Ópera de Händel: la bruja Alcina y el hechizo fallido

Por Eloy V. Palazón

Para la segunda ópera de la temporada, el Teatro Real ha apostado por la Alcina de Händel, en una versión escénica un tanto particular, con ciertas reminiscencias de la película de Woody Allen La rosa púrpura de El Cairo (1985), según confiesa el propio director de escena, el también neoyorkino David Alden.

Alcina es la última ópera de contenido mágico de Händel y en ella el aroma de los hechizos y la presencia implícita de lo sobrenatural impregnan toda la partitura, apelando a la imaginación del espectador y permitiendo una lectura “romántica” de las intensas pasiones retratadas.

La acción se sitúa en la isla donde la maga atrae y seduce a sus amantes a los que, una vez consumido su interés, acaba transformando en rocas, árboles o fieras. Sin embargo, y por primera vez en su largo historial de conquistas efímeras, Alcina se enamora de manera sincera de Ruggiero, al que retiene por medio de sus encantamientos.

Basada en partes del poema épico del siglo XVI Orlando Furioso, de Ludovico Ariosto, la ópera estrenada en 1735 llega por primera vez al coliseo madrileño en una versión escénica un tanto polémica.

Para Alden, un enamorado de las óperas de Händel, el compositor ofrece una perspectiva extrañamente contemporánea sobre la condición humana. La propuesta escénica se traslada a un entorno teatral, casi cabaretero, donde lo surrealista predomina sin razón aparente. El director de escena confiesa que “en mi concepción de Alcina me inspiré hasta cierto punto en la película de Woody Allen La rosa púrpura del Cairo, en la que Mia Farrow escapa de su infeliz matrimonio refugiándose en una sala de cine en la que ve la misma película día tras día hasta que los personajes empiezan a hablarle. Pero sobre todo me inspiré en mi propia historia, pues he pasado mi vida escapando de la realidad y escudándome en el mundo de fantasía de la ópera y el teatro”.

Una música preciosa, con una veintena de arias, todas da capo, que, sin embargo, no tuvo una interpretación acertada. La orquesta sonó plana, sin contraste alguno. Christopher Moulds no supo sacar todo el potencial de la partitura, con momentos realmente dramáticos que se quedaron muy aguados. Ya desde la obertura, que sonó de forma bastante superficial, pasando por ciertas arias del segundo acto, donde los contrastes dinámicos otorgan  a la escena mayor dramatismo, la dirección musical permaneció en una comodidad realmente tediosa que sólo se vio enriquecida gracias al elenco vocal, muy notable por lo general.

La temporada del Real ha comenzado con dos puestas en escena arriesgadas. Pero, ya se sabe, muchas veces el riesgo no resulta ser exitoso.