Gloria (2013), de Sebastián Leilo

Por Miguel Ángel Martín Maestro.

 

No, no es la Gloria de Cassavettes, aquella gran mujer en un western urbano enfrentada a la mafia (ah, Gena Rowlands), sino ante el último estreno de cine chileno que llega a nuestras pantallas, en una cosecha que, cruzado el charco, permite, en el último año ver No, Joven y alocada, Subterra o Stanley vs Kramer, por ejemplo, demostrando, por un lado, la versatilidad del cine chileno y la pujanza económica del país, aunque esté sufriendo los embates del capitalismo salvaje como cualquier otro hijo de vecino. Desaparecido Matías Bize, y tras la punta de lanza que supuso Pablo Larraín, productor de esta Gloria, la película viene precedida de reconocimientos festivaleros, para los que habría que tener conocimiento sobre cuáles eran sus contrincantes en la pugna para poder valorar el alcance exacto de la importancia de esta película. Porque la película es interesante y valiente, centrar su historia en sesentones, mostrar el sexo a esa edad, reflejar que no solo la juventud es la dueña del universo y que también hay vida para aquellos que poco a poco son desplazados de los centros de atención es una de las grandes bazas de la película. Que los cuerpos se deterioran es algo tan inexorable que el cine no tiene que rehuir su reflejo, y esta película lo hace sin problemas.

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Gloria (2013), de Sebastián Leilo

Destaca, por encima de todo, la interpretación de Paulina García en el reflejo de esta mujer, cercana a los 60, divorciada, pendiente de unos hijos que ya no dependen de ella y a los que tiene que buscar, llamar y rellamar para poder verlos y que en esa fase de su vida donde , o arriesgas o ya sólo cabe pérdida, cuando siente la necesidad va a la peluquería, se viste de noche y acude a una sala de fiestas para gente madura en busca de algo o de alguien que mitigue esa soledad lacerante que rodea su vida diaria. Gloria no es un personaje débil, ni lastimero, ni deprimido, sino consciente del paso del tiempo y dispuesta a, en la medida de lo posible, encarar la llegada de la vejez con nuevos estímulos y, por qué no, una nueva relación estable. No busca compañía a toda costa, ni necesita compasión, solamente se enfrenta a una realidad que no le gusta

A la película le lastra, quizás, un exceso de metraje, un alargamiento de las escenas que se podía haber pulido algo más, episodios que no aportan gran cosa como la relación con el vecino psiquiátricamente vulnerable, o la larga escena del cumpleaños familiar con demasiados lugares comunes entre los ex-esposos, la reiterada negativa de la hija a dejarse tocar por el padre, el patetismo forzado de ese personaje del padre ausente frente al padre omnipresente que significa Santiago.

Y sin embargo, la edad no implica madurez, y la aparición de Santiago viene a demostrar que ni ser joven significa ser inconsciente ni ser viejo significa ser sabio, y la  personalidad de Gloria se verá enfrentada entre el cariño y el despecho con la inestabilidad y falta de compromiso de Santiago. En la piel de Gloria cualquiera se hubiera sentido herido y hasta humillado, pero la reacción de Gloria es poderosa y generosa, y también catártica. Es obvio que no la voy a contar, pero esos diez minutos finales valen por toda una película, la búsqueda del domicilio del huidizo y la farsa de venganza junto con el baile liberador del final de la película con la canción de Umberto Tozzi significan que Gloria va a encarar su vejez como a ella le dé la gana y no como impongan los cánones. Ellos se lo pierden.

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