El dolor de Duras ante la barbarie democrática del siglo XX

Por Horacio Otheguy Riveira

‘La Douleur’, autobiografía de Marguerite Duras muy bien adaptada al teatro, con una admirable Valery Tellechea.

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Alrededor de la mujer arrinconada por la fatalidad, su desesperación solitaria frente a la desesperación de la masacre nazi que se expande por el mundo, con “alemanes que podríamos ser nosotros mismos, no unos bárbaros que vienen de mundos inexplorados”, luego los campos de concentración, los rasgos bestiales de la raza humana… y como colofón la atómica sobre Japón. Ambos mundos justificados por sus democracias, sus votos sensatos, su necesidad de orden, y la indiferencia de dios invadiéndolo todo con una angustia sorda, que tapa los gritos de los condenados.

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Valery Tellechea mira embelesada a Marguerite Duras: la mujer a la que interpreta con magnífico estilo.

Conectar en profundidad con Marguerite Duras provoca emociones muy variadas, una especie de suspense sensorial similar al conseguido por los mayores poetas. Tiene tal talento expositivo como novelista y autora teatral, pero también como periodista, guionista y directora de cine… que en cualquier género logra revitalizarse bajo un permanente estado de angustia que contagia rara esperanza.

 Así lo escribió en su novela Días enteros en las ramas:

 ¿La esperanza? Un dolor que hace sufrir.

 Duras había hecho una obra abundante mucho antes de ser consagrada mundialmente por El amante en los años 80, ya en sus comienzos, su pasión por la palabra escrita, la revolución comunista, las polémicas entre las izquierdas, la lucha contra el enemigo alemán de la Francia ocupada… Un sinfín de historias atravesadas por el título de otra de sus obras, El mal de la muerte… encuentran en este trabajo una síntesis formidable porque está ella muy viva en gestos de la gran actriz que la encarna, y hasta en un espléndido castellano con resonancias francesas…

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Valery Tellechea hace una creación conmovedora y distante, con una perspectiva de Bertolt Brecht y su teoría del distanciamiento, algo que me parece muy bien comprendido por los directores de la puesta en escena, José Pedro Carrión (más conocido como actor, inolvidable en muchos trabajos, pero ahora viene a cuento recordarle en su reciente creación de una obra teatral de Marguerite Duras junto a Gloria Muñoz, La amante inglesa), y el adaptador de la novela, Juan Caño Arecha (autor de una portentosa versión de la obra de John Steinbeck, De ratones y hombres con dirección de Miguel del Arco).

 La Douleur cuenta con una mujer en un escenario muy cálido, con colores y objetos entre los que el espectador identifica el ambiente de una escritora que anda entre libros propios y ajenos como un animal en una jaula; y en esa acogedora a la vez que dramática soledad, el omnipresente deseo de morir por la ausencia de su marido, el ser que entonces tanto amaba: se lo llevó la segunda guerra mundial el mismo día que se casaron.

 Una representación teatral con muchas escenas bien registradas y desarrolladas basadas en el libro original de Duras, un texto que ella misma encontró muchos años después de haberlo escrito, y que no recordaba haberlo hecho, aunque sí reconocía su letra, la historia allí narrada y su propio, inextinguible dolor.

 Marguerite Duras (1914-1996) escribió acerca de los pormenores que la torturaron ante la falta de noticias de su amado marido Robert Antelme, y su soledad claustrofóbica se desarrolla con algunas situaciones en el exterior: búsqueda de datos ante el clamor del silencio. Comprometida siempre políticamente (en la Resistencia, en el Partido Comunista…), su libro, y esta versión, dejan clara conciencia del horror de los crímenes nazis como una expresión de una barbarie “democrática”, ya que cuando exalta la necesidad de que todos nos sintamos cómplices de ese genocidio está diciendo que el mal de la muerte ajena es una voluntad política que las democracias mundiales dejaron extenderse hasta que dejó de convenirles, pero al día de hoy siempre renuevan su confortable criminalidad de Estado.

La espera de su marido, la soledad de la escritora, y la reaparición increíble de un hombre que parece acabado pero «resucita»… y cuando lo hace, estalla la atómica en Hiroshima. Otra barbarie con aval democrático, como el poderío de Hitler apoyado en votos y entusiasmos masivos por su «heroica» lucha contra el comunismo.

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Los muertos son verdaderamente muy numerosos. Los recién nacidos fueron confiados a los cuerpos de mujeres encargadas del estrangulamiento de niños judíos, expertas en el arte de matar por medio de una presión en las carótidas. Mueren con una sonrisa, no causa dolor, dicen ellos. Este nuevo rostro de la muerte organizada, racionalizada, descubierto en Alemania produce desconcierto antes que indignación.

 

Lo más valioso de esta función: la capacidad de nutrir el escenario de los valores de Duras (se la ve a ella, se la escucha, y se la relee en muchas escenas que recuerdan algunos de sus textos)… y a partir de esta consagración, el talento de una actriz que ha sabido hacer suyo el vaivén de emociones en todos los aspectos, pues hay Duras colérica, mitinera, acabada, encorvada, físicamente torpe, físicamente hermosa, ágil, agotada… a través de una interpretación que domina todos los encuentros con la gran escritora y se colma de grandeza en el tramo final, a partir de la escena del sofá en que describe la vuelta a la vida de su amado esposo, al que cuidará en compañía de su nuevo amante.

 El dolor de Duras es el dolor del siglo XX. La muerte y la barbarie política que también alcanza a Roosevelt y a De Gaulle y a Churchill, la victoria sobre el nazismo asumida por la derecha europea… invita a una reflexión importante sobre la continuidad de ese dominio en nuestros días.

Un trabajo teatral muy bien estructurado. Al revés de los monólogos planos, este tiene su crescendo dramático, sus ricos matices, su bien medida iluminación, sus toques de melodías que reinventan el espacio y las ocultas emociones, y un final lírico que embellece la maldición de un dolor que abrumó a Duras, pero que también la llenó de vida, entregada hasta el último aliento a creaciones formidables.

Si se desea una mayor compenetración en el singular mundo de esta escritora hay un artículo poderosamente atractivo de Meritxell-Anfitrite Álvarez Mongay acerca de un título de Duras que sintetiza muy bien su espíritu y su estilo, La siesta del señor Andesmas.

 

 La Douleur

 Espectáculo en castellano.

Autora: Marguerite Duras.

Versión: Juan Caño Arecha.

Dirección: José Pedro Carrión y Juan Caño Arecha.

Intérprete: Valerie Tellechea.

 Música: Mariano Díaz.

 Iluminación: Juan Gómez Cornejo.

 Espacio escénico: Enrique Vara.

 Vestuario: Elisa Sanz.

Lugar: Círculo de Bellas Artes de Madrid. Sala Fernando de Rojas. Y Teatro Guindalera.

Fechas: 14, 15, 16, 22 y 23 de febrero de 2014. En el Teatro Guindalera, todo el mes de marzo: sábados 20,30 horas y domingos a las 19 horas.

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