Eminente José Coronado en una valiosa obra de Alberto Conejero

Por Horacio Otheguy Riveira

Desdicha, redención, melancolía, crimen, historia de amor… asuntos fundamentales en una obra desarrollada como un afinado relato policiaco que se resuelve en el último tramo. El pasado y el presente danzando a la vez en un gran personaje al que José Coronado aporta una capacidad para muchos desconocida. Excelente actor por lo general encasillado entre hombres duros y/o peligrosos de diverso grado neurótico, con uno que otro toque de comediante, emociona aquí en el papel de un hombre bajo mínimos desde el primer momento, con un despojamiento sobrecogedor que se sigue con mucho interés sin dar pena. Nos mantiene alertas, interesados en su extraño proceso.

Tiene muchos matices, evoluciona desde lo más hondo y no queremos perderle ningún rastro. Y como si esto fuera poco, no puede decirse que la producción esté a su puro servicio, pues no hay ningún asomo de divismo. Por el contrario, se trata del feliz encuentro de una propuesta estética y emocional de alto vuelo con un gran actor, bien acompañado por tres intérpretes en papeles muy difíciles.

 

La melancolía como eje de una obra de teatro es muy difícil de encontrar, más allá de los simbolistas como Maurice Maeterlinck (Trilogía de la ceguera), y algunas piezas de Marguerite Duras (Los viaductos de Seine et Oise, La amante inglesa, El dolor). En España, hubo un tiempo de reflexión melancólica en piezas de Buero y de Antonio Gala; más cerca, una función reciente de José Luis Alonso de Santos (En el oscuro corazón del bosque). Sólo se trata de algunos recuerdos que me asaltan para comprender del todo la originalidad de este planteamiento por el que recorremos muchas de las angustias del personaje encarnado por José Coronado por los fantasmas de su pasado, los recovecos de su memoria, a través de un laberinto de circunstancias y personajes que, más allá de los recursos que bien domina el autor, surgen con naturalidad de las más profundas necesidades de la historia.

Allá en el fin del mundo, Ushuaia, capital de Tierra del fuego, Argentina, un alemán que vivió parte de la segunda guerra mundial, permanece aislado entre recuerdos omnipresentes que, en bien urdida obra de conflicto psicológico, sólo se comprenden al final, invitando al espectador a reconstruir en su propia memoria todo lo visto y escuchado.

Resulta turbador seguir los pasos de este hombre arisco, que no se explica, malparado («Si le preguntan por mí sólo diga que aquí vive un hombre triste»). Turbador y gran dominador de la intriga escénica, en Ushuaia, Alberto Conejero domina sus elementos con mano maestra, y el director Fuentes Reta ha sabido comprender los numerosos matices por donde se va despeñando un hombre que no ha conseguido llevar a cabo ninguna de las pasiones clave de su vida: la amistad y el amor. Culpa que se redime precisamente a través de ese amor que se le escapa de las manos, para volver a perderse en un autocastigo modélico por parte de quien podría ser un criminal de guerra o un desalmado arrepentido, pero que tal vez (ya lo descubrirá el espectador con la mayor inocencia posible) no sea ni lo uno ni lo otro. En cualquier caso, un tipo con una historia que se va tornando apasionante en la acción de sus vivencias, evitando los discursos explicativos.

Coronado transmite una fuerte tensión interior, siempre en un tono muy bajo, como si arrastrara los pies intentando esconderse de sí mismo, y sin embargo evoluciona de la manera más sorprendente: desde abajo en una caída sin freno hacia un doloroso estado de excepción. Arte mayor en la construcción de un drama a partir de sus despojos. Le acompaña un cruce de historias inquietantes, emotivas, tiernas, amenazantes… No falta de nada en un recorrido por la piel de una historia de nazismo en la Argentina donde se recluyeron numerosos criminales de guerra con protección del Vaticano y dinero a espuertas para el gobierno de entonces. Pues allí, en ese desangrado corazón sobre el que se han escrito cuantiosos ensayos y no poca literatura, en aquellos parajes donde, por ejemplo, nunca se encontró al doctor Mengele que experimentaba en cuerpos sanos la capacidad de soportar el dolor, y sí se pilló a Adolf Eichman, el gran gestor de los trenes rumbo a las cámaras de gas, entre muchos otros, en esa amalgama de bárbaros protegidos a cambio de dinero neonazi surge este Mateo fuera de circulación, sin antecedentes, brotado de la admirable imaginación de un escritor como Alberto Conejero que se acerca con valentía a una soledad políticamente incorrecta (mostrar el dolor de un hombre alemán, frente a la desmesura del Holocausto), pero que habla de lo humano y lo divino en unos términos de grandeza poética, riqueza teatral y trascendente propuesta en torno a terribles conflictos políticos que pueden vivirse de cerca sin pertenecer a ellos. Por otra parte, también se plantea, como en toda obra de arte, una experiencia solitaria como mero/profundo reflejo de la barbarie de una guerra con implacable ambición expansiva.

