Encuentro

Ruben Mesias Cornejo
 

El vigor de la vida está penetrando en el interior del capullo restaurando las funciones del cuerpo que permanecía dentro. A continuación, la criatura extendió sus brazos y batió poderosamente sus alas para romper la frágil membrana que le apartaba del mundo exterior.
Cuando estuvo afuera se ocupó en calcular la cantidad de tiempo que había transcurrido desde su último despertar. Y el número de años que acudió a su mente le pareció tan desproporcionado que decidió recurrir a la evidencia externa para corroborar la exactitud de su cálculo.
Entonces sacó la cabeza fuera del capullo, y le echó un vistazo al polvoriento escenario que se encontraba debajo suyo. A su alrededor las paredes lucían endebles y ruinosas como si se hubiera olvidado el cometido para el que fueron construidas. Un poco más lejos los muebles parecían vetustos fantasmas socavados por la molicie.
En ese momento recordó por qué su demiurgo le había arrojado sobre este planeta. Se trataba de un experimento fallido, de una bioforma deleznable desarrollada para regular la demografía de un mundo en ciernes, que se reveló monstruosa a los ojos de su creador por su rapacidad incontrolable. Esa había sido la causa que originó su exilio en la Tierra. Su demiurgo quería que sucumbiera en las aguas del océano, pero el destino no estuvo de acuerdo con su decisión, y unos pescadores rescataron la cápsula, y la llevaron a la playa. Una vez allí la abrieron, y se encontraron con aquella forma horrorosa que los indujo a huir despavoridos, mientras la criatura se despabilaba adaptándose a la gravedad del planeta en el cual debería sobrevivir.
De pronto el recuerdo se difuminó y las necesidades del momento volvieron a ocupar un lugar preferente en su conciencia. Apenas concluyó la inspección, se convenció de que llevaba mucho tiempo en estado anabiótico (1). Sin embargo, una antigua propensión permanecía en su mente, y ahora que estaba despierto deseaba concretar su anhelo de usurpar un cuerpo ajeno..
Y  la vetusta puerta crujió denunciando que alguien se estaba acercando. Podía escuchar el ruido de sus pasos arrastrándose como una serpiente en medio del silencio acumulado .La criatura metió la cabeza dentro del capullo para vigilar al hombre que había invadido sus dominios.
Se trataba de un vagabundo que buscaba un lugar donde guarecerse de la intemperie. Y eso significaba que ya no se encontraba solo, entonces recordó la crispación que sentían los humanos cuando se enfrentaban con lo extraordinario. Pero era lógico que temieran lo inefable pues no podían servirse de la experiencia, ni de su razón para comprender el misterio que tenían ante ello. Y él como una criatura extraña a este mundo era una manifestación de un reino que transgredía los parámetros delimitados por la ciencia del hombre. Creer en su existencia era una cuestión de fe, una excitante paradoja que podría ocupar las cavilaciones de un erudito. Desde el comienzo de su existencia sobre este planeta había sentido necesidad del plasma de los habitantes de este mundo. Y así aquel líquido salobre se había convertido en la fuente que renovaba su energía cuando solía despertar. Y según presentía, aquel vagabundo tenía las venas repletas del líquido que deseaba beber
Abajo, el hombre que había turbado la paz de aquella ruina continuaba husmeando entre los escombros con la tenacidad de un espía. El lugar parecía excelente como albergue para pernoctar aquella noche. De todas las casas arrasadas por el diluvio, esta era la que mejor había resistido el embate, y también era la más notable. Era una muestra, un vestigio de la persistencia de aquella ciudad de adobe que había sido abatida por un alud de lluvias. Tal vez este detalle extraído del pasado le había atraído a esta vieja callejuela dormida, plena de soledad. Era como retornar a un estado de identidad primigenia que había extraviado, cuya historia se podía leer entre las ruinas que contemplaba. Pero el solamente buscaba una paz leve, de algunas horas, para equilibrar la tensión vivida en aquel mundo externo tan lleno de incógnitas que lo devoraban. No sabía si conseguiría sobrevivir. Tal vez la respuesta sería positiva si conseguía aprovechar de forma eficaz la enorme cantidad de víveres que había conseguido salvar de las lluvias y que milagrosamente se preservaban en los depósitos de los supermercados… El problema se agudizaría cuando se acabaran estas provisiones, entonces su conflicto con los perros y el resto de vagabundos entraría en una fase más álgida, que inevitablemente se decantaría hacia el canibalismo
