Amor bajo el espino blanco (2010) de Zhang Yimou

Por José A.Cartán.

 

 

Y después de errar durante largos años, volvió. Regresó a su tierra, se hundió en sus raíces y logró sacar del subsuelo aquel corazón palpitante que tanto se le añoraba desde hacía tanto tiempo.

Aquella savia de juventud ha renacido de nuevo, el reencuentro con el ser querido por fin ha tenido lugar y Yimou ha vuelto a mirarse dentro de sí mismo. Se ha desvinculado durante unos instantes del camino que ha ido tomando en los últimos tiempos, aquel sendero en el que prefiere mostrar en forma de épica, de majestuosa ópera wagneriana, sus historias de amor. El amor, ese polvorín que ha mostrado siempre; desde su ya lejana ópera prima Sorgo Rojo hasta su último estreno en nuestros cines, Amor bajo el espino blanco.

Para los que nos iniciamos hace unos años en la filmografía del director chino ha sido difícilmente digerible ver todo aquello a lo que se ha dedicado en la última década, fastuosos melodramas históricos con tintes pseudomísticos. Esto, como era de prever, ha sido lo que más ha calado en el espectador que sigue los cánones selectivos de los mass media. Tal y como decimos, es necesario separar películas como Hero, La casa de las dagas voladoras o La maldición de la flor dorada de otras tales como ¡Vivir!, El camino a casa, La búsqueda o Amor bajo el espino blanco. Tal vez lo único que diferencie este cisma filmográfico sea más el «cómo lo desarrolla» el cineasta chino antes que el «qué desarrolla», ya que la preponderancia de un estilo arquitectónico sobre el otro se refleja casi exclusivamente en su aspecto externo; el barroco estilismo de las batallas legendarias de Hero contra la ornamentación románica del amorío en El camino a casa podrían parecerse más de lo que uno cree. De esta forma, no se puede culpar a Yimou de querer explorar otros mundos para representar el mismo concepto, todos los cineastas terminan creando diferentes figuras geométricas con el mismo tipo de masa tarde o temprano.

 

En Amor bajo el espino blanco reencontramos todo aquello que parecía haberse perdido misteriosamente entre la neblina del tiempo o entre el lujoso vestuario de sus épicos personajes de época. Aquí todo es clarividente, diáfano, cristalino, completamente sincero y real, demasiado real. Durante la Revolución Cultural, un grupo de chicos de la ciudad han de trasladarse a las montañas para reeducarse y convertirse a la postre en ejemplares ciudadanos chinos, acatando todo lo propugnado por el régimen de Mao Zedong. Este viaje de índole patriótico será lo que desencadene una historia de amor entre Jing, una joven cuyo padre está encarcelado por derechista y al que su madre enferma espera pacientemente, y el risueño Sun, hijo de un militar ya fallecido. A través de una exquisita sutileza, Yimou va describiendo el proceso de enamoramiento que sufren los dos jóvenes; desde el primerizo miedo a rozarse las manos hasta el ultimísimo abrazo invisible que se regalan ambos, separados por el curso de un río. El cineasta chino no solo se encarga de presentarnos «otra» historia de amor, que no es igual a ninguna, sino que disecciona con suma inteligencia la mujer contemporánea china de manera multiperspectivista: el hieratismo y la frialdad de la madre de Jing, el anhelo de liberarse de la opresión social que tiene una amiga de la protagonista tras abortar o el miedo de la propia Jing a sublevarse contra su generación precedente. Sin embargo, si hay algo que sobrevuela la película en forma de ominoso presagio, esa es la Historia y la herencia que recala en la vida y en el espíritu de todos los personajes que pasan por ella. Porque es la historia de China, tanto la del pasado como la del presente, la que surca cada una de las escenas del film. El cambio generacional supone un deseo por parte de los jóvenes de romper con una tradición ya obsoleta y anacrónica, completamente extinta y fuera de lugar. Pero tantos siglos de costumbres, ideas y muertes pesan demasiado en la espalda de los protagonistas como para que su voz tenga la más mínima resonancia.

En el propio título de la película hay más de metáforico que de literario. Existe en el pueblo un espino blanco al que los amantes quieren acercarse a contemplar una vez que éste haya florecido, ya que cuentan las historias que sus flores nacen rojas en honor a los caídos en la segunda guerra sino-japonesa, aquellos que se vieron devorados por el paso del tiempo, por la guerra, por el miedo. Tal vez tenga razón el joven Sun en afirmar en un pasaje de la película que «el destino nos posee» en cada una de nuestras vidas… Al igual que él, considero que el peso que llevamos sobre nuestras cabezas sería mucho más llevadero si el futuro nos poseyera con otra persona a nuestro lado.
 

 

Amor bajo el espino blanco (2012) se estrenó en España el pasado 31 de agosto de 2012

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