Mario Bellatin: El hombre-escritura que habita su mundo-texto

Por Pedro Pujante.

EL LIBRO URUGUAYO DE LOS MUERTOS

MARIO BELLATIN

SEXTO PISO, 2012

bellatinSe ha convertido en un lugar común, aunque a veces inevitable, denominar ‘inclasificables’ a algunos autores y obras. En el caso del peruano-mexicano Mario Bellatin quizá sea cierto que no tenemos en nuestro diccionario de términos literarios una categoría que resuma su obra, su carácter creativo y nos facilite la comprensión de un escritor tan inusual, complejo e inimitable.

Autor de una gran cantidad de novelas, en su mayoría breves, fragmentarias y contundentes, El libro uruguayo de los muertos se aparta ostentosamente de la clásica narración novelesca, y bordea la autoficción, el diario, la epístola y la crónica metaliteraria de urdimbre experimental.

El texto va dirigido a un desconocido remitente que, al parecer, realiza un estudio sobre la resurrección de la carne. A lo largo de la carta-narración el autor gira en torno a las mismas filias, fobias y obsesiones que le ocupan en otras de sus obras: los perros-amigos; un masajista ciego que –como en Informe para ciegos, de Sabato- parece ser el jefe de un ejército del submundo; personajes outsiders, deformes y mutilados; la escritura como prótesis existencial; el mundo visto desde la vitrina de un acuario asfixiante en el que la realidad es desplazada y reemplazada por otra realidad más subjetiva, creadora,  y que se reinventa a sí misma para dejar de existir afuera de ella.

La falsa linealidad de esta pieza está sometida a campos de fuerza rotatorios – ¿quizá imitando la danza sagrada de los derviches?-. Los temas se suceden, a veces incluso repitiendo frases de forma literal, en un ritornelo que logra alcanzar un alto grado de seducción, atracción hipnótica. Un mantra -¿acaso trata Bellatin de dibujar un mandala en el que inscribir su propio dominio de la realidad?-, con algunos aciertos poéticos intensos, imprevistos, filosóficos, pero que casi siempre se mantiene en un tono neutro, lacónico, de dicción comedida y sin abandonar su función fática.

Entre las obsesiones de el narrador de El libro… están ciertos encuentros con el escritor Sergio Pitol, el agobio que le produce el encargo de una biografía de Frida Khalo, cuyo doble al parecer sigue viviendo en un pueblo de México. Recuerdos terroríficos de la infancia, la presencia de perros a lo largo de su vida, los sueños de un niño acerca de una familia de enanos que posee una casa de muñecas.

La muerte en diferentes formas también revolotea como una sombra por los islotes del libro, y por supuesto la fotografía, como escritura visual que es capaz de sustituir y ampliar la propia experiencia vital y literaria del autor.

Si el libro funciona como una suerte de testamento vital de un narrador obsesivo y enfermizo, un alter ego del propio Bellatin (digamos que el propio Mario Bellatin travestido de sí mismo), es inevitable que surjan una y otra vez, los temas que configuran su universo. La literatura, por ejemplo, viene constelada por una serie de escritores que acompañan al narrador en distintos planos. Los ya nombrados, además de Margo Glantz, Mishima, Felisberto Hernández y el propio Kafka. La fotografía, que según el propio narrador, va cobrando un protagonismo cada vez mayor y aminorando la presencia de la literatura, como sucede literalmente, por poner un ejemplo, en la foto-novela Biografía ilustrada de Mishima.  Pero lo más llamativo de estas reflexiones es que en ocasiones apuntan y se disparan hacia terrenos resbaladizos e insospechados en los que la imaginación más desbordante, el mundo onírico y la metaescritura se entrecruzan formando un extraño puzle. La palabra puzle no es aquí casual: El libro uruguayo… está formado por piezas. Piezas que en lugar de buscar la unión para complementarse en un homogéneo artefacto parecen buscar justamente lo contrario: desaparecer, provocar un vacío. Bellatin de algún modo trata de deconstruir mediante el proceso de escritura la propia escritura. Una búsqueda de la esencia escritural que quizá se halle más allá de la propia literatura y que aspira al silencio.

Por lo tanto, El libro… se ajusta a esa definición paranormal de vida paralela, siendo la narración propiamente dicha una de estas vidas y la biografía (deformada, hiperrealista) del autor, la otra. Ambas discurren por los meandros circulares, arrebatados, potentes de su obra y por supuesto de este libro-río.

