Artistas malditos

Por Inmaculada Durán. Leía estos días que ya no está de moda la decadencia entre las estrellas. Mientras antes, la rebeldía, el alcoholismo o la drogadicción eran inherentes al talento artístico, ahora parece que se cuestiona y se critica más duramente.

Quizá, actualmente, a una bella Marilyn no le haría tana gracia pasarse de la ralla una noche con las copas si su rímel corrido y su cara desfigurada, arrastrándose por una sala de fiestas en posición poco digna, apareciese al día siguiente retwitteada en medio mundo. Pero dejando aparte las nuevas tecnologías que nos zambullen en una comunicación global e inmediata y cuya lupa pocos pueden superar, o a pesar de ellas, según se mire, creo que también es una cuestión de modas.

Que se viese elegante que la mujer fumase, ocurrió después de que se conquistase ese derecho reservado únicamente a los hombres, así que era lógico que una mujer con un cigarrillo en las manos, como Bette Davis –nadie fumaba como ella- no solo era distinguido y moderno, sino que se convertía en todo un símbolo de la lucha de las mujeres por la igualdad, aunque esta implicase un hábito tan poco saludable.

Cuando los actores de Hollywood eran más admirados por sus excentricidades, sus vidas disolutas o sus avatares amorosos, la sociedad salía de una época pobre económicamente, marcada por las dos grandes guerras y por una educación represiva en exceso cuyo principal logro era guardar las apariencias. Esa rebeldía, ese salirse del encorsetamiento de las normas era también el triunfo de una generación nueva que empujaba con fuerza y que se sentía más libre que la de sus antecesores. Su irreverente forma de vida era la manera de expresar la voluntad de cambio en el mundo, y por ello eran admirados. Luego, con el tiempo, esa actitud degeneró, por muchas causas, en una espiral que se llevó la vida de muchos jóvenes genios por delante, especialmente en la década de los setenta y los ochenta.

Hoy siguen muriendo grandes talentos, como Amy Winehouse o Philip Seymour Hoffman, pero quizá sea cierto que ya no se lleven los excesos, al menos como para hacer gala de ellos, en un mundo en el que la vida sana y los buenos hábitos se han convertido en un estilo de vida, y no solo porque resulta mucho más beneficioso para todos, sino también porque supone un negocio que mueve millones de dólares al año. Es un hecho que hay más información y hoy se conocen con más detalle las consecuencias que acarrea el abuso de ciertas sustancias, pero también se dan casos de artistas con alguna adicción poco recomendable, que ocultan aconsejados por sus agentes ante el posible rechazo que pudiera generar entre su público objetivo. Sea como fuere,  bienvenida esta nueva era de la vida saludable, a pesar de que muchos sientan nostalgia de un ambiente envuelto en el humo de los cigarrillos y sintiendo el frío del hielo de su vaso de whisky, como si estuviese en el Café de Rick, en Casablanca.

 

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