Aulas de cine

 

Por Fernando J. López

el club de los poetas muertos
El club de los poetas muertos

 

No creo que haya nadie de mi generación que no haya querido encontrarse, alguna vez, con un profesor Keating al que decirle aquello de ¡Oh capitán, mi capitán!. Desde su estreno, pocas películas han contribuido tanto a idealizar las aulas y, sobre todo, las clases de literatura como El club de los poetas muertos, una de esas narraciones tramposas que han logrado, más allá de sus virtudes y defectos, hacerse un hueco en nuestra memoria cinéfila.

A este heroico subgrupo de los profesores capaces de cambiar el curso de la vida de sus alumnos pertenecen otros experimentos mucho menos logrados, como la lacrimógena maestra interpretada por Hillary Swank en Diarios de la calle, el inverosímil Danny de Vito que educaba a los soldados –Mark Wahlberg incluido- de Un poeta entre reclutas, Richard Dreyfuss y Jack Black enseñando entre instrumentos y pentagramas en Profesor Holland y The school of rock o, cómo no, Michelle Pfeiffer convertida en una marine que enseñaba a ritmo de hip-hop y golpes de kárate en la insufrible Mentes peligrosas. Lógicamente, ante semejantes despropósitos, el señor Keating sigue siendo, con sus versos de Whitman y su eterno carpe diem, uno de los escasos personajes dignos de ser recordados en este edulcorado grupo.

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Half Nelson

En el otro extremo, cómo no, figuran tanto los docentes simples y estrambóticos –los de Grease, El profesor chiflado o las mucho más recientes Bad Teacher e Easy A– como todos los villanos que no solo no motivan a sus alumnos, sino que disfrutan con su tortura. Este era, precisamente, el caso de aquel sádico director del instituto de El club de los cinco, cuya maldad consiguió que todos sintiésemos la misma necesidad de libertad que experimentaban sus carismáticos personajes. Claro que también los hay que son pura fachada, como los exigentes profesores de Fama o, por dar un salto en el tiempo, la gélida Sue Sylvester de Glee –serie que, a su modo, es una heredera desmadrada de aquel cine teen ochenteno-: todos ellos esconden un singular corazoncito debajo de sus áridas formas.

En el cine más reciente, sin embargo, da la sensación de que nuestra convulsa actualidad no dejase lugar para idealizaciones ni parodias, sino que se prefiere el retrato más cercano y, hasta cierto punto, verista. Así que el guión se convierte en una suerte de docudrama donde se retrata, con mayor o menor acierto, las dificultades de alumnos y profesores en sus aulas. Se oscila entre el discurso comprometido –Hoy empieza todo, ya casi un clásico del género-, la reflexión social –centro de la fantástica, y autobiográfica, La clase-, el retrato de personajes conflictivos –Profesor Lazaar– o la mirada cómplice con un sistema público que corre riesgo de desaparecer ante las ansias neoliberales y ultracapitalistas de un mundo cada vez más deshumanizado, como las espléndidas Ser o tener o Solo es el principio.

Pero, si tuviera que quedarme con un solo título de este peculiar subgénero, junto con el club del señor Keating -que marcó mi adolescencia y es, en parte, culpable de que decidiera dedicarme a esta locura de la enseñanza-, elegiría Half Nelson. Y no solo porque su protagonista, Ryan Gosling, hace una interpretación magnífica –otra más en su espectacular carrera-, sino porque es una de las escasas películas en las que todo –incluidas las debilidades y defectos del profesor que da título al relato- respira verdad.

hoy empieza todo
Hoy empieza todo

De todos modos, seguro que nos quedan muchas películas que seguir sumando a este listado (tan incompleto como subjetivo, lo confieso), porque pocos espacios son tan universales como las aulas, ya sea para encontrarse a uno mismo –como le sucediera, gracias a la danza, a Billy Elliot-, para enfrenarnos a nuestro yo más recóndito –descubrimiento con inesperadas consecuencias para el alumno y el profesor que protagonizan la multipremiada Dans la maison– o hasta para enfrentarnos a la raíz de muchos de los problemas de nuestra realidad –como hiciera Gus van Sant en su árida y lúcida Elephant.

En definitiva, todo depende del lugar del aula en el que se prefiera situar la cámara y del pupitre desde el que nosotros estemos dispuestos a ser testigos de esa –cinematográfica y ¿educativa?- realidad.

 

 

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