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Como sabemos, la nuestra es una época notablemente contradictoria con respecto a la producción intelectual (por llamarla de alguna manera) y su circulación en el mundo. Si bien por un lado, y sobre todo gracias a Internet, los contenidos gozan de un grado de libertad inédito en la historia, yendo de un lado a otro, de una persona a otra, disponibles y al alcance de millones de personas, por otro existe desde hace varios años una suma de esfuerzos por frenar esta tendencia, por perseguir y obstaculizar, impidiendo tanto como sea posible tanto la distribución como la mutación libres de los contenidos, comportamientos que, desde cierta perspectiva, parecen casi naturales para las distintas manifestaciones de la cultura humana.

Recientemente ocurrió una muerte que podría considerarse uno de los primeros efectos literalmente letales de la creencia exacerbada en la legitimidad de los derechos de autor, la de Michael Baigent, escritor de origen neozelandés reconocido por The Holy Blood and the Holy Grail, una novela escrita en colaboración con Richard Leigh y Henry Lincoln, y la cual habla de Jesucristo, María Magdalena, el hijo de ambos simbolizado en el Santo Grial y la sociedad secreta del Priorato de Sion. Como se ve, motivos que ahora nos suenan familiares por El código Da Vinci, el bestseller de Dan Brown publicado en 2003, varios años después que la de Baigent, de 1982.

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La afinidad temática entre ambas narraciones llevó a Baigent a entablar una demanda por infracciones al derecho de autor tanto contra Brown como contra su editorial, el consorcio multinacional Random House. Baigent acusó a Brown de plagio ante una corte británica en marzo de 2006, pero para abril el juez Peter Smith rechazó la querella y un año después, en marzo de 2007, sentenció a favor de Brown y Random House y obligó a Baigent a pagar los costos del proceso, una suma cercana a los 3 millones de libras (casi 4 millones y medio de dólares).

Baigent murió a principios de junio a causa de una hemorragia similar, y un amigo suyo, Graham Hancock, también escritor, aseguró entonces que fue la batalla legal lo que le costó la vida. Al final, por ejemplo, tuvo que recibir un transplante de hígado luego de que el estrés y la tensión en que vivía acabaran con su órgano. Asimismo, como dice su hija, Tansy, perdió “hasta el último penique que ganó en años de trabajo duro, creatividad e innovación”, contra una empresa que ha ganado “cientos de millones de dólares con el éxito de El código Da Vinci”.

Por su parte la editorial se negó a emitir una opinión con respecto a la muerte de Baigent. Un portavoz aseguró que la multinacional lamentaba el deceso pero no tenía más comentarios al respecto.

Se trata quizá de una fábula macabra que en cierta forma revela la manera en que operan los derechos de autor y la propiedad intelectual en nuestros días. En el fondo parece que no se trata de una defensa de la originalidad o del quehacer artístico, sino solo de las ganancias de esa minoría rapaz que busca monopolizar el provecho económico de la cultura y sus creaciones.

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Con información de The Independent