Chispeantes, emotivos, insólitos «Premios y castigos»

 Por Horacio Otheguy Riveira

La gente de T de Teatre siempre que ha pasado por Madrid ha sabido asombrar, tanto por el talento de sus intérpretes como por las insólitas ideas de sus propuestas. Esta vez juegan a ser actores que hacen de actores para que veamos cómo preparan sus trucos, liman sus emociones, se esfuerzan en cada gesto necesario, compiten entre sí para otorgarse el aplauso o el desprecio —los dos extremos a los que siempre está expuesta la gente de teatro—. El resultado es fantástico en todos los sentidos porque, además de provocar carcajadas, exponen su capacidad de reírse de sí mismos y el pequeño-gran drama que conlleva interpretar una comedia o una tragedia mientras «estoy pensando en que tengo que ir a casa y regar las plantas, que hace días que no les hago ni caso».

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La fiesta continua del teatro dentro del teatro permite una comunicación muy emocionante con los amantes de este arte, ya que, vestidos de una época más o menos imprecisa, estos 8 experimentados comediantes —con una joven «muleta» que es, a su vez, asistente de dirección— se zambullen en lo patético y en el ridículo de encarar obras históricas y parodian con maestría las características de interpretación de otros tiempos, lo mismo que funciones de aquí y ahora, y así van desfilando todos los recursos aprendidos para demostrar sentimientos de horror, de miedo, de alegría… o dar una lección de luchas con sus golpes y odios entreverados, allí donde va la muerte uno se parte de risa viendo cómo cae el de infarto de miocardio haciendo deporte, o aquel otro entuerto furibundo que de pronto se frena con una pregunta: «¿Alguien se puede creer esto?».

Nada se pierde y todo se gana. El clown y el actor de carácter hacen de las suyas, diversas mujeres hacen suyo un lamentazo ante el marido muerto, y más allá la mujer que se enfrenta al esposo con pasión mediterránea o frialdad escandinava, y a la vuelta del remolino: una diva que se dirige al público para menospreciar a una de sus compañeras, ya que sólo ella, por aspecto, rostro y piel delicadísima ha nacido para interpretar a reinas y otras exquisitas congéneres, mientras que la otra no sirve más que para esclava o criada. «Yo no, eso que me pierdo, en todo caso de cautiva, eso sí, por aquello tan interesante de ser raptada…».

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Después de hora y media lo mejor que puede decirse es que da pena que termine, que seguiríamos a su lado para saber más de cómo se llega a lo intenso con poco, y cómo menos es más y cómo se sufre cuando no se llega a ninguna parte. Pero todo se baraja sin temor al desarraigo, con la cualificada pasión de los de T de Teatro que una vez más sorprenden y convencen.

Es tanto y tan bueno lo que se plantea en todas sus acrobacias físicas y verbales que cuando se llega al final —tras la advertencia de que no debe aplaudirse hasta la oscuridad total—, hemos visto a profesionales jugando a ser niños, a niños que emiten llantos y sonidos, aventuras y disloques como si fuesen adultos, y sobre todo a actores que luchan a base de ensayar mucho para no caer en la sobreactuación más lamentable. Pero lo grande está en que se logra tal comunicación con el público que resulta muy fácil descubrir en sus exageraciones nuestras propias sobreactuaciones de la vida cotidiana cuando nos ahogamos en un vaso de agua, cuando consideramos nuestro conflicto como el más desgraciado de los conflictos del mundo y el universo todo, cuando nos pase lo que nos pase también nosotros somos carne de teatro en estado puro bregando por hacer nuestro personaje lo mejor posible.

Podría señalar algunas actuaciones como especialmente inolvidables. Pero sería injusto. Todos tienen una evidente capacidad para lo que se les eche y se entregan con disciplinada exigencia a la maravilla de ser y no ser en una búsqueda constante de emociones y destinos. La unión del teatro con la vida cotidiana no hace falta explicarla, está presente en cualquiera de sus manifestaciones, pero el cruce que se logra en estos Premios y castigos abunda en hallazgos muy reconfortantes.

 

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En una ocasión, Fernando Marías (escritor prolífico y reciente dramaturgo con la compañía Los hijos de Mary Shelley) plasmó una manera de entender la literatura con pocas palabras . En realidad, un modo lúdico de abarcar toda creación artística, pero más aún el teatro, ya que la viva presencia de sus intérpretes siempre aporta al espectador unas emociones tan intensas como a menudo tan imprecisas que se necesitarían renovadas visiones para completar la plenitud del encuentro entre lo creado por los artistas y la imaginación del visitante desde su butaca.

… la literatura es también eso: omitir determinados conceptos, optar por no nombrarlos, tejer redes de silencios que permitan respirar el aire de atmósferas inexistentes.

Así escribió Fernando Marías, y sus palabras le vienen al pelo a estos T de Teatre que siempre navegan por aguas turbulentas, nada conformistas, gozosamente inquietantes.

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T de Teatro

Intérpretes (por orden alfabético): Mamen Duch, Carolina Morro, Jordi Oriol, Marta Pérez, Carme Pla,  Albert Ribalta, Jordi Rico, Àgata Roca, Marc Rodríguez

Dramaturgia y dirección Ciro Zorzoli
Escenografía y vestuario Alejandro Andújar
Iluminación Carlos Lucena
Sonido Roger Ábalos
Caracterización Eva Fernández
Producción ejecutiva Daniel López-Orós
Asistente artístico y entrenamiento corporal Juan Manuel Branca
Coordinación de producción Josep Maria Ibern
Jefa de producción Carmen Álvarez
Jefe técnico Rubèn Taltavull
Asistente de dirección Carolina Morro

Realización de la escenografía May, Roman Ogg y Sol Curiel
Realización del vestuario Luis Espinosa y Ángel Domingo

Premios y castigos Incluye escenas en versión libre de Barranca abajo de Florencio Sánchez

Coproducción T de Teatre, Teatre Lliure y Grec 2015 Festival de Barcelona

Teatro de la Abadía. Del 3 al 20 de noviembre de 2016

 

 

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