Por ahora había disipado esos pensamientos lúgubres dejándose llevar por el azaroso camino que le deparaba su linterna. El haz erraba en medio del territorio sombrío escrutando aquel caos. Afuera, a lo lejos, su oído percibió el agudo grito de otro vagabundo atacado por una jauría de canes hambrientos. Paulatinamente sus gritos se fueron acallando y los gruñidos de los canes llenaban el éter con su ferocidad salvaje. En estos tiempos los perros se habían convertido en depredadores terribles, cuya astucia y habilidad resultaban difíciles de superar sino se contaba con un arma de fuego. Y para complicar las cosas hacía tiempo que la munición que las hacia temibles había dejado de fabricarse. Pero no era el momento para agobiarse con tantas preocupaciones. Lo importante era que había encontrado un techo bajo el cual guarecerse durante unos días
La prodigiosa invasión de la luz despertó los recuerdos más recónditos de la criatura. De pronto su cuerpo se agitó estremecido por la nostalgia. Se recordó a sí mismo, transitando por las angostas callejuelas empedradas por ciclópeos adoquines. La noche transcurría con parsimonia, levantando un tenue ruido entre el sopor del crepúsculo, mientras que en la esquina de la Calle Real una carreta movida por la fuerza de un asno se dedicaba a transportar el agua que necesitaban los vecinos. A todas luces la escena tenía la impronta de uno de esos veranos inclementes que solían afectar estas comarcas en aquellas épocas pretéritas… Y la criatura añoró entonces la caricia del sol posado sobre su cuerpo. Fuera de los límites de su poder, la criatura se percibió como una entidad monstruosa que se veía inducida a depredar la biosfera que lo acogía. Un problema, por lo demás, bastante habitual en los seres provenientes de ecosistemas diferentes. En cambio, el vagabundo que portaba la linterna era libre de moverse en cualquier espacio que fuera. Su aspecto y su fisiología no le impedían actuar sobre el proscenio de su mundo, pese a las contingencias que lo atribulaban. Oculta en su capullo la criatura percibió los pasos que proclamaban el enorme temor que habitaba en la mente de aquel hombre perseguido por sus semejantes. Sin embargo la horda de vagabundos paso de largo y sus tropelías no dejaron huella en el lugar, Y eso solo podía significar que la vida de aquel hombre continuaría su curso durante algún tiempo.
Entonces la luz de la linterna empezó a brillar entre la oscuridad y la criatura relacionó aquel fulgor con los destellos emitidos por una fuente de luz que incrementara su potencia conforme menguaba la distancia que los separaba. Y aquella luz horadó la oscuridad revelando la existencia de un voluminoso capullo que pendía del cielo raso como una vieja araña de cristal En ese momento, el vagabundo que había subido los peldaños de aquella escalera crujiente se dio cuenta de que tenía enfrente algo que trascendía su experiencia habitual.
 
Bruscamente, la criatura abandonó el capullo, desplegó sus alas y empezó a dar vueltas en torno a aquel hombre sobrecogido como si aguardara el momento para atacar. De pronto, el vagabundo imaginó que se hallaba ante una de esos repulsivos transgénicos que la catástrofe había liberado de sus laboratorios, y decidió defenderse blandiendo el revolver que había encontrado entre las ropas de un miserable al que desvalijó en las afueras de la ciudad. Tenía que eliminar a esa criatura cuya presencia estorbaba el derecho que creía haber ganado sobre aquel solar abandonado. De esta manera dominada por el deseo de suprimir al intruso siguió con su linterna la trayectoria que trazaba aquella monstruosidad. Y estaba a punto de disparar cuando advirtió que el cuerpo de la criatura tenía una tonalidad lívida como la de la luna llena, y que sus facciones eran toscas y sumamente pronunciadas como las de un simio. Su cabello largo y desaliñado le confería un aire autoritario y salvaje que estremecía a quien tuviera ocasión de contemplarlo. Sin embargo, el detalle más impresionante de aquella anatomía era la correosa membrana que reverberaba como la piel de un escualo, adosada a las prolijas extremidades superiores de la criatura, otorgándole la portentosa facultad de desplazarse en el espacio.
