Cantemos, pues

 
Por Xavier Pijoan.

Esta es la primera experiencia en la animación del director británico Garth Jennings, del que poco hemos sabido, en lo que a cine se refiere, desde ​Guía del autoestopista galáctico (2005) y ​El hijo de Rambow (2007), si bien hemos seguido su trayectoria en el ámbito del vídeo musical (Radiohead, Vampire Weekend, Blur…) que ha desarrollado formando dúo con el pseudónimo de Hammer & Tongs junto al productor Nick Goldsmith.

¡Canta!​ arranca con un motivo ampliamente referenciado en la ficción: en un mundo habitado por animales de todas las especies, un koala-niño asiste por primera vez en su vida al teatro y experimenta una revelación. Es un minuto suficientemente potente como para generar expectativas, pero éstas empiezan a verse truncadas con la elipsis subsiguiente, que nos traslada a un presente narrativo en el que el niño-koala Buster Moon se ha convertido en el empresario teatral Buster Moon, que trata de sacar a su teatro de una grave crisis económica organizando un concurso musical al cual se presentarán cientos de aspirantes atraídos por un supuesto premio millonario.

A partir de ese momento, la historia se vuelve hiperactividad, ruido y dosis muy calculadas de sentimentalismo encaminadas a colocar canciones poco integradas en la trama. Jennings se olvida de construir un argumento sólido y opta por la sucesión de números musicales efectistas pero desligados de la historia de cada personaje. La condición de empresario del protagonista no es aprovechada para plantearles a los niños los problemas de identidad con los que se enfrenta el mundo del teatro o del cine, que se debate entre la inercia devastadora de su vertiente industrial y la mirada audaz de su vertiente más expresiva o artística. Es sólo la excusa para que Moon organice un show talent que, evidentemente, servirá para rescatar su teatro.

Persistimos, sin embargo y, por un momento, una secuencia hace referencia muy de pasada a las esperanzas que los personajes han puesto en el concurso como tabla de salvación de unas vidas anodinas, lo que nos hace pensar que va a haber, si no una crítica desenfundada, sí, por lo menos, la voluntad de poner en duda el valor de los concursos musicales televisivos, de los que los niños y las niñas forman una parte muy significativa de su público potencial, y enriquecer, de esta manera, la propuesta. Nada.

No insisto en lo que no es ¡Canta!​, pero es que podría haber sido todas estas y muchas otras cosas, y muy interesantes, pero no se atreve. El guion es deslavazado y a la historia le falta coherencia global, da bandazos y no se decide a la hora de escoger la trama principal: el futuro del teatro de Buster, el concurso, la historia de los concursantes… Los personajes, de trazo grueso, carecen de la profundidad necesaria para que el espectador forje un vínculo con ellos, a los que acaba viendo sólo como cantantes de un concurso y no como hijos, padres, madres…

Finalmente, la cuarta película del director británico (de quien no he comentado nada porque parece no haber dejado mucha huella en la película) se diluye en   la indefinición y la desorientación de una historia que acaba dejándolo todo a expensas del efecto indiscutible, e indiscutiblemente manido también, de animales monísimos que cantan estándares del pop que levantan a los niños de sus asientos, pero que, probablemente, acaba teniendo en ellos y ellas consecuencias parecidas a las de los concursos de talentos, sean buenas o no.

Tal vez, el cine para niños en el siglo XXI infravalora a sus espectadores, que son pequeños, pero abiertos al desafío del cine menos adocenado.

Cantemos, pues.

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