Para intensificar más el desajuste entre las realidades que se establecen –entre lector y texto, entre autor y narrador, entre el mundo verificable y el mundo ficcional- Bellatin realiza juegos de espejos, coloca trampas a lo largo del libro y confunde de manera intencionada. No es nuevo este método de mezclar realidad y ficción, pero no deja de aparecer como inquietante y portentoso el dominio de estos mecanismos por parte del autor para desmoronar los cimientos que separan la realidad y lo imposible mediante la más disparatada autoficción. Por citar algunos ejemplos, el escritor peruano Iván Thays es presentado como agrimensor; episodios de la biografía de Mario Bellatin son expuestos sin pudor, pero en ocasiones se aderezan con evidentes dosis de fantasía o son adulterados con fragmentos en clave fantástica.

El texto asimismo acaba siendo contaminado de ese planteamiento autorreferencial, en el que la metaficción y algunos experimentos textuales configuran un juguete cuyas instrucciones de uso aparecen desordenadas. Al final de la narración el autor ha colocado unas «Notas quizá útiles para algún lector», sin referencia directa o explícita con el cuerpo del texto, a veces como comentarios, otras como probables pies de inexistentes fotos, que intensifican esa sensación de irrealidad y perplejidad que inunda todo el libro, toda la escritura de Bellatin.

La escritura parece servir de terapia contra la imperante vigencia de lo consuetudinario. El autor, de una presencia proteica, se proyecta en su voz narrativa y construye, destruyéndose a sí mismo, una maquinaria yoica que se evapora en forma de nube fantasmal y que el lector persigue alucinado a lo largo del Libro de los muertos…

En la última de las notas, quizá hallemos una clave –autorreferencial, que opera como trasvase entre realidad-autor/ficción-personaje- para desentrañar las intenciones secretas del autor: ‘Yo no quiero escribir. Yo no quiero vivir. Seré solamente un personaje –como quizá lo predijo el niño musulmán en la mezquita-, un personaje más de El libro uruguayo de los muertos.’

Este enfrentamiento que venimos comentando entre realidad y ficción es también visible en el binomio fantasía/lenguaje.  Inauditas narraciones, a bellatinsveces fantásticas, sueños que comunican con la propia vigilia, presencias extrañas, rituales fascinantes, familias extravagantes, puestas en escena de dimensiones incomprensibles, se solapan, van teniendo lugar a lo largo de todo el libro. No obstante, el tono es firme, el lenguaje es directo, incluso seco e inmediato, lo que nos impele a dar crédito a todo lo que nos están narrando. Una experiencia que nos remite vagamente a los lacónicos pero absurdos laberintos de Kafka, y a las narraciones fragmentarias y de inusitada intensidad de William Gass.

El texto funciona así como un caleidoscopio en el que los universos literario, escritural y ficcional confluyen. A pesar de que una lectura atenta pudiera arrojar luz sobre las influencias que permean en la obra de Bellatin, resulta bastante complejo trazar un árbol genealógico fiable en el que situarlo junto a sus precursores. Sus influencias son múltiples, sus lecturas aparecen impresas de un modo latente, explícito  o incluso subliminal. Pero hay esa originalidad porosa de un creador nato que posee ya un registro privado. Además, Bellatin es un hábil mistificador que proyecta imágenes falsas y borrosas sobre la superficie de su literatura para confundir. La confusión es una de las señas de identidad, junto a la intensificación de apócrifas señales literarias, textuales, narrativas, históricas que como ya hemos apuntado emiten una frecuencia falsa pero genuina.

En este sentido, podemos aseverar que Bellatin se inscribe en esa tradición borgeana en la que el plagio como acto de libertad es moneda común y sirve de abono para el proyecto creativo del autor. Ensanchando así su horizonte ficcional hasta cotas de inverosimilitud y desconcierto.

El objetivo de la cámara foto-narrativa de Bellatin suele estar desenfocado. Proyecta fotogramas imprecisos que pretenden captar otra realidad. La realidad, como la propia literatura, es una imagen bella y desencajada, que pervive en la mirada única de quien sabe mirar.

Mario Bellatin, cámara-lápiz en mano, busca ese instante único que tan solo la observación telúrica y privilegiada de un autor fascinante es capaz de capturar.

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