Verano Chéjov

Por Fernando J. López.

Quienes amamos a Chéjov sabemos de su universalidad pero, también, de su extrema dificultad para hacer honor a la sutileza de sus textos en una puesta en escena.

Por eso, entre otros motivos, tiene tanto mérito el fantástico montaje Verano Chéjov, porque consigue ahondar en la esencia más cómica del dramaturgo -con piezas breves como La petición de mano o su monólogo Sobre el daño que hace el tabaco– sin por ello renunciar a una dramaturgia cercana, actualizada y que busca en todo momento la complicidad del espectador.

Las referencias cinéfilas -años veinte y treinta- sirven de esqueleto interpretativo mientras que el juego del teatro dentro del teatro se constituye en el esqueleto formal. Ambos componen un cuerpo bien integrado, lúcido y ameno que se sostiene firme en el talento de sus tres intérpretes. Tres actores a quienes hemos visto en múltiples registros y que aquí ofrecen un auténtico festival de comicidad desde la elegancia -qué gusto reírse sin que los chistes sean de brocha gorda- y el talento.

Magníficos María PastorFelipe Andrés y José Bustos en una función honesta y sencilla que cumple perfectamente su objetivo y que, ojalá, me encantaría que se pudiera convertir en Otoño Chéjov. En Invierno Chéjov. En un Año Chéjov. Porque, como profesor de Literatura Universal en Bachillerato, no dudaría en llevar a todos mis alumnos a ver este montaje para demostrarles que no les miento cuando les digo que Chéjov entiende, como pocos, el alma humana, capaz de destrozarnos con las miserias de un conferenciante y, a la vez, provocar nuestras risas con ese espejo deformante que es su realidad enfrentada a la nuestra. O cómo hilvana un juguete cómico que podría haber sido la base de una de esas estupendas comedias de Spencer Tracy y Katherine Hepburn en La petición de mano, con elementos mínimos y talento máximo.

El montaje es un ejercicio de virtuosismo que no elude las críticas y la reivindicación, desde la dramaturgia, de la dignidad de un oficio desatendido por quienes deberían protegerlo. Como amante del teatro, solo puedo desear que esta iniciativa tenga mucho éxito y que la sala que la alberga, la mítica La Guindalera, siga abierta para que podamos disfrutar del buen gusto de sus artífices y de obras que, como esta, nos recuerdan que el teatro es un lugar donde reconocernos y, además, divertirnos.

Háganse un favor: vayan a verla.

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