Coetzee y la construcción de la verdad desde la ficción

M. Coetzee (sudafricano, premio Nobel de Literatura 2003) es conocido por su renuencia a conceder entrevistas o a problematizar en ellas “el valor de las opiniones expresadas a través de mi persona pública”. Sin embargo, en 2008 accedió a un intercambio de emails con la psicóloga británica Arabella Kurtz, publicados en un libro de reciente aparición: The Good Story: Exchanges on Truth, Fiction and Psychotherapy.

El título deja pocas dudas sobre su temática: las relaciones entre la idea de verdad y ficción en un sentido terapéutico y literario, no necesariamente como posiciones opuestas, sino como zonas de contacto donde las verdades y ficciones adoptan valores pragmáticos para construir el mundo. En el caso de Coetzee la verdad autobiográfica, por ejemplo, pasa siempre por el tamiz de la ficción: en novelas como Elizabeth Costello o los tomos de memorias/ficción Infancia, Juventud y Verano, el autor utiliza personajes en el sentido de voces por medio de las cuales puede narrarse sus propios hechos.

Kurtz enfatiza que algo similar es lo que tiene lugar a través de la terapia psicológica, proceso durante el cual una persona se cuenta a sí misma su historia desde una perspectiva asistida; Coetzee cuestiona a Kurtz sobre sus motivaciones en el trabajo terapéutico:

¿Qué es lo que te hace desear, como terapeuta, que tu paciente confronte una verdad sobre sí mismo, en oposición a una colaboración o confabulación en una historia –llamémosla ficción, pero ficción empoderadora– que haría al paciente sentirse mejor acerca de sí mismo, lo suficiente como para salir al mundo y ser capaz de amar y trabajar?

La pregunta no es menor, pues cuestiona la pertinencia de los relatos cuando buscan establecer una verdad sin fisura: en el libro, Coetzee recuerda los episodios que presenció durante el régimen del apartheid en Sudáfrica desde niño y cómo existían narrativas históricas dedicadas a disfrazar una mentira de verdad con fines políticos y de sometimiento, en este caso racial.

Para Kurtz, las categorías de verdad y ficción no están tan claras en la práctica cotidiana, por lo que el individuo debe “contentarse con la versión de la verdad que le funcione.” Sin embargo, en su experiencia, “la verdad ES lo que funciona”.

Así, vemos que la “verdad” narrativa de Coetzee busca incomodar y hacer dudar al lector de la congruencia de las verdades sociales, mientras que la verdad terapéutica de Kurtz no se encamina, como podría pensarse, a crear una fantasía ficticia donde el sujeto permanece como héroe o jugador inocente de su realidad, pues un paciente se confronta también con los discursos ficticios disfrazados de verdad que su medio, su familia o él mismo se han contado a través de los años. De esta manera vemos que la escritura no es necesariamente una forma terapéutica, ni la psicología un discurso de poder para mantener al individuo subyugado a la lógica de la producción capitalista; se trata más bien de comprensiones de la realidad en términos estéticos, en el sentido en que un sujeto estético –para utilizar los términos de Leo Bersani– es aquel que vive en el umbral de sus relaciones con las imágenes de su mundo, a través de una economía de los afectos, donde “estética” no tiene la connotación de una búsqueda o estudio sobre la belleza, sino de las mismas elecciones de imágenes (objetos, diría Freud) a través de las cuales nos construimos como sujetos.

Pero tratándose de un escritor como Coetzee, se puede distinguir también la importancia de la sospecha en la construcción de una verdad resistente a las lógicas imperantes del poder, sospecha que no busca simplemente a los “culpables” de la historia, sino que busca colocar al sujeto en un lugar justo, algo que podríamos asociar a la verdad entendida desde la psicología (aunque no necesariamente desde el psicoanálisis); al respecto, Coetzee destaca el peligro de las narrativas oficiales y la importancia de la sospecha como último reducto de la verdad del sujeto, al menos de sí mismo: “He vivido como miembro de un grupo dominante… [el cual] creyó que lo que lograban al establecerse en una tierra extranjera era algo de lo cual enorgullecerse”.

 

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