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Las mejores películas de brujería (de Christensen a Polanski)

La relación histórica entre cine y brujería ha dado frutos brillantes. Lo anterior se debe, quizá, a que la naturaleza de ambas “disciplinas” se corresponde al ejercer elementos como la construcción narrativa de ilusiones que latentemente pueden abordar la realidad y quedarse ahí.

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Época Medieval

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Häxan: la brujería a través de los tiempos (Benjamin Christensen, 1922) explora el conocimiento científico sobre las técnicas empleadas por las brujas. Los especialistas han batallado para su clasificación, pero se le considera una joya expresionista. Compara comportamientos de las brujas medievales con algunas mujeres del inicio del siglo XX, usando las recientes aportaciones de Freud y encontrando en la histeria una justificación de la brujería.

El árbol de enebro (Nietzchka Keene, 1990) es protagonizada por una muy joven Björk. Después de que su madre es quemada en la hoguera por practicar brujería, las hermanas tienen que escapar con el conocimiento ancestral que las hace poderosas, para que una de ellas termine sometiendo a otro hombre con las artes oscuras que ya domina, y de esta forma adueñarse de su voluntad. eguimiento casi de e conocen curas que ya dominan,o ancestral que las hace poderosas,Este tema de la voluntad de la bruja sobre algún hombre es recurrente en la literatura y tomado por el cine de diversas maneras. En esta cinta hay una bruja buena y otra mala, como en el arquetipo original de las dos hermanas mágicas.

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Andrei Rublev (Andrei Tarkovsky, 1966) es un seguimiento casi de road movie al honorable pintor ruso del siglo XV, en una suerte de viacrucis por paisajes variados. Aunque la trama no recae en la brujería, es digna de incluirse aquí pues incluye una de las más verosímiles escenas de un aquelarre en medio del bosque, todo visto por los ojos del hombre santo. Una expresión de cuerpos desnudos, revelándose en su libertinaje ante un sistema cruel y egoísta que no toma en cuenta al individuo.

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Vudú

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La religión africana que llega con los esclavos a Estados Unidos presenta una serie de rituales que han funcionado fotogénicamente en variadas secuencias cinematográficas, con escenas iluminadas por velas, ropas místicas y sacrificios animales. Yo anduve con un zombie (Jacques Tourneur, 1943) ocurre en alguna isla afroantillana donde la amenaza negra sobre las heroínas blancas se canaliza por medio de la brujería con la posibilidad de que sean poseídas por una raza “inferior”, por salvajes. En Los creyentes (John Schlesinger, 1987), película policíaca que conjuga los rituales de vudú con misteriosos crímenes, la magia negra, sus dominios, evitan que los casos puedan ser resueltos. Corazón satánico/Angel Heart (Alan Parker, 1987) que va aún más lejos por el camino del film noir sobrenatural, y expone a Nueva Orleans como puerta al infierno negro. Mucho se criticó en su momento a La serpiente y el arcoíris (Wes Craven, 1988), sobre todo por la mezcla irregular de géneros, pero es innegable el tratamiento visual que brinda el creador de Freddy Krueger a las ensoñaciones vudú llenas de zombies, aterrizando, como acostumbra este realizador, entre la realidad y la fantasía, en una tercera realidad que es la cinematográfica.

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Magia

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Excalibur (John Boorman, 1981) nos cuenta la leyenda del rey Arturo de manera elocuente, llena de gracia narrativa y desbordante imaginación visual que la han convertido en película clásica y al mismo tiempo de culto. En los terrenos de la animación sofisticada llama la atención el enfoque africano con Kirikou y la hechicera (Michel Ocelot, 1998), que aunque animada con dibujos, las sensaciones que provoca son sumamente intensas. En el cine africano, al que tenemos poco acceso, la magia es tratada como componente cotidiano, lo podemos apreciar en múltiples ejemplos del llamado Nollywood nigeriano. Pero por ejemplo, en Xala (Ousmane Sembène, 1975), un clásico del cine senegalés, la magia sirve como conducto a la comedia, cuando un hombre padece impotencia sexual en su noche de bodas y sospecha de la magia de sus esposas anteriores.

