En cierta forma podría decirse que la rebeldía es un rasgo propio del ser humano, cierto afán por decir “no” a las condiciones imperantes, por plantarle cara a la realidad, por enfrentar ciertas circunstancias y querer cambiarlas. La rebeldía, en este sentido, se puede expresar en distintos ámbitos, desde el personal y subjetivo hasta el social e histórico.

En la historia del pensamiento uno de los autores que mejor exploró tanto en la teoría como en la práctica las implicaciones de ser un rebelde fue Albert Camus, el filósofo existencialista que además de dedicar un libro al tema estuvo en general interesado (en su trayectoria intelectual y su vida) en las condiciones que hacen posible ese movimiento de sublevación que, por otro lado, es el impulso mismo de la existencia.

En L’Homme révolté (1951; conocido en español como El hombre rebelde), Camus define la rebeldía desde una perspectiva que recuerda en gran medida la “dialéctica del amo y el esclavo” que Hegel expuso por primera vez en su Fenomenología del espíritu y la cual a su vez fue retomada por Alexandre Kojève en uno de los seminarios más influyentes para el pensamiento francés del siglo XX. Grosso modo, Hegel sostiene que la Historia es la lucha constante entre un amo que busca siempre imponer sus condiciones de realidad y un esclavo que en algún momento toma conciencia de su esclavitud, renuncia a las condiciones impuestas por el amo y lucha por crear las propias. De manera muy parecida, Camus escribe:

¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice que no. Pero si se niega, no renuncia: es además un hombre que dice que sí desde su primer movimiento. Un esclavo, que ha recibido órdenes durante toda su vida, juzga de pronto inaceptable una nueva orden.

Significa, por ejemplo, “las cosas han durado demasiado”, “hasta ahora, sí; en adelante, no”, “vas demasiado lejos”, y también “hay un límite que no pasaréis”. En suma, ese “no” afirma la existencia de una frontera. Vuelve a encontrarse la misma idea de límite en ese sentimiento del rebelde de que el otro “exagera”, de que no extiende su derecho más allá de una frontera a partir de la cual otro derecho le hace frente y lo limita. Así, el movimiento de rebelión se apoya, al mismo tiempo, en el rechazo categórico de una intrusión juzgada intolerable y en la certidumbre confusa de un buen derecho; más exactamente, en la impresión del rebelde de que “tiene derecho a…”. La rebelión va acompañada de la sensación de tener uno mismo, de alguna manera y en alguna parte, razón.

En este par de párrafos es clara la similitud entre ambas perspectivas. Ya al inicio de este texto decíamos que, en esencia, la rebeldía puede entenderse como un decir “no”, pero es interesante también notar que éste ocurre acompañado de un “sí”. Al tiempo que se dice “no” a algo se dice “sí” a otra cosa que quizá no se vislumbra con claridad pero en la cual se tiene una profunda confianza. Desde una perspectiva hegeliana podría decirse que el esclavo, aunque no sabe bien a bien qué encontrará cuando se despoje del dominio del amo, arrostra ese riesgo, esa incertidumbre, en buena medida porque le ha perdido el miedo a la muerte, que lo mantenía subyugado.

Todos somos amos o esclavos, y a veces incluso podemos ostentar ambas categorías en distintos ámbitos de nuestra vida. Podemos ser amos de nuestro deseo pero esclavos de nuestros fantasmas. Sin embargo, quizá lo verdaderamente deseable, pero casi utópico, sería no ser ni lo uno ni lo otro, no imponer a otros nuestra visión del mundo pero tampoco vivir cegados por el dominio de alguien más.

Y es que quizá, después de todo, el verdadero fin de la rebeldía (su objetivo pero también su término) sería alcanzar ese estado de libertad plena en que incluso ser rebelde deja de ser necesario.

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