“La culpa”: intriga judicial con un psiquiatra bajo sospecha

Por Horacio Otheguy Riveira

Medicina psiquiátrica y psicoanálisis (dos actividades relacionadas, pero a la vez independientes que en esta obra asume en conjunto el protagonista) abundan en la sociedad estadounidense en una proporción altísima, de la que se alimentan todas las clases sociales, sobre todo las clases medias y altas, y de las que ha dado buena cuenta la literatura, el cine y el teatro, a menudo a la contra, mostrando aspectos oscuros de quienes, previo pago, adquieren el derecho de indagar en los aspectos más tenebrosos de sus pacientes.

En La culpa, de David Mamet (Oleanna, La anarquista, Muñeca de porcelana…), un muchacho asiste a una consulta con un profesional de prestigio hasta que es detenido acusado de provocar una masacre; entre una y otra situación, entre la última visita al doctor y los disparos a mansalva sucedió algo clave, decisivo, que sólo puede saberse si el médico testifica, presenta las notas tomadas en la travesía de la psicoterapia. ¿Qué pasó entre el joven homosexual y el severo especialista judío que busca socorro en las sagradas escrituras? En busca de una responsabilidad máxima que eche luz, el médico padece la crisis emocional de su mujer dependiente, y flota a su alrededor una amistad (¿estable o sospechosa?) con un abogado.

El asesino está detenido. Se aferra en culpabilizar a su psiquiatra de no tratarle con el debido respeto por su condición de homosexual. El joven nunca aparece en escena ni se escucha su voz, pero resulta omnipresente, centro neurálgico de un drama que expande su furia casi silenciosamente, según el estilo habitual en obras de David Mamet en las que los personajes son emocionalmente náufragos en un mar de dudas y debilidades que, en determinado momento, se entregan a una revelación, que en este caso vendrá en el tramo final, cuando el profesional en entredicho sea colocado en la peor situación posible; después de que la abogada del chico que produjo una matanza irracional le busque afanosamente, le cuestione con dureza, ansiosa por triunfar en su empeño:

«CHARLES

Soy un profesional médico, hice un juramento que…

SUSAN

Sí, ya, un juramento que solo le obliga con su paciente. “Todo lo que vea y oiga en el ejercicio de mi profesión lo callaré y lo guardaré con secreto inviolable”. El juramento hipocrático. Lo conozco, soy abogada y también estoy sujeta a un juramento, el mío se llama secreto profesional… Los jueces están obligados a actuar sin prejuicio y son instruidos para detectar cuando una opinión ha sido formada de antemano. Ése es su juramento.  Pero el hipocrático se basa en lo contrario: en que hay que formarse una opinión. En que el profesional DEBE formarse una opinión: se llama “diagnóstico”, y el juramento hipocrático le obliga a no compartir ese diagnóstico con los demás. ¿Sí o no?

CHARLES

Sí.

SUSAN

Entonces me está dando la razón. Porque en cada uno de los muchos casos en lo que usted testificó tuvo que haberse formado una opinión sobre la culpabilidad o inocencia del acusado que le contrataba.

CHARLES

Mi función no era acusar ni absolver sino explicar su estado mental. Y le vuelvo a repetir que ninguno de esos acusados eran mis pacientes. 

SUSAN

Pero podría decirse que “no le molestó” que alguno fuera culpable.

CHARLES

¿Perdón?

SUSAN

Digamos que no le importó.

CHARLES

No, eso no es así.

SUSAN

O dicho de una forma menos cruda…

CHARLES

¿Me puede dejar hablar?

SUSAN

Usted creía que era su trabajo y no tuvo objeción en testificar en su defensa a pesar de creerle culpable.

CHARLES

No. Lo único a lo que presté atención fue al estado mental del acusado, no a su delito.

SUSAN

Pero seguro que más de una vez pensó de alguno de esos acusados que era culpable.

CHARLES

Entiendo que el juramento hipocrático me exime de responder a esa pregunta. (…)»

Me atacan con injurias y calumnias

Para Charles (ningún apellido se hace presente, sólo sus nombres) es una víctima más de los poderosos medios de comunicación. Para el resto del mundo, la víctima perfecta de sus propios errores, o quizás, el perfecto chivo expiatorio de una sociedad que se harta de la intransigencia de los psiquiatras. Cuatro personajes giran alrededor de una trama que sólo se aclarará al final.

Del laberinto de los secretos y las necesidades de estos cuatro personajes surge un tratado sobre el sentimiento de culpa o el estado real de culpabilidad. En el marco de una legalidad bastante confusa es donde todo se fragua a salto de mata. Una función tan intensa como breve —solo una hora diez minutos— que, tras un desenlace preciso, deja en manos de los espectadores el análisis veraz de todo lo visto y escuchado en una serie de encuentros donde cada personaje aísla sus motivaciones más oscuras, pero todos tienen en común una manera de plantarse ante los hechos. Pero ¿y él?, ¿el médico psiquiatra que tuvo frente a frente en numerosas sesiones a quien se convertiría en un desalmado criminal? Posiblemente sus luces y sombras se encuentren agazapadas en los libros visibles en escena, perfectamente colocados en una biblioteca ideada por el escenógrafo Curt Allen Wilmer (Hamlet, Consentimiento, Muñeca de porcelana, Amazonas…): ejemplares que anhelan ser desposeídos de su silencio, siempre en penumbras, con un enrejado por donde llegan los personajes, también significativo. Teatro de tesis, simbólico en muchos aspectos, interpretado por cuatro profesionales muy dotados que han de vérselas con personajes más sugeridos que desarrollados.

Miguel Hermoso es el pétreo y en definitiva cínico abogado, Ana Fernández, la torturada esposa, Pepón Nieto el acosado protagonista (en un papel dramático de permanente tensión) y por último Magüi Mira —en los últimos años más presente como valiosa directora de espectáculos como Festen o Consentimiento— que saca buen partido a Susan, la abogada que presiona, que llega como antagonista bien armada de réplicas y contrarréplicas.

Miguel Hermoso, Ana Fernández, Pepón Nieto conforman un triángulo angustioso que resolverá de manera implacable Magüi Mira, como una abogada capaz de dar la última estocada.

Autor: David Mamet
Dirección: Juan Carlos Rubio
Versión: Bernabé Rico

Diseño de escenografía: Curt Allen Wilmer
Diseño de vestuario: Pier Paolo Álvarez
Ayudante de Dirección: Daniel de Vicente
Ayudante de Escenografía: Patricia Navarro
Ayudante de Vestuario: Roger Portal
Producción ejecutiva: Bernabé Rico

Una producción de: TalyCual en coProducción con: Pentación, NNCH y JCRC

Teatro Bellas Artes de Madrid. Del 8 de enero al 24 de marzo 2019.

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