La madre de Séneca

Por Silvia Pato.

Conocemos a Helvia (20 a.C?-segunda mitad s. I d.C) a través de la obra que le dedica su hijo, Séneca, bajo el título de Consolatio a Helvia, escrita después de que el filósofo fuera desterrado de Roma.

Monumento a Helvia en Arjona, obra de los Hmnos. Expósito Cortés
Monumento a Helvia en Arjona, obra de los Hmnos. Expósito Cortés

Se cree que Helvia nació en la ciudad de Urgavo, actual Arjona, en Jaén. Hija única de la familia de los Helvios recibió una estricta educación romana y se casó con Lucio Anneo Séneca, el Viejo, con quien se fue a vivir a Córdoba. Fue en esta localidad donde nacieron sus tres hijos: Novato, Séneca y Mela.

Motivada por sus inquietudes intelectuales, Helvia comenzó a estudiar filosofía al mismo tiempo que el mediano de sus hijos, bajo las directrices de los filósofos Soción y Atalo. Pero su esposo interrumpió aquel interés sin dudarlo, ya que pensaba, como la mayoría por aquel entonces, que la actividad intelectual era muy perjuidicial para la moralidad femenina.

La madre del filósofo enviudó alrededor de los cuarenta años, y volvió a casa de sus padres, pues su condición volvía a ponerla bajo la tutela paterna. Pasaría los diez meses de rigor del luto y después partiría a Roma con su hijo mayor, Marco Anneo Novato, ciudad a la que ya se había trasladado con anterioridad el mediano de sus vástagos, Séneca, quien residía en casa de su tía Marcia. El filósofo se había convertido en un importante personaje dentro de la vida política romana.

Después de quedarse viuda, Helvia pudo volver a dedicarse a los estudios. Tanto es así, que se ocupó de la educación de sus nietos, entre los que se encontraba quien sería el famoso poeta Lucano.

seneca_texto_02
La muerte de Séneca (Manuel Domínguez y Sánchez, 1871)

Pocas semanas después de la llegada de su madre a Roma, Séneca fue desterrado a Córcega. Escribió así la Consolatio en su honor, recomendándole que, para aliviar su dolor, se dedicara a estudiar y buscar consuelo en su hermana.

Hermosas líneas las del filósofo en el destierro, dedicadas a una de esas insignes matronas romanas:

 Muchas veces, oh madre excelente, he sentido impulsos para consolarte, y muchas veces también me he contenido. Movíanme varias cosas a atreverme: en primer lugar, me parecía que quedaría libre de todos mis disgustos si lograba, ya que no secar tus lágrimas, contenerlas al menos un instante: además no dudaba que tendría autoridad para despertar tu alma, si sacudía mi letargo; y en último lugar temía que, no venciendo a la fortuna, venciese ella a alguno de los míos. Así es que quería con todas mis fuerzas, poniendo la mano sobre mi herida, arrastrarme hasta la tuya para cerrarla. Pero otras cosas venían a retrasar mi propósito. Sabía que no se deben combatir de frente los dolores en la violencia de su primer arrebato, porque el consuelo solo hubiese conseguido irritarlo y aumentarlo; así como en todas las enfermedades nada hay tan pernicioso como un remedio prematuro. Esperaba, pues, que tu dolor agotase sus fuerzas por sí mismo, y que, preparado por la dilación para soportar el medicamento, permitiese tocar y cuidar la herida. Además, al leer de nuevo las lecciones que nos dejaron los grandes genios acerca de los medios para contener y corregir la tristeza, no encontraba el ejemplo de alguno que hubiese consolado a los suyos, siendo él mismo causa de lágrimas para ellos. Con esta nueva duda, vacilaba y temía desgarrar antes tu alma que consolarla. ¿Acaso no necesitaba palabras nuevas, que nada tuviesen de común con los ordinarios consuelos del vulgo, aquel que, para consolar a los suyos, levantaba de la pira la cabeza? Y es muy natural que la intensidad de un dolor que excede de la medida común, prive de la elección de palabras cuando frecuentemente ahoga también la voz. Voy a intentar de la manera que pueda ser tu consolador, no porque confíe en mi ingenio, sino porque puedo ser para ti la consolación más eficaz. Al que nunca has negado nada, no te negarás ahora (aunque toda tristeza es contumaz), y espero poner término a tu pesar. (…)

 

FUENTE: Mujeres andaluzas

One thought on “La madre de Séneca

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *