Entrevista a Juan Gómez-Jurado por «El paciente», su último trabajo

 

«Todos ustedes creen conocerme. Se equivocan. Llevo ya mil ochocientos veintitrés días, once horas y doce minutos en el corredor de la muerte. De este tiempo he dedicado cada segundo que he pasado despierto a reflexionar sobre los hechos que me han traído aquí. Y no cambiaría ni uno solo de mis actos (…). No soy un santo, ni un mártir, ni un terrorista, ni un loco, ni un asesino… Sólo soy un padreJuan Gómez-Jurado (Madrid, 1977) vuelve a la novela con El paciente (Editorial Planeta, 2014), un espectacular thriller, impactante, adictivo y cargado de tensión.

 

El paciente, de Juan Gómez-Jurado.
El paciente, de Juan Gómez-Jurado.

El paciente.  Juan Gómez-Jurado.  Editorial Planeta, 2014.  480 páginas.  20,90 €

El doctor David Evans, brillante neurocirujano, tendrá que enfrentarse las próximas 63 horas a una terrible encrucijada: si su próximo paciente sale vivo de la mesa de operaciones, su pequeña hija Julia morirá. Un peligroso psicópata la tiene secuestrada y esas son sus condiciones. Pero se dan las circunstancias de que ese paciente es el presidente de los EEUU, quien padece un tumor cerebral en avanzado estado… ¿Hasta donde llegaría un padre por salvar la vida de su hija? Se la plantea un grave dilema moral: salvar a su hija o respetar el código ético que juró al convertirse en médico.

 

P.- ¿Cómo ha sido el paso de escribir una novela histórica a un thriller como este?

Para empezar, yo ya tenía la historia de más atrás. Tenía desde hace tiempo en la cabeza la trama paterno filial, que es también una historia de amor: de un padre por su hija, y de un médico por su profesión… hasta donde somos capaces de llegar por nuestros seres queridos. Buscaba hacer una novela que me permitiese entrar en el conflicto de los personajes más que en los detalles, ver cómo se va desenvolviendo la trama hasta que sabemos por qué el protagonista nos está contando en primera persona y desde el corredor de la muerte su propia historia… cómo ha llegado un neurocirujano de prestigio hasta esa situación, cómo tuvo que enfrentarse a la operación más difícil de su carrera (no solo tiene que operar un tumor terriblemente difícil sino que además, está en la cabeza del presidente de los EEUU). Ese hombre tiene dos dilemas: por un lado salvar a su hija, lo único que le queda en el mundo; y por otro, como médico experimentado curar la enfermedad de uno de los hombres más importantes del mundo… pero alguna de las dos personas tiene que morir. Pero ahí está la magia del escritor que dándole al lector todas las piezas adecuadas, sabe llevarlo hasta un final ciertamente sorprendente.

 

P.- Una novela frenética que transcurre en 63 horas. Enorme reto narrativo… ¿no temes que el lector se sature?

Es exactamente el tiempo que le queda de oxígeno a Julia, no hay más aire en el desconocido zulo donde está encerrada la muchacha. Pero para mí, el reto más grande ha sido no poder jugar con el tiempo de manera cómoda, sino que aparezca como un factor más a la hora de potenciar la intriga. Otra cosa es que los protagonistas vayan recordando los sucesos y entren en el juego psicológico de lo acontecido. David nos permitirá así, recordar muchas cosas de su pasado, del amor que sentía por su mujer (gran figura ausente de la novela).

 

P.- Todo transcurre en EEUU y además entre las grandes cúpulas políticas, y con la profesión de neurocirujano… ¿cómo ha sido el proceso de documentación, tuviste que desplazarte?

Yo he vivido en EEUU y además he estado en Washington varias veces, una ciudad fría y deshumanizadora que encajaba muy bien en el contexto de la novela. Cuando pones a los personajes contra un fondo como ese acabas viendo cómo son de verdad, y cómo son sus reacciones ante la presión exterior. En el caso de la ambientación lo más difícil ha sido meterme en la cabeza de un médico como David… ¿sabes la diferencia entre dios y un neurocirujano? Que dios sabe que no es neurocirujano. Y además en esta ocasión, el hombre debe relativizar la diferencia entre lo justo y lo injusto, entre el bien y el mal… porque en el fondo debe elegir entre dos males.

