o Dumas… pero la «trama», lo privilegiado en el género, se diluye en búsquedas que se superponen y se intercambian, las islas Malvinas son reemplazadas en la mente de Masi por el Peñón de Gibraltar, y la narración jamás se detiene en los espacios que ella misma construye.

Entonces, ¿qué es 2022? ¿Dónde construye su identidad, si su filiación es imposible? Segunda hipótesis: 2022, según lo establecen varias columnas en blogs y páginas culturales, 2022: La guerra del gallo es una novela completamente original.

Como parte de la línea que viene siguiendo esta columna, me pregunto si es posible escribir narrativa argentina sin inscribirse, de forma conciente o inconciente, en la tradición. Correa habló, en la reseña inaugural de Las lecturas, sobre la posibilidad de fagocitar y devorar a los grandes nombres. Quizás en otras palabras, hacer lo que, según Borges, Kafka hizo con sus precursores: volverlos kafkianos. Para lograr eso, para ser realmente una narrativa original, que devore a la vieja y dé a luz la del futuro, la literatura debe pensar su identidad, su pasado, su filiación: refugiarse, con una literatura calculada, en el ala gigantesca de pajarraco institucional que ofrece la tradición, o incendiarla, bajarla de un flechazo, certero y mortal.

La originalidad no está en irse al mazo y barajar de vuelta. Eso es abrirse del juego de la literatura, y reconocer, en un gesto ya ególatra, ya cobarde, que uno no está dispuesto a jugar en esas condiciones, cuando la verdadera victoria está en aceptar, con aplomo, que las condiciones las impone el mundo, y en ganarle por primera vez, con sus propias reglas: la originalidad es el arte de hacer por primera vez, muchas veces por primera vez, lo que otros ya hicieron, de forma cada vez más distinta, multiplicando, como dijo Leónidas Lamborghini, la diferencia, hasta quebrar por completo lo previo, disolverlo en lo propio.

Si 2022 es una novela original, como dicen varios críticos, es porque ha nacido huérfana y aislada: como si fuera un niño abandonado en una isla desierta, forzado a descubrir el fuego e inventar la rueda, mientras en la isla vecina, los otros chicos han construido mil bicicletas, y han incendiado mil rascacielos.

Ahí, pienso, está el problema que me presenta 2022: primero, que su virtud se encuentra en su contenido informe y que, al mismo tiempo, al no tener forma determinada (ni género ni filiación, sino pura intención-de) me muestra que no se piensa a sí misma, ni piensa a la literatura.

Cada cuento, novela o poesía (con sus deseos, anhelos, historias y muertes) es un prisma que me muestra el mundo, mil veces proyectado, en los otros miles de prismas que constituyen lo que llamamos literatura. Dentro de ese mundo proyectado, se encuentra, por supuesto, el de la literatura misma. Si vemos la novela de Guinot como aquel prisma, la conclusión, luego de observar mundos y literaturas a través de su óptica, es que incluso más allá del gusto, cualquier obra puede ser, cuanto menos, útil. Por ejemplo, para entender que una obra a veces puede limitarse a existir, como un objeto en el mundo, que a su vez hace posible que existan otros objetos más o menos similares, es decir, los libros, las ficciones: la literatura en su acepción menos compleja. Entonces, primera conclusión, 2022 se afirma como objeto, pero no pone nada en juego: ni al lector, ni su tema, ni su propio cuerpo, y es por eso que no puede decir de sí misma más que su propia narración.

Me es útil, también, para comprender que esa narración, con la intención de estar estructurada, en principio, en torno a un tema (en este caso, la guerra de Malvinas), ubica al objeto como parte de la discusión, sin importar si no tiene nada para decir, o si aburre lo que dice, o incluso, si lo dice mal. Se presentan, entonces, dos paradojas. La del lector crítico, que establece que hay que leer todo incluso a pesar de todo. La de la literatura, que muestra que no importa si la obra es buena, o mala, si gusta, o si aburre: en un determinado momento presente, si se constituye como objeto, forma parte de la constelación de discursos literarios que la circundan.

Entonces, sí, 2022 puede considerarse una obra completamente original (sin que esto, como hemos visto, sea positivo), y útil para cierta lectura. Pero el problema reside, justamente, en que si buscamos la originalidad en la forma de 2022, encontraremos que dicha forma no existe: 2022 es puro contenido. Si pensamos en buscar su originalidad en la relación con la tradición argentina, veremos que nadie puede identificar a sus padres, ni a la salida del colegio, ni a la entrada a la morgue.

Alabar literatura sin identidad es alabar el nacimiento de niños ignotos sin posibilidad de constituirse como sujetos, decididos, como Masi, a ir derecho y sin pensar hasta un objetivo sin razón de ser. Postular una posible utilidad de cierta literatura puede servir como operación crítica que nos dispense de la condena o la adoración, tan cara al oficio de la crítica literaria. A su vez, y primordialmente, sería un acto irresponsable e hipócrita motivar discursos que esterilizan la lucha que la literatura debe, necesariamente, retomar. Esto nos hace volver, y recordar, la primera paradoja: la noción de que el verdadero lector crítico debe leer todo, a todos, y de forma profunda. Segunda conclusión final: 2022 me es útil para saber que la literatura, sin identidad, no existe.

En el orden de la ciencia ficción que tampoco fue, 2022 me provoca una visión futurista, no muy aleccionadora: si la literatura no se piensa a sí misma, ni a su pasado, va a desaparecer. Sólo van a quedar escrituras aisladas, eternas, referenciales: cosas del mundo cuyas virtudes no deberían envidiar una buena remera estampada, ni un distópico cine en continuado, donde las películas sean puro contenido, infinito, e inútil.

 

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Ficha técnica:

2022: la guerra del gallo

De Juan Guinot

Talentura. 2012

204 páginas

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