En Hollywood la excusa de la magia también funciona como crítica al sistema económico; Sam Raimi se desintoxica de las múltiples películas que dirigió de la franquicia Spider-Man, para brindarnos la suculenta Arrástrame al Infierno (Sam Raimi, 2009). Christine Brown (Alison Lohman) recibe una maldición por parte de una gitana después de que no puede ayudarla con su hipoteca trabajando en el banco. Mientras que para Ingmar Bergman la magia será, como era de esperarse, un fenómeno psicológico. En El mago (1958), el ilusionismo o fingir que uno es mago consolida la técnica suprema para controlar a los demás, para adueñarse de su voluntad.

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Brujas

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El excelente cinefotógrafo inglés Nicolas Roeg, que saltó a la fama documentando al álter ego de David Bowie, Ziggy Stardust, en El hombre que cayó a la Tierra (1976), haría de Angelica Huston una encarnación fiel de estas mujeres adeptas a la magia negra en La maldición de las brujas (1990).

 

La bruja de Blair (Eduardo Sánchez y Daniel Myrick, 1999) cambia el panorama del cine de horror asumiendo la tecnología en video, y narrando todo en primera persona. Su postura era el falso documental casero, atestiguando la amenaza en vivo; una bruja milenaria que habita en el bosque. 2 décadas atrás, Suspiria (Dario Argento, 1977), en forma de Giallo, le daba toda la fuerza a la bruja como amenaza. Muy parecido es lo que sucede con El bosque maldito/The Woods (Lucky McKee, 2006), donde se narra el enfrentamiento entre la joven virginal y la líder de las brujas que controla el bosque. La oscuridad en contra de la luz, y la trama cinematográfica como ritual.

Horror y Thriller

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El bebé de Rosemary (Roman Polanski, 1968) nos plantea una mujer embarazada como parte de un ritual demoníaco, para aterrarnos con la brujería como gran monstruo acechando donde menos lo imaginamos, en las personas que confiamos. El ritual de brujería en varios thrillers se utiliza para plantear la última amenaza ante lo desconocido. En Kill List (Ben Wheatley, 2011), la dupla de policías parece encarar a una banda de maleantes más, en otro thriller policiaco rutinario, pero a medida que avanzan sobre las pruebas encontradas en la investigación, los va llevando a una secta de esas que controlan todo tras bambalinas. Es lo mismo que sucede en la obra maestra póstuma de Stanley Kubrick, Ojos bien cerrados (1999), el ritual como amenaza lovecraftiana de lo que no alcanzamos a ver y nos rebasa por completo, el máximo misterio. Simplemente sabemos que es una potencia que tiene toda la fuerza de las tinieblas. O como sucedió en recientes fechas con la primer temporada de la serie televisiva True Detective (Cary Fukunaga, 2014), es el mal lo que por medio de portales humanos se asoma a nuestro mundo y consiste en una amenaza tal que rebasa al detective, que siendo un paladín de la justicia eterna, tiene que trascender su humanidad en lo divino para poder cerrar el caso afortunadamente. En Las brujas de Zugarramurdi/Witching & Bitching (Alex de la Iglesia, 2014) se hace una operación similar en un sentido cómicamente macabro, un grupo de ladrones al huir se encuentran atrapados en un pueblo de brujas, no hay a dónde hacerse, el misterio femenino los rebasa y ser ladrones de poco les sirve.

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Conclusión

Así entendemos que en el cine la brujería es un símbolo. Puede ser una representación de lo femenino que no se puede explicar sobre un pizarrón y que le puede brindar su carácter arquetípico. En algún sentido apela a la conexión planetaria que las mujeres poseen naturalmente y que para entrar a un sistema patriarcal, han reprimido para adaptarse –la brujería es su rebelión. También proyecta ese miedo que profesa Occidente ante culturas ajenas, distantes, y que sobre todo en el caso de Hollywood, plantea a la magia una amenaza en lo que representa otra raza diferente, que provoca sospechas de planes macabros. Finalmente, la brujería, tanto en el cine como en la vida, alude a perder el control ante lo que deseamos en un nivel inconsciente, un comportamiento que nos podría afectar en gran escala si conseguimos lo que deseamos en la realidad inmediata. Por eso, tal vez, la representación en el filme sacia este deseo para evitar materializarlo en la realidad.

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