Caligrafía, Eduardo Rezzano

 

caligrafíaCALIGRAFÍA

Eduardo Rezzano

 

Colección Trasatlántica

Ed. Amargord

 

Por Miguel Gara

 

Aunque relativamente breve, la tradición de la literatura argentina ha sido siempre heteróclita, situada entre su natural sustrato en castellano y las abundantes corrientes foráneas (vanguardistas o no) que llegaron al país vía influjos europeos y americanos o bien emigración directa. Este ascendiente mestizo, de fronteras contaminadas de espacio e influencias, supone a menudo una mirada diferente, audaz e incisiva tanto sobre la realidad como sobre la literatura y cuando esa visión además no está exenta de calidad o rigor, el resultado se muestra verdaderamente interesante.

Dicho esto, parece temerario o fútil a estas alturas juzgar a un escritor (argentino o no) como de “original” pero este es un adjetivo difícil de eludir en el caso de Eduardo Rezzano. Y no sólo por que se trate de una obra alejada de presupuestos poéticos dentro del corpus denominativo del estudio o de la crítica (poesía de la experiencia, de la conciencia, concreta, del silencio, antipoesía etc…) Más bien es porque es una escritura que parece nutrirse de un imaginario cercano a la ficción y a una suerte de perplejidad muy similar a la inocencia.

En un primer acercamiento a Caligrafía, el lector observa una tendencia onírica, parecida a una narración versificada de sueños o delirios. Sin embargo, a medida que el lector (o el mismo poema) avanza, se da cuenta de la manipulación, en el sentido etimológico de manejo de algo, pero también de engaño, o sea, de desarrollo del artefacto imprescindible que toda estructura lingüística debe poseer para llamarse poesía.

En el caso de Eduardo Rezzano, la “trampa” en la que el poeta hace caer al lector se parece mucho a la cinematográfica “Suspensión temporal de la incredulidad”, es decir, un estado en el que el espectador asume que lo que está presenciando está alejado de la (su) realidad y de sus convenciones poéticas habituales, y paradójicamente gracias a esta suspensión, es por lo que resulta más creíble, o más fácil de convencer.

Rezzano utiliza de manera casi sistemática un narrador que a veces se significa dentro del poema y a veces no, incluso en alguna ocasión aparece “in media res”, cuando el lector menos se lo espera. En ese sentido, es una escritura que crea sensaciones similares a la de los cuentos infantiles, sin ahorrarse incluso la dosis de malicia necesaria para que todo cuento infantil sea verdaderamente efectivo. Un desarrollo del poema que deja espacios libres al misterio, a la sorpresa o incluso a la interrupción súbita en las posibles ramificaciones narrativas que como miembros amputados que todavía picaran, se derivan del tronco principal. Los elementos con los que juega Rezzano (y el verbo jugar no es inapropiado aquí) se despliegan además en temáticas que recuerdan a fábulas sin moralismo. Caballos, cabras, cangrejos, sirenas, arañas u osos polares, entre otros animales, se suceden, bien como protagonistas, bien como elementos pacientes donde el poeta-personaje quiebra la lógica narrativa a favor del lenguaje poético.

Porque indudablemente, lo que convierte a estos poemas en poemas, no es sólo esa mirada perpleja, tierna y develadora de secretos ocultos, sino su lenguaje. Es en ese terreno donde se libra la tensión interna entre los conceptos figurativos o no, por muy onírica que pueda resultar su combinatoria, y la iluminación definitiva de lo inédito, con las palabras y su cruel dulzura abierta a lo imposible. ¿Del color que / toman los recuerdos al ser / evocados por quien nunca / estuvo allí?

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