Por Jordi Campeny.

mi otro yoDebe de ser imposible zafarse de uno mismo. Vaciarte de ti; ser otro. Cuando un director de cine, por los motivos que sean, decide borrar o disimular sus señas de identidad y alejarse de sí mismo los resultados son impredecibles. Cuando un autor se ha forjado una carrera entera hablando de dolor, enfermedad, soledades, tristezas y mundos pequeños que se desmoronan y, de repente, realiza un salto mortal sin red y se descuelga con una película de género que nada tiene que ver con su mundo ni con sus esencias, puede pasar lo que ha pasado en este caso: que no caigas de pie tras ese salto y te estrelles pavorosamente contra el suelo.

Para ser justos, Mi otro yo, último trabajo de la directora de las cámaras temblorosas y zozobrantes Isabel Coixet, es una propuesta muy alejada de su mundo pero, a su vez, conserva, no lo ha podido remediar, algunos tics o señas de identidad marca de la casa. Resultado: puro terror, sí, pero no precisamente el tipo de terror que andaba ella buscando.

La película –de algún modo hay que llamarla– cuenta la historia de la joven Fay (Sophie Turner, la de Juego de tronos) quien, presa de los miedos de la adolescencia y de una familia que se desintegra, empieza a tener la sensación de que una presencia fantasmal –su doble– la sigue y acosa. Esta doble, claro está, es una amenazante y oscura figura de su pasado.

Con este punto de partida –manido y teenCoixet mezcla sin rubor una historia de fantasmas al uso con un melodrama familiar. Y, no podía faltar, una trama de amor adolescente. Lo más interesante de la función es intentar dilucidar cuál de sus partes es peor. Además, la suma de todas ellas da como resultado un extraño thriller psicológico, absurdo y sin forma, infinitamente menor que cada una de estas partes –ya de por sí inocuas–.

Con algunos innegables hallazgos visuales y cierto dominio de las claves del género, la directora de las inmarchitables Cosas que nunca te dije (1996), Mi vida sin mí (2003) y La vida secreta de las palabras (2005)ha querido adentrarse en el universo del thriller psicológico haciendo uso de todos y cada uno de sus lugares comunes. El resultado final, sin embargo, con su montaje pedestre y su exasperante abuso del subrayado, es un fiasco con piel de cuento gótico que se sitúa varios peldaños por debajo de la media en películas de estas características.

Aunque Mi otro yo logra cierta atmósfera, no cuenta con lo más importante: un guión sólido y nervio. Carece absolutamente de ambos, y sólo queda humo. Sorprende la insustancialidad y superficialidad de un guión escrito por la propia Coixet, con sus previsibles y bochornosos giros dramáticos de parvulario –con momentos de traca: esa infidelidad que tiene lugar en la misma puerta de casa, a ojos de la familia; cuando se desvela el misterio de la doble, etc–.

mi otro yo 2No funciona prácticamente nada en este disparate con el que nos ha sorprendido la directora catalana. El drama familiar es manido, simple y de trazo grueso. No conmueve lo más mínimo. El thriller psicológico se sostiene a ratos por la atmósfera lograda; otros se desmorona por falta de angustia y temblor. No asusta ni inquieta lo más mínimo. Los actores no resultan nada convincentes, por no decir, en algunos casos, directamente ridículos –es imposible creerse el papel de enfermo terminal de Rhys Ifans, el eterno tonto de Notting Hill–. Sophie Turner, la adolescente protagonista, será todo lo admirada y querida que quieran por su papel de Sansa Stark en la serie Juego de tronos, pero en esta película su interpretación es fría y maquinal y transmite muy poco –uno, que se pone generoso–. En la película aparecen las siempre estupendas e interesantes Geraldine Chaplin y Leonor Watling. Y uno no puede hacer otra cosa que compadecerlas y lamentar profundamente que hayan decidido formar parte de este desaguisado.

Sin embargo, lo peor llega en aquellos momentos –pocos, afortunadamente– en que Coixet es más Coixet. Instantes con su habitual lirismo extravagante, su particular gusto por el fuera de campo y su obsesión por el detalle; su pseudopoética de la tristeza, su cámara zozobrante, la estética publicitaria; una voz en off que pretende dar algo de enjundia a un relato que tiene la misma carga de profundidad que una lata de sardinas. Y la sempiterna lluvia. En el primer plano de la película ya llueve oblicuamente, mansamente, tristemente; llueve a lo Coixet. No se puede pretender aportar algo de profundidad y de toque artístico a un producto para adolescentes como este, tan inane y superficial; el resultado es bochornoso. La directora tiene ya dos trabajos más filmados. Esperemos, sinceramente, que arranque el vuelo tras este despropósito que hemos padecido y que Mi otro yo no sea el síntoma de un inevitable desmoronamiento.

Uno intenta siempre encontrar algo bueno en lo malo, más que nada por el profundo respeto que le merece el trabajo ajeno. En este caso la tarea es especialmente complicada. Uno se queda, quizás, con los estilizados y bellos títulos de crédito finales. Y le sobra todo, absolutamente todo lo que los precede.