Depresión activa y soledades enfrentadas en un «Segundo infierno»

Por Horacio Otheguy Riveira

«El segundo infierno», de Alberto de Casso, transcurre en una librería entre dos compañeros que quizás fueron amantes, que tal vez volverán a serlo después de compartir a golpe de boca un mango bien maduro, chorreante de dulce jugo, como néctar que escapa entre los dientes en un último esfuerzo por renacer de sus cenizas. Libreros en crisis, páginas que a veces vuelan por los aires, dependencia económica, y una secreta angustia que parece que va a dominarlo todo. Ruth Salas y Alejandro Navamuel se bastan y sobran para mantener nuestro interés y despertar una buena dosis de inquietud por los personajes de los que hablan y que nunca aparecerán en escena.

 

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Adheridos a los ordenadores como parte fundamental de su vida, él arrastra una depresión activa, nerviosa, no precisamente de la que más se habla en la calle; no es la depresión del hombre arrastrando los pies, sin aliento: Manuel se abandona, no se ducha, se alimenta mal, acumula céntimos en un frasco, estropea cuanto puede el raro amor de Irene por una poetisa que le fascina, entre ambos la miseria de un negocio que se acaba, manteniendo un odio retorcido, probablemente falso, con Facebook de por medio y mucha ira contenida:

IRENE: No estaría mal que de vez en cuando ordenaras tu mesa y quitaras…los sándwiches podridos de una semana y las cáscaras de nueces.

MANUEL: ¿Y Larisa? ¿Es que ya no limpia?

IRENE: Larisa se ha despedido. Te lo dije ayer. Pero como no escuchas.

(Manuel mira a una espectadora como si esta le recordara a Larisa.)

MANUEL: Con lo maja que era esa chica. Incluso ya le empezaba a encontrar su aquel de… guapa. Y mira que me ha costado. Me ha costado dos años sacarle un atisbo de guapura a pesar de sus cicatrices. Y ahora ya… no me lo va a poder agradecer.

IRENE: Ha vuelto a Rumanía.

MANUEL: (Mirando a la espectadora que encarna a Larisa.) No creo que se pueda comprar una casa. Llevábamos tres meses pagándole tarde, mal y nunca.  (…)

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La suciedad perenne de Manuel tiene que ver con sus sarcasmos, su deseo de ir desapareciendo entre los personajes que deambulan por el sótano, a los que les ofrece su sofá, un extranjero en las últimas, una mujer con la que no se sabe si se acuesta, él mira, sonríe, hace muecas, aumenta su desorden exterior e interior, mientras Irene busca su salvación por el otro lado, con una hiperactividad que le permite cambiarse de ropa, mantenerse limpia y atractiva en busca de una aventura sentimental que parece escapársele de las manos.

Manuel e Irene tienen en común muchos libros, un local vacío que depende de un hombre que ella detesta y él aprecia: tan distintos y sin embargo con una misma necesidad de encontrar cualquier cosa a la que agarrarse para no hundirse por completo. Tal vez por eso les baste compartir, boca a boca, un exquisito mango maduro. Quién sabe si será suficiente.

Con eficaces diálogos salpicados de acciones contundentes, la obra destaca en la creación del personaje del hombre derrotado cuya depresión es tan activa que no le permite derrumbarse: sigue y sigue a ciegas, ególatra como todo buen depresivo, pero al margen de los lugares comunes de este estado anímico cuando no llega a enfermedad endógena. Alejandro Navamuel lo interpreta con lujo de detalles, bucea en el interior de su personaje y expresa con su creación física lo mucho que no dice, ya que lo mejor del texto es que sus criaturas viven con intensidad cuanto sucede, pero no se explican; en realidad hablan para ocultar sentimientos verdaderos:

MANUEL: No te preocupes. Enseguida nos vamos.

IRENE: Por favor, dile que se acabe de vestir. ¿Entiende el inglés? Please, can you… can you… (Hace gestos para que se vista.) ¿Cómo se dice vestirse en inglés…?

MANUEL: Put on.

IRENE: ¿Putón? ¿En serio?

MANUEL: Put on. Separado.

IRENE: (Riéndose) Dos por el precio de uno. La expresión. Muy gráfica. Jejejeje.

MANUEL: Yo no le veo la gracia. ¿Por qué estabas guardando todos esos libros en cajas?

IRENE: Son libros viejos.

MANUEL: ¿Y adónde te los piensas llevar?

IRENE: Los voy a donar.

MANUEL: Muy bien. ¿Dónde?

IRENE: A la librería de mujeres.

MANUEL: Pero es que todos esos libros siguen en catálogo. No los puedes donar.

IRENE: Pues ya ves. Hoy me he levantado con un impulso generoso…

MANUEL: ¿Sin consultarme?

IRENE: ¿Es que me consultas tú algo?

MANUEL: Pues sí te consulto. Te consulto casi todo.

IRENE: Eso. Tú lo has dicho. Casi todo. ¿Me consultas para traerte putas a la editorial?

MANUEL: ¿A qué viene eso? ¿Por qué te tienes que poner tan ofensiva?

IRENE: No habla español. No entiende nuestro idioma. Cuando he dicho puta ni se ha inmutado. Igual piensa que le estoy echando un piropo. Hola, bonita, ¿te ha “comido” follado con hambre atrasada Manuel esta noche?

MANUEL: Te estás pasando. Y que sepas que habla español perfectamente.

Ruth Salas se ocupa con buen oficio de una mujer demasiado lineal que sólo en una escena explota y marca diferencias con todo lo expresado hasta entonces, así como en el estupendo tramo final.

El segundo infierno va de abandonos y otras soledades mal encaradas en busca de un cambio que les permita respirar un aire nuevo, en medio de obsesiones y una dependencia económica que forja un drama oculto que cuando se hace presente deja abierto el final, perfectamente dispuesto para que los espectadores lo concluyan a su manera.

 

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Autor: Alberto de Casso Basterrechea

Dirección: Andrea de Gregorio

Reparto: Ruth Salas, Alejandro Navamuel

Fotografías: Chicho

Música: Víctor Huedo

Una producción de Antagonía

Teatro Lagrada. Calle Ercilla 20, Madrid. Del 21 al 30 de octubre y los días 4, 5 y 6 de noviembre a las 21 horas, excepto domingos a las 20 horas. Precio: 14 y 10  euros.  

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