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Caníbal (2013), de Manuel Martín Cuenca

 

Por Miguel Ángel Martín Maestro.

 

La trayectoria del director va consolidándose, desde la turbadora La flaqueza del bolchevique hasta la no menos inquietante, insana y demoledora La mitad de Oscar, ahora desemboca en este Caníbal. Especialista en historias a dos pero con un personaje central, siempre masculino, atrapado, de una u otra forma en el deseo insatisfecho, Martín Cuenca disecciona, desde la distancia, como un árbitro neutral, la personalidad enfermiza de Carlos; el sastre perfecto, el capillita devoto de vírgenes y cofradías, el amante perfecto de la mujer muerta. Como ya apuntaba La mitad de Óscar, es más sugerente insinuar que mostrar, dejar puntos suspensivos donde el espectador espera explicaciones y que éste se implique en tratar de desentrañar el porqué de esa historia.

No estamos en una película de investigación policial, ni hay intriga subyacente sobre si se iniciará alguna investigación policial ante tanta mujer desaparecida. No, si fuera así la película decaería inmediatamente porque no se sostendría en una localidad pequeña tal cúmulo de muertes y mujeres desaparecidas, sobre todo porque los crímenes no obedecen a un plan metódico y calculado sino al acto animal y desesperado de quien sacia una necesidad inmediata y deja múltiples pistas por el camino. Carlos mata cuando el deseo es tan acuciante que ninguna otra alternativa le calmaría, del mismo modo que devora esa carne como otra necesidad, la del deseo satisfecho hasta el final, la del orgasmo inaplazable.

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Caníbal (2013), de Manuel Martín Cuenca

Hay dos, por lo menos, escenas turbulentas, de gran altura cinematográfica, las dos escenas de caza, del mejor reflejo de la personalidad del psicópata, psicópata porque no hay remordimiento alguno en sus actos, pero sabe que lo que está ejecutando es el mal verdadero. El comienzo de la película es grande, parece que nos encontramos fuera de campo, un plano lejano, una gasolinera, sin movimientos de cámara, una pareja que reposta, dos minutos que no nos dicen nada hasta que el coche arranca, y en un movimiento de cámara hacia la izquierda el director nos introduce de golpe, en la mente de Carlos, ahora estamos persiguiendo a ese coche que repostaba, hemos pasado de contemplar ajenamente un hecho de apariencia intrascendente a comprender que estábamos acechando, como un lobo. Como la escena de la playa donde Carlos vuelve a transformarse en la fiera, esos ojos azul hielo de Antonio de la Torre que traspasan mirada y cuerpo de cualquiera, y como un animal hambriento es capaz de esperar horas y horas a que el explorador, como el león, baje del árbol en el que se ha refugiado.

Estas dos escenas muestran el lado oculto de Carlos, el que nadie conoce, al que nadie llega nunca, ¿nunca?, y aquí el director actúa con maestría permitiendo el juego imaginativo del espectador, ¿cómo murieron los padres del sastre?, ¿quién es la costurera a quien con tanto cariño trata Carlos y que le dice “te conozco bien, tu nunca tendrás una mujer”?, ¿actúa por naturaleza o como le dice Nina actúa porque otra mujer le hizo mucho daño? Cada uno que saque la conclusión que desee, las explicaciones que quiera o que se limite a seguir la historia del sastre granadino, creo que quien se limite a ver la historia tal y como se cuenta dejará por el camino mucho de lo interesante de esta película, las preguntas que surgen y que el director no quiere responder, porque ¿qué hace de un hombre un caníbal y sólo de mujeres?

Nunca antes había visto una Granada tan inhóspita, tan poco apetecible para visitar, tan alejada del calor que se presume, y ese mérito de la producción y de la historia encaja como un guante en la personalidad de Carlos; la casi perenne lluvia, el frío, la nieve, los montes solitarios y nevados azotados por el viento son el reflejo paisajístico y climatológico de la personalidad de Carlos, lo gélido inunda su vida, y es sabedor de que cuando entra la pasión o el deseo en su mente, su lado animal se potencia y necesita mostrarlo.

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Caníbal (2013), de Manuel Martín Cuenca

Antes de la disección, Carlos trata a sus víctimas con devoción, con amor, con el respeto del deseo, oliendo el cuerpo de sus mujeres no es mucho menos delicado que cuando acaricia y recoge sus telas en la sastrería o cuando se emociona con su semana santa. Que las contradicciones forman parte del ser humano no debe sorprendernos, ser religioso no impide ser mala persona, ni lo contrario, Carlos confunde el acto sexual con el canibalismo porque es incapaz de limitarse a desear y ese deseo tiene que saciarlo pues no quiere esperar a amar para conseguir el deseo, y su derrumbe se produce cuando del deseo surge el amor, en ese momento también la película sufre un derrumbe, un derrumbe que lastra el final y que, es una lástima, podría haberse corregido a mi juicio. Obviamente es una sensación personal, pero la confesión de Carlos, ajena a su comportamiento previo, inexplicable desde una mente más o menos bien amueblada, produce en este espectador el efecto contrario al que se ha debido pretender. Si se trataba del clímax de la película, del momento definitivo de reconocer lo que se es ante un tercero, pero no por arrepentimiento ni por cuestionamiento moral, sino porque esa es la propia naturaleza del caníbal, a mí me produce el efecto contrario, el de la risa por vergüenza ajena, y lo siento enormemente porque, esa escena de la revelación, marca la diferencia entre una grandiosa película y una buena película, y al final se queda en buena con momentos muy grandes.

Y por favor, no quiero más música de Bach y familia para ilustrar a los caníbales, con el doctor Hannibal Lecter (el de Mads Mikkelsen por supuesto) tengo bastante, pero es que Hannibal sí es un diletante, un sibarita, pero Carlos no, Carlos es capaz de escuchar a Carl Philip Emmanuel Bach y a continuación, la última noticia sobre el manto de la virgen de la cofradía de la esquina en emisora local. Y eso Hannibal no lo permitiría, sería de muy mal gusto y Carlos terminaría en el horno de Hannibal sin dudas.

Repito, una buena película española con momentos de grandeza y un actor, que pese a que empieza a aparecer demasiado en pantalla como si fuera el único que tenemos, sostiene un personaje complejísimo con su sola mirada. Las aristas de la película pueden perdonarse, pese a que una de ellas se encuentre casi al final del camino, pero algo queda pulida por el plano final de la cinta con un mensaje elocuente, el de una mente encerrada en su propia enfermedad.

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