Impresionante creación de Esperanza Pedreño interpretando «Mi relación con la comida», de Angélica Liddell

Por Horacio Otheguy Riveira

Impresionante, sí, desde su aparición en el escenario vacío recorre una amplia gama de tonos y expresiones gestuales. Avanza con paso firme entre  el relato descarnado, el susurro que pone la piel de gallina, la rabia desatada, el disloque estrafalario o el brote de gestos tiernos… En cualquier caso, Esperanza Pedreño organiza una lección magistral para llevar adelante un monólogo que es teatro puro y a su vez poema dramático que hace cómplice al espectador ante la barbarie que el mundo padece a diario.

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A través de los recursos de su voz y la singular coreografía de sus movimientos más elementales o inesperados, Esperanza Pedreño cuenta y dramatiza a la vez historias autobiográficas de la autora de Mi relación con la comida, Angélica Liddell, pero la emoción escénica adquiere un vigoroso crecimiento que enlaza al espectador, le provoca y le mima, convirtiéndole en un aliado generoso.

Los personajes que Esperanza/Angélica mencionan se hacen presentes, visualmente patentes, los sentimos allí sin necesidad de que los interprete ningún actor. Desde el primer momento, sin prolegómenos, se nos brinda el desafío de una mujer que deambula por el escenario hablando y escribiendo con tiza algunas palabras en el suelo: pizarra didáctica y a la vez insólita medida para dejar constancia de una incesante incomodidad con penurias como el hambre, la explotación, la humillación cotidiana de los que tienen demasiado frente a aquellos que no tienen nada, y las guerras, las caricias imprescindibles, la piel desnuda a ratos, la piel doliente siempre. Los tópicos y lugares comunes de los discursos políticos de izquierda se disuelven en su boca, todo es mucho más trascendente. Detrás de la ira se desarrolla un texto de gran riqueza para ahondar en el propio corazón de los dramas cotidianos.

El tiempo de vivir y de morir es un círculo en constante revelación. Un círculo que gusta romperse para reiniciar una lucha que a veces se hace insoportable porque «he dejado de creer en el ser humano».

Sin embargo, desde el comienzo hasta el final, el desafío social está bien claro, bien personificado en un antagonista imaginario que va creciendo en la imaginación del espectador: un empresario que invita a comer a la escritora para producir una de sus obras. De entrada queda claro el recorrido que va a producirse en torno a Mi relación con la comida, y cuantas sensaciones y sentimientos agiten el tema:

¿Es necesario que coma con usted?

¿En ese lugar?

¿Es absolutamente necesario?

¿Es necesario para mi obra?

Quiero decir, ¿es necesario para mi obra comer con usted en ese lugar?

Quiero decir, ¿es necesario para convertirme en alguien importante?

Lo siento.

No puedo.

No puedo comer en ese lugar.

No puedo comer con usted en ese lugar.

Me da vergüenza.

Yo sólo como en chinos.

Son los más baratos.

Sólo me siento a gusto en lugares baratos.

La gentuza que come en ese lugar me da asco.

 

Con ese constante procurar explicarle al empresario, va destejiendo su vida y entretejiendo la del caballero que se dispone acercarse a una obra atípica que, en este caso, seguirá adelante volviendo una y otra vez al tema central de la manduca con el vilipendiado sujeto al que siempre arroja sobre las cuerdas, haciéndole centro de sus dardos verbales.

El recorrido está lleno de momentos sublimes o dolorosos —con eficaces golpes de buen humor— que terminan empujándola a un desesperado chapoteo en el agua que ella misma arroja de un cubo. Antes ha insultado, gritado, despreciado. Sobre el agua se revuelve en el «Vituperio como género dramático», con fuerza suficiente para estallar en un

¡Váyase usted a comer donde le salga de la polla!

 

 

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Una obra traducida a varios idiomas, estrenada en países tan distintos como Rusia, Argentina, Italia… Gira por el mundo con su voluntad de íntima protesta y profundo enlace  con una forma teatral desposeída de artificios, necesitada de una actriz como Esperanza Pedreño, capaz de asombrar y fascinar con una interpretación que domina cuerpo y palabra con una musicalidad excepcional. Una actriz que hace subir a algunos espectadores a quienes, medio desnuda o con los pechos al aire, abraza y por quienes se deja abrazar.

El amor, la sensualidad, la ternura… Nada oculta el deseo ferviente de demostrar que en Mi relación con la comida bien servida en restaurante de lujo por un empresario moderno hay también muchas otras historias que merecen ser contadas:

Mi abuelo se crió en un orfanato.

Y después se marchó a la guerra.

No le gustaba hablar de la guerra.

No le gustaba.

Esa guerra que duró casi cincuenta años.

Cincuenta años en los que a Franco le dio tiempo a colaborar con la barbarie nazi,

11148469_1426605434308201_8807209017483906480_na contribuir al exterminio aportando trenes cargados de españoles,

españoles que morían de hambre y cansancio en mitad de una orgía sádica,

en los campos alemanes,

olvidados por todos,

mientras que en España se abarrotaban los ruedos

de «buenos españoles» que vitoreaban con devoción

al flamante ejército fascista,

imitador patético y miserable de uniformes atroces.

Esa guerra que duró casi cincuenta años,

y cuyos criminales no fueron juzgados ni condenados,

cuando todavía estaban en edad para ser juzgados y condenados,

una vez muerto el asesino.

España es mentira.

_OvY63f6_400x400Mi relación con la comida

XIII Premio SGAE de Teatro 2004

Autora: Angélica Liddell

Puesta en escena: Esperanza Pedreño e Isidro Paterna

Intérprete: Esperanza Pedreño

Espacio sonoro: Iñaki Estrada Torío

Vestuario: Daniela Presta

Sastra: Isabel López

Teatro Galileo. Hasta el 18 de diciembre. Jueves y viernes:20 horas.

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