Zimma: contra la enfermedad de la abstracción

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Ismaël Diadié Haïdara

Vaso Roto, Umbrales, 2014.

Por José de María Romero Barea

A pesar del que la intención moral de Zimma (Vaso Roto, Umbrales, 2014. Traducción de Elisa Remón), está lejos de ser transparente, el cuento del narrador y dramaturgo Ismaël Diadié Haïdara (Tombuctú, 1957) ha de ser entendido como una parábola. Los relatos en los que se divide la narración son, en esencia, el relato de un enfrentamiento, en el que las emociones centrales son el aislamiento, el miedo y la incertidumbre, aliviadas a través del discurso íntimo y “el encuentro de dos corazones, de dos cantos del mundo que se miran y hacen juntos la música entre el cielo y la tierra”.

Zimma es la crónica de un conflicto y una derrota. Haïdara ha escrito una fábula de ideas abstractas referidas a seres específicos. Zimma nos remite a otros relatos bélicos: la historia de posguerra “Para Esmé, con amor y sordidez” (1952), del norteamericano JD Salinger (1919 – 2010), donde la descomposición moral es vista a través de los ojos de un niño; La peste (1947) de Albert Camus (Mondovi, Argelia, 1913 – Villeblerin, Francia, 1960), que defiende la necesidad de participar en una batalla perpetua “entre la felicidad de cada hombre y la enfermedad de la abstracción”.

En Zimma, el joven Dri tiene que abandonar su aldea. Alejarse de su tierra natal le permite experimentar la soledad (“la cárcel del hombre que no sabe que jamás podrá estar solo”), la muerte (“Todo ser vivo es la huella de un instante del pasado, el habitante efímero de un instante que pasará”), la belleza (“De lo bello puede nacer lo amargo”). La distancia de todo implica la pérdida de una batalla personal. El desierto de su derrota es más desconcertante que el desierto literal: ya nada tiene sentido. La pérdida es traumática, e incluye, por extensión, la de la civilización sobre la que se asientan los valores del héroe.

Entre la búsqueda de las causas del colapso, la costumbre occidental de la abstracción: “A mayor conocimiento, mayor sufrimiento”. Una tradición que se mueve en un universo paralelo, un modelo teórico general de soluciones pragmáticas para casos específicos, siempre fracasa. Nuestra manera de responder a la catástrofe es buscar un nuevo conjunto de abstracciones, de categorías generales que reemplacen las pérdidas. Una respuesta más humana es la que propone Zimma: acercarnos a la verdadera emoción, luchar contra todas esas abstracciones que nos alejan de la vida tal como es, “el viento del mundo empujando mis velas hacia nuevas orillas”.

Zimma denuncia el impulso puramente táctico, militar, que implica el uso de soluciones fijas y sistemáticas a expensas de la fluidez y el ingenio, donde la idea abstracta se permite reemplazar estrategias flexibles y al propio sentido común. Haïdara defiende la necesidad de huir de las fórmulas rutinarias, la ausencia de la observación y el tradicionalismo obsesivo: “La verdad completa no existe en ningún sitio. Es como un vaso roto del que cada pueblo ha tomado un trozo para vivir bajo el sol, y cada quien piensa: mi verdad es la verdad”.

A partir de una experiencia tan deshumanizante como abrumadora, Haïdara propone rescatar a las personas, no a las estadísticas. Su relato Zimma es un revulsivo contra las locuras de la Historia. El libro pasa del desierto, la fábula y la comedia a la tragedia y el enigma, a través de un mismo leit motif: no se puede amar a la humanidad. Sólo se puede amar a un hombre. Es, de nuevo, el movimiento esencial que encontramos en Camus. El mundo conspira para hacernos ciegos a su propio funcionamiento; nuestra verdadera labor es ver el mundo de nuevo.

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