«Insolación», de Emilia Pardo Bazán, con María Adánez

Por Horacio Otheguy Riveira

Una magnífica novela de finales del XIX explora las relaciones hombre-mujer desde una perspectiva femenina por primera vez en la historia de la literatura española, y lo hace a través de la también primera profesional de las letras, aristócrata como su personaje, pero con ninguna de sus ataduras: libre en las formas y los contenidos, escritora de gran impulso, conocedora de las costumbres y formas de expresión de la diversidad que conforma España.

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María Adánez y José Manuel Poga.

Emilia Pardo Bazán compone un fresco social y romántico audaz, considerado pornográfico en su época, en alguna medida autobiográfico, con un impactante dominio del lenguaje de las distintas comunidades que componen España, en dirección al festejo de un mestizaje apasionado en todos los sentidos. Para ello se sirve de una marquesa gallega que se resiste a un seductor gaditano en un Madrid de verano con romería y gracejo bajo la égida de San Isidro.

La sensualidad de la dama viuda que holgazanea en su mansión y teme el qué dirán se enfrenta con éxito a las normas, hasta que acaba abandonándose al placer después de muchas vueltas divertidas y a la vez muy lúcidas, con diálogos estupendos, floridos, rítmicos, hilarantes y excitantes, mientras ella, omnipresente y hermoso personaje, navega por monólogos interiores sumamente ricos en ángulos, matices, colores.

El colorido de la novela es espectacular, ya que la Pardo Bazán, marquesa y gallega también, explota con sabiduría literaria —a ratos muy teatral, por momentos muy cinematográfica— cuanto en su poder marca la diferencia: libre sentimental y sexualmente, viajera empedernida, trabajadora incansable, buscadora de perlas en toda clase de fangos: religiosos, sociales, poder establecido, lujuria del pueblo que padece las desigualdades que se le imponen con saña. Y en la vida pública luchadora por los derechos de las mujeres. También fue Consejera de Instrucción Pública y Catedrática de lenguas grecolatinas. De todo un poco, y mucho de búsqueda, avidez de conocimiento y nuevos gozos hasta que a los 70 años se la llevó una gripe complicada con diabetes crónica.

Emilia Pardo Bazán (1851-1921), autora de una obra prolífica en géneros y estilos, escribió Insolación en 1889 con un estilo naturalista donde el humor y el enfrentamiento sociocultural de un hombre y una mujer se explayan con un ritmo de gran alcance que Pedro Víllora intenta en gran medida trasladar al adaptarlo para el teatro, pero su selección de escenas, diálogos y situaciones resulta muy poco atractiva, deslizándose la función por un tono monótono para el que no ayuda la puesta en escena.

De hecho, en esta representación hay una confabulación extraña de falta de sintonía entre profesionales del teatro de enorme talento, desde la producción hasta el último detalle: las luces se exceden en tonos mortecinos, y cuando impulsan la fuerza potente del sol (un sol que desnuda con su ardiente luminosidad) carecen de fuerza, como la escenografía, practicable, minimalista y en extremo sosa. Todo adquiere color y contagiosa vitalidad cuando acompaña la música de Luis Miguel Cobo, en cuyos compases sí percibo el jolgorio y la emoción de todo el vigoroso asunto de la historia.

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José Manuel Poga, Pepa Rus, María Adánez, Chema León.

 

Un mundo fascinante, divertido y profundo en la panorámica social y sentimental de una época clave de España en una versión teatral que encuentro discursiva, carente del brío, el ingenio y la sensualidad de la obra original.

María Adánez compone una marquesa muy exterior, a la manera de un teatro antiguo, más de poses que de sentimientos, de gestos que de emociones. Esta vez Adánez y el director Luis Luque se mueven por un territorio en el que no reconozco ni a la Bazán ni a ellos mismos, que lograron aquella obra maestra de La escuela de la desobediencia (junto a Cristina Martos). Los actores que les acompañan y la infatigable Pepa Rus (con tres personajes a su cargo) desempeñan las funciones de sus personajes con una profesionalidad tan ajustada como fría. En definitiva, un extraño y poco afortunado acercamiento escénico a una obra mayor, cuyos ecos circundan el teatro, pero no lo hacen suyo:

No estaban los amantes abrazados, ni siquiera muy juntos. Sólo sus manos, encendidas por la misma fiebre, se buscaban, y habiéndose encontrado, se entrelazaban y fundían. Callaron entonces y fue el instante más hermoso. Por el mudo diálogo de los ojos y por el contacto eléctrico de las palmas se enviaban el espíritu en arrobo inefable…

Le miraba y creía no haberle visto nunca; descubría en su apostura, en su cara, en sus ojos, algo sublime…

Poco a poco, sin conciencia de sus actos, acercaba la mano de Diego a su pecho, ansiosa de apretarla contra el corazón y de calmar así el ahogo suave que le oprimía. Sus pupilas se humedecieron, su respiración se apresuró, y corrió por sus vértebras misterioso escalofrío, corriente de aire agitado por las alas del ideal.

(Fragmentos de la novela, edición de Grijalbo Mondadori, año 2000).

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Novela de Emilia Pardo Bazán

Versión teatral de Pedro Víllora

Dirección: Luis Luque

Ayudantes de dirección: Eduardo Mayo/Hugo Nieto

Intérpretes: María Adánez, Chema León, José Manuel Poga, Pepa Rus

Escenografía: Mónica  Boromello

Iluminación: Juan Gómez-Cornejo

Vestuario: Almudena Rodríguez

Música: Luis Miguel Cobo

Coreografía: Mattia Russo

Fotos: Luis Malibrán

Producciones Faraute

Teatro María Guerrero. Hasta el 24 de enero de 2016.

 

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