De pronto, aquel ser detuvo su vuelo y descendió ante él. En ese momento, el vagabundo dejó de contemplarlo con incredulidad. Su razón se había resquebrajado lo suficiente como para admitir la existencia concreta de esta clase de seres. Y ahora que se miraban, sus pensamientos se habían hecho diáfanos el uno para el otro, estableciendo el puente para realizar lo que uno de ellos deseaba.
—¿Qué diablos eres, maldita sea? —dijo el vagabundo — ¿Y cuál es el nombre que llevas? Si tienes alguno, horrible demonio…
Estas fueron las únicas preguntas que el atemorizado hombre se atrevió a formularle a la criatura antes de ceder ante la intrusión telepática que le impelió a soltar su revólver. Obviamente no hubo respuesta, pues aquella criatura no empleaba sonidos para comunicarse. En su mundo el lenguaje articulado era una herramienta obsoleta, remplazada por un código de imágenes que comunicaba sus intenciones de manera visual a sus receptores potenciales… Dominado por aquella forma de intrusión el humano cayó en un trance que lo dejó indefenso ante aquella criatura que lo había envuelto en su abrazo para succionarle algo más que su sangre… Sometido al poder de esa mirada de acero, el humano descubrió la naturaleza de sus sueños más delirantes. En el mundo de la criatura, soñar significaba ausentarse de las comarcas del tiempo y aproximarse a la matriz de la esencia con la mente despojada de símbolos. Poco a poco sentía cómo su psicoforma lo abandonaba hasta diluirse en la conciencia de la criatura que le estaba robando su cuerpo
La criatura despertó nuevamente y advirtió que aquel instante de comunicación había sido pleno. Había conseguido apoderarse del cuerpo de una forma de vida oriunda de este mundo, y eso significaba que su exilio había terminado. Por ese lado su necesidad estaba saciada, y a través del opaco cristal de las ventanas, observó el triste color de la madrugada. Detrás de los derruidos edificios el sol asomaba su llameante faz sobre el planeta, por un breve instante la nostalgia le indujo a buscar el cuerpo que lo había albergado.
Ahora el triste despojo que fue su cuerpo yacía de bruces sobre el rellano de la escalera, definitivamente libre de la permanente amenaza de calcinación que le había mortificado tanto. Ahora tenía el aspecto de un nativo y algo que hacer en el mundo. Verdaderamente era hermoso sentir que tenía la vida por delante para luchar por ella pese a las dificultades del mundo en el que se desenvolvería. Afuera le esperaban las ruinas, los perros y el resto de vagabundos que no tendrían ningún escrúpulo en destrozarlo apenas lo vieran salir. Sin embargo era imperativo hacerlo pues sus propias inclinaciones se lo aconsejaban.
Afuera le esperaban las ruinas, los perros y el resto de vagabundos que no tendrían ningún escrúpulo en destrozarlo apenas lo vieran salir. Sin embargo era imperativo hacerlo pues sus propias inclinaciones se lo aconsejaban. Además no era el mismo ser que ellos habían conocido y estaba dotado de ciertas facultades insospechadas para ellos.
Por eso cruzó la sala repleta de escombros, y atravesó el umbral en busca de la zozobra. Más allá la desfigurada silueta de la calle parecía traerle a la memoria un cuadro de las escaramuzas que había sostenido con los hombres que surgían de sus escondites, blandiendo sus navajas, con la intención de enfrentarlo.
(1). Anabiótico quiere decir inactivo. La criatura había permanecido en esa condición mucho tiempo.

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