Arrabal, ventrílocuo del pánico
por Sergi Bellver
La blasfemia de los grandes espíritus agrada más a Dios que la plegaria interesada del hombre vulgar.
F. A.
Fernando Arrabal decidió nacer en Melilla para poder admirar a su padre y hoy es una instalación de su circunstancia. Pero no un provocador ―ni siquiera con su presencia menuda, siempre a punto de elevarse en alas de su pajarita―, porque la provocación es un infantilismo aleatorio y Arrabal está enfermo de exactitud y ciencia. En el hotel Le Meurice de París, Fernando Arrabal se encontró una vez con el divino Salvador Dalí, que fue huésped de la suite 102 ―la que en su día ocupó Alfonso XIII― cada mes de diciembre durante treinta años. Arrabal, que dirigía entonces una representación teatral, dejó a sus cinco actrices «lesbianas maoístas y revolucionarias» encadenadas para visitar a Dalí. Al genio catalán, como al de Melilla, quienes no le conocieron del todo le llamaron también provocador, como si apenas fuera otra cosa. Sin embargo, también él era un gran amante de la ciencia, al igual que Arrabal, preocupado por la problemática del azar. En 1985, Salvador Dalí convocó a los más reputados científicos del momento en su Teatro-Museo de Figueras. Matemáticos, físicos y filósofos llegaron desde todo el mundo al ombligo del Ampurdán para dibujar y calcular sus respuestas. Arte, pensamiento y ciencia unidos en un congreso bajo el nombre «Proceso al azar». Al hilo de esta cuestión, en la presentación de 2010 en Barcelona de la película Regression, de Joan Frank Charansonnet, Fernando Arrabal se expresó en estos términos:
«La provocación es un acto cretino, autodestructor, y no puedo imaginar a una persona del talento de Dalí, de Beckett, de Duchamp, de matemáticos como Mandelbrot, o de Louise Bourgeois, haciendo este acto cretino que es la provocación. No podemos ser provocadores porque sabemos que la provocación no se puede programar. Hemos jugado siempre, hemos estado siempre apasionados por ese gran problema que es la confusión, que es el azar. ¿Qué pasa con la indeterminación? ¿Qué pasa con lo que dice Kurt Gödel? ¿Cómo podemos combatir la confusión? ¿Cómo podemos prever la indeterminación? Hemos intentado dar soluciones imaginarias. Nada de locura. La imaginación nos ha interesado siempre, como la memoria. Y es que la imaginación es el arte de combinar recuerdos. Y tengo la suerte y la desgracia de haber estado siempre con esos primeros avatares de la modernidad, que se han consagrado a la ciencia. Y hemos intentado dar soluciones imaginarias a la ciencia, pues no tenemos otras. El pánico no es una locura. La patafísica no es una locura.»
El arrabalismo va a llegar. Y no habrá entonces quien sujete la mesa de los biempensantes. Que venza. Que venza la mesa y todo se venga abajo. Que gane Fernando Arrabal esta partida de ajedrez en la que es al tiempo peón mineral, pez soluble y artista a pie de obra, alfil de ideas que seccionan en diagonal la pesadez de las cosas, torre de marfil herida por el rayo y diestro de rinocerontes. Rey de vastos territorios, caballo verde del tiempo y reina por un día. Dramaturgo, cineasta y poeta. Cabeza parlante del siglo XX que todo ha visto y no todo cuenta, superviviente de Dadá y avatar pánico. Perfecto desconocido, niño-faro asombrado de sí mismo, viajero atónito del siglo XXI, desempleado superdotado, aparejador pictórico y ensayista enterrador de maquinarias. Bufón doctorado en todas partes menos en Harvard, escritor nómada y homeless en la casa de putas de las letras.
Arrabal arrobado en sí mismo y a la vez dueño de su renuncia a ser el sastre de emperadores a quienes retrata y prefiere desnudos. Arrabal como reencarnación de un mandarín milenario. Locomotora a escala con retrovisores y en vía circular. Armador de bosques para el naufragio. Reactor nuclear portátil infectado de curiosidad, buscador nato, eléctrico, imparable como la febril acometida de la nueva China. Arrabal, Lao Tsé en Times Square escuchando jazz con su iPod, marcador intelectual en un itinerario GPS por París, estrella fulgurante de Youtube. Ajedrecista generoso y genesíaco, genio arrogante, pensador arriesgado, creador arrabalero, potencia de las negras que se defiende como el maldito Bobby Fischer en sus mejores horas y le da la vuelta a todo. A todo. Como a un guante, Arrabal le da la vuelta a las cosas y lo formal salta entonces por los aires, y de nuevo el hecho artístico o la broma inaudita suceden, y el ventrílocuo y su criatura se convierten en las manos de Escher, perseguidoras siamesas del mismo trazo en el que el diálogo se confunde y alimenta.
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Para seguir trenzando la espiral de ese diálogo y para celebrar el ochenta cumpleaños del genio, el editor del sello aragonés Libros del Innombrable, Raúl Herrero ―que ya había publicado del dramaturgo numerosos textos, como la novela La matarife en el invernadero, el drama El cementario de los automóviles o el Diccionario pánico, sobre el grupo que Arrabal creó junto a Jodorowsky y Topor―, le dedicó a finales del pasado verano el libro colectivo Arrabal 80, un voluminoso monográfico de tributo al melillense que recoge textos de autores como Kundera, Houellebecq, Ionesco o Beckett, junto a la participación de numerosos artistas, escritores, críticos, académicos e intelectuales españoles. En esta obra se reúnen artículos, estudios, poemas, piezas dramáticas, entrevistas ―al autor y a su esposa― y textos inclasificables en homenaje a Fernando Arrabal, muchos de ellos inéditos, además de un cuaderno interior con reproducciones de diversas obras de arte dedicadas al autor, cuatro de sus obras de teatro completas y el artículo por el que Arrabal recibió el premio Mariano de Cavia en 1998. En definitiva, un trabajo exhaustivo, multidisciplinar y poliédrico con el que Libros del Innombrable pone al alcance tanto de neófitos como de expertos la dimensión de la obra y de la figura de Fernando Arrabal, en torno a las que el checo Kundera escribió:
«Arrabal no se parece a nadie y el grado de su singularidad alcanza el límite de lo concebible. Él es el último superviviente de lo que yo llamaría surrealismo hispanocéntrico, surgido de una muy vieja locura barroca, surrealismo cervantino, sombrío y cruel, surrealismo ritual empapado de liturgia que se presenta en él bajo una decena de rostros.»