 

P.- ¿Quizá los planteamientos morales son los más difíciles de encajar?

Una persona normal tardaría medio minuto en tomar esa decisión y cedería enseguida, pero David no es así. Es una persona que está acostumbrada a tomar decisiones en décimas de segundo, con un ego descomunal, que no está dispuesta a dar su brazo a torcer tan fácilmente. Un profesional puro se hubiese desentendido del problema y llamado a la policía, pero David debe jugar en la cuerda floja, como un funambulista, para intentar que ninguna de las dos malas opciones se cumpla.

 

Juan Gómez-Jurado.
Juan Gómez-Jurado.

P.- Pero en cualquier caso, ¿el protagonista está más cerca de ser un padre coraje o un héroe?

Yo creo que está más cerca de ser un padre coraje que un héroe. No es heroico en absoluto. Es un hombre irónico, divertido, cercano, que después de la muerte de su esposa se vuelve más huraño, al que todos cuesta acercarse… ha olvidado la felicidad. En esa situación no puede enfrentar ninguna heroicidad, sino que vive sentimientos que todos podríamos sentir en alguna ocasión. Y en ellos está precisamente los motores que le dan fuerza para seguir luchando.

 

P.- Con una historia tan podríamos decir “lejana”, ¿cómo consigues hacerla verosímil y cercana al lector?

Yo creo que algo verdaderamente interesante es ver a un profesional haciendo bien su trabajo. De ahí que resulte sugerente ver a los protagonistas enfrentarse a los dilemas que les van surgiendo, y que son difíciles de manejar. Ponerme cerca de un cirujano también me sirvió para hacer que todo resultase más creíble, aunque a veces alguna de sus intervenciones me provocase rechazo. El que un escritor sea muy curioso en la documentación del tema termina transmitiéndose en el libro.

 

P.- Tratas el tema de la adopción, de la sanidad privada, de las nuevas tecnologías… ¿Aprovechas para poner los puntos sobre las íes?

David en mucha medida soy yo, así que aprovecha para dar sus opiniones sobre el mundo en la medida que le permite el desarrollo de la trama y los acontecimientos. Esa dirección le obliga por ejemplo, a llevar la contraria a sus jefes en el hospital en cuanto a los cánones de la sanidad privada. Quizá puede parecer que la opinión de un hombre capaz de salvar la vida humana tenga más valor que la de otro, pero no debemos dejar de pensar que es una persona más. Sin embargo, sí es algo que nos puede incitar a la reflexión.

 

P.- ¿El mundo está lleno de psicópatas como el de tu libro?

Podemos encontrarlos por todas partes. En Madrid, estadísticamente (porcentaje por mil habitantes), hay quinientos psicópatas que transitan por sus calles como si nada. Lo que pasa es que los psicópatas no tienen exactamente el perfil que nosotros estamos acostumbrados a ver en las series de ficción, o en las películas americanas. No todos son asesinos en serie, sino que son gente que tienen una limitación, no pueden sentir empatía por los demás. Tienen un fallo en su módulo prefrontal que les impide tener neuronas espejo, aquellas que permiten precisamente sentir por reflejo el dolor ajeno y otras sensaciones. No pueden apreciar si una persona está alegre o triste solo por lo que ven, o por la información que están percibiendo. Una persona que es capaz de pisotearte sin sentir ningún sentimiento, termina siendo un gran manipulador y colocándose en puestos que le sean de utilidad. Estadísticamente, hay más psicópatas entre los consejos de dirección de las grandes empresas. Debemos tener claro que la psicopatía es una característica del cerebro humano, no una locura como tal… algo que no permite ver el bien común, ni ponerse en la piel de los demás.

 

P.- ¿Cómo es eso de haber vendido la novela ya a 40 países y estar pendiente de una adaptación cinematográfica en Hollywood? ¿Cómo lo llevas?

Lo llevo bien, sobre todo porque yo solo escribo la historia. Otros se encargan de lo demás. En este caso tengo una agente, Antonia Kerrigan, que es estupenda y que ha hecho un gran trabajo con mis libros y con mi figura como escritor.

 

Por Benito Garrido.

 

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