Life (Vida) (2017), de Daniel Espinosa

 
Por Jaime Fa de Lucas.
Y así continúa la eterna búsqueda del blockbuster, cual reproducción cancerígena de células malignas. A efectos sociológicos podríamos hablar de una especie de rat race cinematográfica, productores que se suben al molinillo de su jaula como roedores y no hacen más que correr sin sentido… Aplicando una y otra vez la misma fórmula: convencionalismos narrativos, actores conocidos, grandes inversiones económicas… Todo con el fin de ganar dinero. El beneficio. Y uno se pregunta: ¿dónde queda el cine de verdad en todo esto? Y ellos no responden con palabras sino con productos: “ni lo sabemos ni nos importa”. Life, o Vida, del director Daniel Espinosa, pone sobre la mesa un presupuesto de 60 millones de dólares, un par de actores conocidos –Jake Gyllenhaal, Ryan Reynolds– y una historia cien mil veces vista para generar algo de entretenimiento y sacar un buen montante.
No cabe duda de que Life es entretenida, pasas el rato sin pensar y sin involucrarte demasiado, pero está totalmente vacía. No hay trasfondo psicológico, no hay reflexión filosófica, no hay impacto emocional… El espectador experimenta una especie de meditación con los ojos abiertos, la mente se concentra en el vacío que aparece en pantalla y aunque no se establece ningún tipo de conexión profunda, sí que se puede conectar con la esencia misma del atontamiento. Si algo logran los blockbusters es ponernos en contacto con la nada cerebral, ese punto estratégico de nuestra mente con el que vemos cosas sin verdaderamente observarlas; una técnica que la humanidad ha perfeccionado estos últimos años gracias a la ingente cantidad de basura comercial que llega a nuestros sentidos.
Life huele a refrito de Gravity y Alien, pero se trata de un olor que no se materializa, pues la película en sí misma no tiene sabor. Trama típica, desarrollo todavía más típico, alguna que otra decisión cuestionable por parte de los personajes, etc. Intenta rascar cierta relevancia social aludiendo a Marte, ya que es un tema de actualidad, y busca algún efecto visual fuera de lo común, y poco más. Las actuaciones son bastante planas, exceptuando la de Ryan Reynolds, que aparece aquí como si hubiera olvidado quitarse el disfraz de Deadpool. La indiferencia que produce la película es tal que ya no sé qué decir. Sólo me queda decir que no tengo nada que decir, algo que bien firmaría el propio Daniel Espinosa. Eso sí, el final lo deja bien calentito, allanando el camino para una secuela. Los bolsillos de algunos no tienen límite.

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