«La facción caníbal. Historia del vandalismo ilustrado», de Servando Rocha

Por Layla Martínez.

Entre 1963 y 1965, Ian Brady y Myra Hindley raptaron y asesinaron a varios niños y adolescentes, a los que además habían torturado y violado previamente. Hindley contactaba con ellos en la calle y los convencía para que la acompañasen a un lugar solitario y apartado, donde Brady abusaba de ellos en medio de extrañas alucinaciones producidas por un tipo de epilepsia poco frecuente. Cuando fueron detenidos, la policía encontró decenas de fotografías que documentaban los abusos. En una de ellas, Hindley aparecía rezando de rodillas, encima del lugar donde la pareja había enterrado a una de sus víctimas. Como si estuviera repitiendo un ritual extraño y salvaje que había sucedido cientos de veces antes en otros lugares. Como si su rostro no importase porque al fin y al cabo siempre han existido los caníbales.

Algunos años antes de la Revolución Francesa, Londres sufre los mayores disturbios de su historia, lo que se conocerá como los Gordon Riots. La ciudad entera arde de rabia y alguien propone incendiar la prisión de Newsgate, símbolo de la opresión. Entre ellos está el poeta William Blake, que se arrodilla y reza por la llegada de un santo salvaje y caníbal. El mismo ritual, el mismo delirio. Blake no sabe que ese santo ya ha nacido: se llama Maximilien Robespierre y tiene veintidós años. Pero el gran baile no empezará hasta nueve años más tarde, cuando otra prisión sea asaltada, esta vez en París. Roberpierre tiene entonces treinta y un años, y como todos los santos, se rodea de ángeles: Louis de Saint-Just, bello y pálido como lo son todos los revolucionarios, conocido como “el arcángel del terror”. Responsable directo de miles de ejecuciones, Saint-Just se arrodilla y reza al dios de los decapitados. Después coloca la cabeza en la guillotina que tiene ante si y es ejecutado. La revolución acabará devorando a todos sus hijos, pero no tiene importancia. Distintos nombres y distintos rostros, pero un mismo ritual y una misma fiebre.

La facción caníbal es un libro de nombres, pero solo porque los nombres no importan. Lo que importan son los hilos que los unen. Servando Rocha ha construido un libro lleno de esos hilos que unen unos nombres con otros, unos lugares con otros, unos rostros con otros. El arte, el terror y el radicalismo político unidos por un mismo rito, la historia de la fascinación del arte por el terror, desde Jack el Destripador y los disturbios de Londres hasta el punk y los atentados contra las Torres Gemelas. Un libro brillante lleno de túneles que el autor ha construido durante cuatro años, en un proceso de escritura y documentación que hace que tenga la solidez que requiere este tipo de ensayos. Un mapa de las alcantarillas que nos lleva de unas barricadas a otras, en un recorrido que se queda corto a pesar de sus casi quinientas páginas. Una obra fascinante, hipnótica y perturbadora, en la que Johnny Rotten pone la banda sonora a un discurso de Mussolini, en la que el canibalismo se mezcla con los atentados de las Baader-Meinhoff mientras suenan las risas que se oyeron el día del juicio contra los miembros de La Familia, la secta fundada por Charles Manson.

Una nueva aportación a la historia del vandalismo por parte de uno de los proyectos editoriales más sólidos de los que podemos encontrar actualmente en las librerías, La Felguera Editores. Lean cualquiera de sus artefactos incendiarios en forma de libros y me darán la razón. Lean La facción caníbal y pónganse de rodillas para rezar una oración por el alma de Myra Handley, que les observa desde la portada. El baile está a punto de comenzar. 

 

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«La facción canibal. Historia del vandalismo ilustrado»

Servando Rocha

La Felguera Editores, 2012

524 pp, 22 €

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