Dos novelas en sitios inventados

Por Sonia Rico.

Será por algo que muchos escritores deciden situar sus obras en lugares inventados. Ciudades, pueblos, condados…que no podemos localizar en el mapa. La idea de crear un mundo propio donde todo lo que hacen tus personajes sea posible es muy atractiva y sin duda ha cautivado  a muchos literatos. Los ejemplos son numerosos pero hoy vamos a hablar de dos de esos “lugares”.

El primerísimo y más que conocido por todos es Macondo. En este pueblo Gabriel García Márquez deslumbra situando la acción de Cien años de soledad (1967).  Se dice que Macondo contiene a Aracataca (lugar donde nació y se crio el escritor) y Colombia entera y todo el Caribe con todos sus amores, desamores, locuras, santos, muertes, resurrecciones, frenesís, miserias…que allí suceden. Macondo resulta una perla que concentra todo ese espíritu mágico de lo imposible. Por eso nos gusta tanto.

La realidad es que García Márquez incorpora la palabra Macondo por primera vez entre 1948 y 1949, cuando escribe su primera novela: La hojarasca, publicada en 1955. Y lo hace así: “De pronto, como si un remolino hubiera echado raíces en el centro del pueblo, llegó la compañía bananera perseguida por la hojarasca. (…) hasta los desperdicios del amor triste de las ciudades nos llegaron en la hojarasca. (…) Después de la guerra, cuando vinimos a Macondo y apreciamos la calidad de su suelo, sabíamos que la hojarasca había de venir alguna vez. (…)

Aunque la verdad se remonta a su niñez cuando él ve que una finca junto a la vía del tren se llama Macondo. En Vivir para contarla escribe: “Esta palabra me había llamado la atención desde los primeros viajes con mi abuelo, pero sólo de adulto descubrí que me gustaba su resonancia poética. Nunca se lo escuché a nadie ni pregunté siquiera qué significaba. La había usado ya en tres libros míos como nombre de un pueblo imaginario, cuando me enteré en una enciclopedia casual que es un árbol del trópico parecido a la ceiba, que no produce flores ni frutos, y cuya madera esponjosa sirve para hacer canoas y esculpir trastos de cocina. Más tarde descubrí en la Enciclopedia Británica que en Tanganyka existe la etnia errante de los makondos y pensé que aquel podría ser el origen de la palabra”.

El segundo lugar inventado, de nombre impronunciable, es Yoknapatawpha. Creado por William Faulkner, escritor estadounidense que pertenecía a una familia tradicional y sudista, marcada por los recuerdos de la guerra de Secesión, sobre todo por la figura de su bisabuelo. A pesar de que su vida transcurrió en su mayor parte en el Sur, que le serviría de inspiración literaria, viajó bastante: Los Angeles, Nueva York, Nueva Orleans…

En el condado de Yoknapatawpha se sitúan varias novelas del Premio Nobel. Para su creación se inspiró en la geografía del condado de Lafayette, en el estado de Mississippi, en el sur de Estados Unidos, donde el autor pasó una parte de su vida.

Es escenario de «El ruido y la furia» (1929), «Sartoris» (1929), «Mientras agonizo» (1930), «Una rosa para Emily» (1930), «Luz de agosto» (1932) y «Absalón, Absalón» (1936).

En Absalón, Absalón (1936) aparece el mapa del condado de Yoknapatawpha (Mississipi): Superficie, 2.400 millas cuadradas. Población: .blancos, 6.928; negros, 9.313. William Faulkner, único dueño y propietario.» Allí podemos ver los ríos Yoknapatawpha y Taiamatchie, las Colinas de los Pinos, el Remanso del Francés, tierras que fueron en su mayoría de los indios chikasaw.

Se dice que “todo Faulkner sucede en Yoknapatawpha”, y aquellas páginas que parezcan no suceder allí, realmente sí suceden, porque el condado está hecho de la tierra de su propia tierra y de la sangre de sus propios sueños. Tierra Dividida quiere decir su nombre.

Como una forma de «recordar» a Yoknapatawpha, los seguidores de Faulkner van Rowan Oak, la casa donde el escritor vivió desde 1930 hasta su muerte en 1962. El lugar queda en Oxford, ciudad del condado de Lafayette, y recibe 30.000 visitantes al año, según William Griffith, curador de la casa museo.

Dan ganas de buscar de verdad esos lugares, de emprender una expedición con el fin de dar con ellos, de perderse para encontrarlos y los más románticos que lo hagan con un libro de estos autores entre las manos ¿Hay algo más mágico que un lugar inventado?

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