EI ESCRITOR Y SU CURIOSIDAD (14)

                                             Un verso en el fondo del vaso

Escribe Gonzalo Hermo que en el sueño de un viejo sabio, un poeta tiene que elegir entre la poesía y la vida, y elige la vida  porque hay cosas que no pueden decirse con palabras. El problema es que ante este obstáculo, no todos los poetas o escritores se resignan y los más buscan camino para superarlo. Entre otras cosas, porque nada produce mayor placer que lo que cuesta un sudor. ¿Y si no se consigue? Ahí nace la frustración, del querer y no poder. Después viene la obsesión, el empeño por lograrlo. La vida de Kafka, en palabras suyas, siempre consistió en intentos de escribir, por lo general malogrados. No se quedó atrás Pessoa al declarar que lo que daba a la imprenta es siempre la sombra grotesca de la obra soñada o Flaubert, famoso por la búsqueda permanente de le mot juste, la palabra exacta. A esto añadamos la inseguridad propia que produce toda creación: después de todo el trabajo realizado ¿la obra tendrá algún valor? La crítica, el público, ¿la aceptarán?

La palabra rendición, sin embargo, se borró hace tiempo de los diccionarios de los escritores y todos piensan que, la mayor parte de las veces, las palabras adecuadas sí existen, sí pueden expresar todas las cosas. Están en la mente del escritor, huidizas, reacias a su salida. Hay que sacarlas. Con gancho, si es necesario. Darle valor al dicho de que lo imposible solo tarda un poco más. Otra cosa es el camino que cada uno haya seguido para alcanzar el objetivo. Todos pasan por el esfuerzo, por el trabajo incesante. También hay quien echa mano de alguna ayuda extra. Como una copa. O muchas, si hablamos de Bukowski y sus excesos. En un programa de televisión, en Francia, se bebió una botella de vino blanco de un trago y dejó al presentador de un aire.

-Cuando bebes, el mundo aún está ahí afuera; pero en ese momento no te tiene cogido del cuello, decía

De esto íbamos a hablar hoy, de alcohol y de escritores. Nadie piense, sin embargo, que este largo prólogo sirve como justificación de unos y de otros: no está en mi ánimo culparles ni redimirles. Cada cual es o ha sido mayorcito y con su pan se lo coma. La nómina de escritores amigos del alcohol es extensa, de todos es sabido, y cada uno habrá tenido sus razones o sinrazones. O quizás ni ellos las sepan. De todas maneras, ¿qué escritor o poeta no estaría dispuesto a un pacto con Baco con tal de dar a la luz la obra maestra que tienen en la cabeza? Eso es lo que insinúa algún autor a cuento de Hemingway y de su Pulitzer ganado a base de litros de ron y otros licores. Que le daba al daikiri como un boxeador al saco nadie lo duda. Incluso creó una versión del mismo, sin azúcar, pero con mucho ron, hielo picado, zumo de limón, pomelo y unas gotas de marrasquino. En La Floridita, La Habana, todavía lo recuerdan. Incluso se lo llevaba en un termo para beberlo cuando le apeteciera.

Hay quien piensa que en el fondo del vaso no se asienta la desesperación, sino una  alegría fresca y saltarina que contagia cuerpo y mente y viene a ser una especie de anzuelo en el que se prende el resbaladizo torso de la inspiración, el punto de arranque, la salida de la primera palabra. Una palabra sola no es capaz de definir el mundo pero, si sale, al menos habrá otro poema más que ayude o se acerque a esa definición. Recuerden que escribir es una tarea fácil hasta que uno se sienta a escribir. Y hay que superar ese momento trágico.

-El alcohol me ayuda, decía Juan Carlos Onetti. Eso sí, nunca escribió borracho como su maestro (en lo literario) Faulkner. Bebía porque le gustaba, sin más.

Como Jack Kerouac, uno de los líderes de la Beat Generation. Escribía y bebía, todo a la vez, en el café Vesubio, en San Francisco (mitómanos, aún existe, por si os dais una vuelta por allí). Bebió mucho y por eso murió antes de tiempo.

-Como católico no puedo suicidarme, de manera que me sirvo de la bebida para matarme lentamente.

El sarcasmo, de sobresaliente.

A Malcolm Lowry también lo mató el alcohol y una sobredosis de barbitúricos. Su obra más conocida, Bajo el volcán, es una historia triste que refleja a la perfección el descenso a los infiernos. El mescal y su gusano alucinógeno. Algo tendría que ver, también, su sentimiento de culpa. El libro, cual Ave Fénix, renació de sus cenizas después de haberse quemado en la cabaña canadiense donde vivía Malcolm y que luego pudo reescribir y publicar.

Cantaba un día el alma del vino en las botellas: / Hombre, para ti lanzo, desheredado amado, /en mi prisión de vidrio y mis lacres bermejos / mi canción que de luces y de hermandad se llena. Versos de Charles Baudelaire en sus celebradas Las flores del mal. En su momento fue considerada como una ofensa contra la moral pública. El vino y Baudelaire, siempre amigos. Como también lo fue -aunque en menor medida-  de Lope de Vega o mi admirado Quevedo (Que bebo, lo llamaba Góngora). Baudelaire, bohemio, poeta maldito y condenado, necesitaba vino y hachís para escribir

Hay que estar siempre borracho, decía. Para no sentir el horrible paso del Tiempo hay que emborracharse sin tregua. Pero ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, a vuestro gusto. Pero emborrachaos.

Antonio Tejedor García

 

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