Alessio Meloni ya tiene un lugar destacado en el ámbito escenográfico. Parece sumergirse en los espectáculos para alcanzar dimensiones de coescritura en cada producción. Así, por ejemplo, en dos funciones de teatro-danza muy distintas: el doloroso intimismo de Chevi Muraday en El cínico, y la tremenda socialización de Danzad malditos, de Alberto Velasco. Esta vez hay árboles fantasmagóricos que son, a la vez, cálidos monstruos con los que el protagonista se siente protegido. Menudo clímax. La única pega quizás no la firme él al contar el escenario con una especie de pecera donde se producen efectos audiovisuales que, acompañados, de una música estridente se empeñan en subrayar lo evidente. Es el mundo interior de Mateo/Coronado, pero, ya digo, en un ambiente ya elaborado con muchos simbolismos este «apartado» distrae más que enriquece. Una decisión de puesta en escena que molesta pero no daña el conjunto en que otros elementos sonoros son bien recibidos y la iluminación de Joseph Mercurio resulta muy trabajada y elocuente.

Los actores Daniel Jumillas y Olivia Delcán conforman una pareja de compleja elaboración: tienen la dificultad de ser y no ser a la vez, fantasmas en la mente de otro, pero al mismo tiempo cuentan con un desarrollo muy interesante, aunque no lineal, a golpe de encuentros y desencuentros, siempre breves, a buen ritmo con una imprescindible posesión sexual, entre varios desafíos, así como una traición clave y un deseo más poderoso que toda razón, todo vivido bajo la ocupación militar nazi en Salónica, Grecia. Si este esquema tiene una gran dificultad, los intérpretes han de vérselas con una utilización del cuerpo y de las voces también poco corrientes, en una peculiar manera de encarar el melodrama por parte del director Fuentes Reta (Hard Candy, Cuando deje de llover). Con todo esto a sus espaldas, el logro de los intérpretes resulta más meritorio aún porque a primera vista no lo parece, dando una rara sensación de voces blancas en un paisaje que no les corresponde. Tienen sus personajes una ambigüedad muy bien comprendida por ambos, y si Daniel Jumillas despierta una curiosidad permanente porque va cambiando de rol y lo comprendemos sobre la marcha, Olivia Delcán seduce con las subyugantes armas de una muchacha menuda, casi adolescente, asumiendo el irresistible encanto de una engañosa inocencia. Sufre y busca su salvación a tientas, en otro alarde simbólico al que la actriz se aferra con éxito. Un espléndido trabajo que gana al recordar a aquella chiquilla vengativa, ciertamente feroz, de Hard Candy, tan opuesta a esta otra.

En el caso de Ángela Villar, como Nina, la única ajena a la historia de fondo, tiene en sus manos el personaje más realista de los cuatro, el único con los pies en la tierra, y aporta una segunda historia basada en conversaciones telefónicas. Otro elemento enriquecedor del autor: con muy pocos elementos ha creado una historia de amor y dependencia secundaria, incluyendo un personaje ausente del que ni oímos la voz, pero adquiere forma precisa. Ella es el aquí y ahora, y sin embargo no puede dejar de ser un eco del pasado, otra mujer prisionera de circunstancias que no ha elegido.

DOS COMENTARIOS AL MARGEN

1.- Entre muchos otros afluentes, hay uno que me llamó especialmente la atención, el interés literario del protagonista. Está perdiendo la vista y pide a su acompañante que le lea párrafos de Moby Dick, la novela que Herman Melville publicó en 1871 sin eco alguno, pero que con el tiempo se convirtió en un clásico de la literatura estadounidense, también llevada al cine en varias ocasiones.

En Ushuaia, se cuenta brevemente su argumento y una mujer lee un párrafo en voz alta. Es una novela con mucha testosterona cargada de símbolos sobre la cual se han escrito infinidad de interpretaciones. La lucha del duro capitán Ahab contra sus «malditos» hombres de a bordo en pos de castigar a la ballena que le desafió comiéndole la pierna, es muy sugestiva en el contexto de esta soledad tan teatral de un hombre muy lejos del mar, derrumbado en un bosque, e interiormente invencible.

2.- A veces se produce el fenómeno del cine y la televisión repentinamente reflejado en el teatro. El sábado 18 la representación gozó de un apoyo incondicional por parte de un público muy diverso que llenaba la sala. No voló una mosca, hasta las típicas toses estuvieron controladas, y no sonó un solo móvil ni hizo su aparición el ruido infernal de los envoltorios de caramelos. Tanta atención con un valor extra, pues había mucho público que no era habitual de este tipo de espectáculos, que se había molestado para ver al primer actor. Algunos de sus comentarios resultaron significativos: «Qué buena voz tiene Coronado»; «Yo esperaba otra cosa, pero qué bien, ¿no?». «La obra es rara, pero me gustó mucho». «Tardé en enterarme de qué iba, pero cuando le pillé el tranquillo me quedé enganchado». «Original sí que es, nunca me hubiera esperado ese final»…

USHUAIA

Dramaturgia Alberto Conejero
Premio Ricardo López de Aranda 2013
Dirección Julián Fuentes Reta
Ayudante de dirección Jorge Muriel
Intérpretes: Daniel Jumillas, José Coronado, Ángela Villar, Olivia Delcán
Escenografía Alessio Meloni
Iluminación Joseph Mercurio
Vestuario Berta Grasset
Sistema Audiovisual Néstor Lizalde
Música y espacio sonoro Iñaki Rubio
Fotografías: Javier Naval
Una producción del Teatro Español
Teatro Español. Sala Principal. Del 16 de marzo al 16 de abril 2017. 
Domingo 9 de abril: función especial con sobretítulos para personas sordas, y sobretítulos en inglés.
ENCUENTRO CON EL PÚBLICO: jueves 23 de marzo al finalizar la representación. Entrada libre.
 
 
 

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