Y volver a los Cayos Cochinos…

Por Juan Luis Marín. «Saltaré de la panga antes de que ésta alcance la orilla, siendo recibido por el agua tibia y las perezosas palmeras, los tímidos cangrejos y los agresivos mosquitos, troncos podridos y arena que quema. Desde enterrar cajas en el pestilente manglar de Cayo Picuda a transportarlas a una de las cimas de Dos Pechos, ascendiendo a trompicones por el cauce del río seco que nace en Playa Concha. Preparar un Dilema y coordinarlo. Reaccionando ante los imprevistos. Con el walkie en una mano y el machete en la otra. Sabiendo que el equipo no te va a fallar. Aunque el operador de cámara sólo tenga una mano para agarrarse a algo en caso de tropezar o perder el equilibrio mientras sigue entre rocas y troncos caídos a los muñecos. Nunca dejará de grabar. Antes se torcerá el tobillo. Pero tienen una mano libre, no como los sonidistas, cargando con la caja de mezclas y necesitados de ambas para manejar la pértiga. Y aún así avanzan con ímpetu para que nada de lo que dicen los muñecos se pierda, y sin que sus pasos sobre la maleza estropeen un solo sonido. Junto a ellos, los redactores, atentos a lo que ocurre, a todo lo que registran cámara y micro, anotando qué y a qué hora sucede, que sé dicen… incluso adivinando qué piensan. Llueva, haga sol o la humedad sea asfixiante, con temperaturas que alcanzan los cincuenta grados a la sombra. Siempre con los muñecos. Empantanados hasta las rodillas, con el agua al cuello o atacados por un enjambre de abejas asesinas. Hay de todo, como en botica, pero unas pocas manzanas podridas jamás conseguirán envenenar las demás que hay en el cesto.

Intento evocar cada una de esas sensaciones. Pero los recuerdos tienen vida propia. Escapan a tus deseos. Para que el subconsciente traiga lo que se le antoje: brisa ahumada que se esfuma en pos de un aplastante aroma a heces humanas. Mike Mierda, un perpetuo de casi dos metros de altura, apodado así por su trabajo, hunde la pala en el agujero que los muñecos han cavado en el extremo este de Cayo Pitón para hacer sus necesidades. Aunque más de uno descargue en cualquier sitio. Dejando sus regalos intestinales expuestos a ser pisados no solo por sus compañeros, sino por cualquier miembro del equipo, que hundirá sus pies en un zurullo recién horneado o abandonado hace horas para cocerse al sol, como un pastel de chocolate relleno de crema que bajo la mínima presión reventará, rezumando mierda y calor condensado.

La mañana del veinticinco de Mayo, como cada día que los muñecos abandonaban el Cayo para enfrentarse a un Reto, se puso manos a la obra intentando decidir por qué chucho apostaría aquella noche. Sería una pelea brutal, con Thor y Loki encerrados en una jaula y matándose a dentelladas.

Pero hubo algo en aquel trabajo rutinario de mierda que lo devolvió a lo que estaba haciendo. No solo la cantidad de zurullos había aumentado respecto a días anteriores, sobresaliendo éstos por encima del agujero, sino que eran más compactos de lo habitual. Y oscuros. Extrañamente, tenían el aspecto de mierda “normal”, no la licuada sustancia de siempre salpicada de tropezones. Palada a palada fue vaciando el hoyo y llenando el bidón… hasta encontrar algo completamente nuevo entre las heces. En sus tiempos mozos había trabajado de carnicero, así que no le costó reconocerlo: tripas, intestinos… Demasiado pequeños para ser de una vaca, y demasiado grandes para pertenecer a un ternero. O un cerdo.

Mike Mierda fue el primero en toparse con algún resto de lo que fue Humberto.

Sin saberlo.

Fue al día siguiente cuando su cabeza llegó a las playas de South End.

La encontró Marcellus Junior, un niño. Que avisó a la policía.

Pese a las chucherías que Ligia le regaló por su silencio, el chiquillo contó la historia a sus amigos. Y aunque ninguno lo creyó, ésta se extendió por la isla sin que aparentemente nadie le hiciera caso.

Nadie salvo Mike.

Que por su cuenta comenzó a atar cabos. Picoteó información de allí y allá. Le costó algunos dólares conseguirla, y no toda era de fiar. Pero, al fin y al cabo, pasaban los días, Humberto seguía desaparecido…

Y era su hermano.

Desde entonces, empezó a rellenar su tarro de cristal con triffiti cada mañana y una palabra taladrándole la cabeza día y noche. Ya fuese intentando conciliar el sueño, dándole puñetazos al saco, jugando al béisbol o, sobre todo, haciendo su rutinario trabajo de mierda.

Una palabra que me es muy familiar.

Porque también a mí me ha obsesionado durante casi un año.

VENGANZA»

 

(Fragmento de ISLA PERPETUA, una novela del meda lerenda. ¡No te pierdas el book trailer!)

 

http://www.editorialsepha.com/n/len/0/prd/884/isla-perpetua

 

http://www.youtube.com/watch?v=WL06kJ3zp6U

 

 

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