El antisemitismo del «Mercader de Venecia» recibe una emocionante vuelta de tuerca

Por Horacio Otheguy Riveira

 

Los burgueses despilfarran y se divierten cuanto quieren, la clase dirigente manipula sus intereses a su antojo y «el perro judío» es un marginado del que se depende cuando vienen mal dadas. Este Mercader de Venecia —según Yolanda Pallín con dirección de Eduardo Vasco— es una obra maestra de extraordinario alcance. Mientras se desliza una bella e inquietante comedia del siglo XIX, nos alcanza la tragedia paralela de un hombre, víctima del cinismo de los poderosos. Así, el judío Shylock se eleva sobre las debilidades de la obra original, y Arturo Querejeta lo interpreta aportando una clase magistral.

Teatreo clasico de Olmedo, El Mercader de Venecia de Shakespeare. Fran Jiménez
Foto: Fran Jiménez

Es moneda corriente tratar de antisemita al que condena al judío con ciego entusiasmo, aprovechando alguna excusa atribuible a cualquiera. Hoy en día el tema es especialmente irritante: son semitas judíos y árabes y toda la gama de conductas con raíces islámicas, como los propios palestinos, pero cuando Israel clama al cielo porque se le critica su barbarie, no falta el Netanyahu de turno para indicar que, nuevamente, el mundo se vuelve «antisemita». Una cuestión de poder absoluto es la que en la actualidad mantiene el término sólo en la medida del pequeño país, bastión de los intereses económicos occidentales en Oriente Próximo, al borde de catástrofes mayores mientras se producen atroces ataques a las poblaciones civiles, los llamados «efectos colaterales».

El mercader de Venecia se estrenó en 1589, aproximadamente, y Shakespeare urdió una farsa, aprovechando una creciente fobia popular, alentada por los intereses de la clase dirigente cristiana contra los judíos prestamistas, usureros, lo que estaba prohibido por «la caridad cristiana», de manera que sólo lo desarrollaban los judíos: los banqueros de entonces, hoy plenamente asumida esa usura por la permanente necesidad de créditos de poderosos y gente de a pie.

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Se trata de una de las obras de Shakespeare más complejas. Aparentemente ligera y divertida como un enredo amoroso atravesado por el vaivén de una burguesía típica: arrogante y despilfarradora que odia al «perro judío» cuyo dinero necesita, y que, temiéndole, cuando le toca hacer justicia convierte su manida caridad en un implacable odio que no entiende de otro valor que no sea el de poner de rodillas y obligar a la conversión al miserable… al que tres meses antes se fue a buscar, suplicando ayuda.

He visto tres puestas en escena y una película de esta obra: en los cuatro casos me quedé con una sensación peor de la que tuve al leerla, siempre impactado por el carácter forzado de mostrar al judío —fieramente abandonado y robado por su propia hija, además del odio social— como un ser despreciable y moralmente primitivo y egoísta, que se merece todas las ruindades que le suceden.

Pero también, tras sus páginas me quedaba con una interpretación entre sombras, que se me escapaba, simplemente la rechazaba como hicieron muchos dramaturgos e intelectuales importantes (por ejemplo, el judío británico Arnold Wesker que protestó airadamente ante una versión de 1994 que alteraba escenas para modificar el testimonio antijudío y convertirlo en todo lo contrario).

Lo genial de esta versión es que transmite la misma corrección del aparente mensaje original a través de su mirada: la mirada es siempre lo más importante, y en este caso más aún, pues conforman una pareja de impresionante efectividad Pallín-Vasco desde un Hamlet oscuro y austero de potente creatividad hasta este luminoso, colorido y radical Mercader de Venecia (pasando por una eficaz versión musical de Noche de Reyes y un Otelo de sospechosa actualización, pero maravillosos logros).

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Todo tiene que ver en una armonía que conmueve tanto como la interpretación de Querejeta (me topé con él una media hora después de la función y me lancé a estrechar su mano y confesarle una emoción que no me abandonaba).

Desde el comienzo el ambiente con extrañas nubes provoca un escalofrío poco común. Los hallazgos humorísticos tienen una categoría superior (con una acción muy simple de los actores, una góndola recorre Venecia, rediós, y todo el público viaja embriagado), el colorido de los trajes dan la pauta del poderío de una clase social sobre todo lo demás, del soberbio despilfarro de los ricos (y de los que quieren parecerlo y buscan créditos) ante el miserable desprecio de «los diferentes». Y sobre todo la alegría exultante de las pasiones amorosas, de esa hija que vive con intensidad su revelación sexual y sentimental dispuesta también a pertenecer a la clase dirigente cristiana, hija del perro judío al que también desprecia.

Las ambigüedades del texto, la riqueza de los personajes, reciben una mirada por parte de esta puesta en escena (con todos los actores en una coral excelente) que llega a lo más hondo de una propuesta histórica y contemporánea en la que Shylock/Querejeta no sólo nos pregunta: «¿Acaso no sufrimos como vosotros, no sangramos, no tenemos pasiones como todos los demás?», sino que, además, nos conmueve con su cuerpo vencido, su padecimiento en suma de traiciones y desvaríos con tal de hacerle perder todas las batallas… porque, al fin de cuentas, todos somos Shylock, prestamistas o no, usureros o no, gente corriente que ansía rebelarse ante un poder omnipresente que dicta las leyes y las aplica según convenga.

Es este un espectáculo fascinante en un término justo. Es decir, una fascinación plástica y actoral indudable, que a su vez se permite generar un debate, una serie de reflexiones en las que todos los caminos conducen a una ética laica esencial: el factor humano, la capacidad de comprensión, perdón, solidaridad ante cualquier situación cotidiana, por encima de diferencias raciales…

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10922871_840058342732439_2148429264080149453_nEl mercader de Venecia

Autor: William Shakespeare

Versión: Yolanda Pallín

Dirección: Eduardo Vasco

Ayudante de dirección: Fran Guinot

Intérpretes: Arturo Querejeta, Toni Agustí, Isabel Rodes, Francisco Rojas, Fernando Sendino, Rafael Ortiz, Héctor Carballo, Cristina Adua, Lorena López.

Pianista: Jorge Bedoya

Selección y adecuación musical: Eduardo Vasco

Iluminación: Miguel Ángel Camacho

Escenografía: Carolina González

Vestuario: Lorenzo Caprile

Producción: Miguel Ángel Alcántara: Noviembre Teatro

Naves del Español. Matadero. Del 12 de noviembre al 13 de diciembre 2015

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