CRÍTICA/ ‘La primera vuelta al mundo’, de Antonio Pigafetta

RICARDO MARTÍNEZ.

Corría el año del Señor de mil y quinientos y dieciocho (1518) cuando el marino Francisco Serrano escribió a Fernando de Magallanes, navegante también a la sazón, lo siguiente: “Ven al Maluco, amigo mío, si quieres hacerte rico en poco tiempo”. Y el aludido no solo atendió el requerimiento, sino que comandó la primera expedición que, históricamente, habría de ser el inicio de la primera vuelta al mundo en barco.

También habría de enrolarse para tan temeraria y seductora aventura el navegante italiano Pigafetta, luego protagonista literario por cuanto a él le cabe la honra de ser el cronista de tan enigmático y prometedor viaje. Así lo había de testimoniar después como legado para la posteridad: “Desde Sevilla fui a Valladolid, donde presenté a la sacra majestad de Don Carlos, no oro ni plata, sino algo que sería más apreciado por tal señor; entre otras cosas le ofrecí un libro, escrito por mi propia mano, que narraba todas las cosas pasadas día a día durante nuestro viaje”

Y la aventura bien es cierto que había de resultar épica por distintas razones, una de ellas el balance habido luego del recorrido, pues el 6 de septiembre de 1522 escribió: “El sábado entramos en la bahía de San Lúcar (de Barrameda) con sólo dieciocho hombres, la mayor parte de ellos enfermos. De los sesenta que habíamos salido del Maluco (donde se ubicaba la Isla de las Especias, el destino deseado para enriquecerse, pues allí obtenían ‘La canela, el clavo, la nuez moscada, el jengibre, el sándalo, el ámbar o el almizcle, todos estos sabores y olores que se tenían en gran aprecio, incluso, a veces, más que la seda o las perlas’) algunos habían muerto de hambre, otros habían huido a la isla de Timor, y otros habían sido condenados a muerte por sus delitos”

Y continúa, ratificando los datos de la heroicidad: “Desde que habíamos zarpado de aquella bahía (San Lúcar, 1519) hasta el día de nuestro regreso habíamos recorrido catorce mil cuatrocientas sesenta leguas, habiendo dado la vuelta completa al mundo, de levante a poniente” Es así que este año se conmemora (conmemoramos) el centenario de su periplo marino, nada menos que la circunvalación de la tierra a través de los mares, siempre sorprendentes, cuando no procelosos. Uno de esos ‘hitos para la humanidad’

El viaje, en efecto, lo habían iniciado “cinco naves con (casi!) trescientos hombres dentro, al mando del capitán general Fernando de Magallanes, que zarparon de Sevilla el 10 de agosto de 1519” La expedición tenía un objetivo muy concreto: encontrar el camino más corto para llegar al Moluco, a las islas de las Especias”. Había, pues, como trasfondo, un motivo evidentemente económico, un buen argumento para mover a tan ansiosas voluntades marineras. También, ha de decirse, el de la posible gloria futura.

¿Y cuál había sido el resultado después de algo más de tres años de la partida. Pues bien: ”sólo regresó al muelle sevillano la nave Victoria con dieciocho hombres ‘los más flacos y destrozados que podía ser’, gobernada por Juan Sebastián Elcano” Y añade a modo de conclusión “sin Magallanes”

Tanta distancia y avatares encerrarían no pocos lances de todo tipo, dura esperanza abierta a voluntades movidas por el interés y la gloria. Pero así había de ser. Por ejemplo, antes de alcanzar el paso o estrecho bautizado luego con el nombre del primer capitán de esta expedición, leemos de la mano del cronista: “Por la noche sobrevino una terrible tempestad que duró hasta el mediodía siguiente. Esto nos obligó a levar el ancla y fuimos de un lado al otro de la bahía (a merced del viento y de las olas) Las dos naves (exploradoras) tuvieron el viento en contra y no podían doblar el cabo (punta Anegada) que se forma al final de la bahía para regresar, (pues) y hubieran acabado por embarrancar. Una vez llegados al final de la bahía y ya creyéndose perdidos, divisaron una pequeña abertura que les pareció que era una ensenada. Desesperados, se metieron dentro y así descubrieron el estrecho (de Magallanes)

Otras veces, en jornadas más bonancibles, Pigafetta relata nuevas muy curiosas: “Los cocos son los frutos de la palmera; y así como nosotros tenemos pan, vino, aceite y vinagre, estos pueblos sacan cada una de estas cosas de estos árboles” O bien, cuando alude al lujo del rajá Siripada, escribe: “Al día siguiente, 9 de julio, el rey de esta isla nos envió un ‘prao’ (embarcación en lengua malaya) muy bello con la proa y la popa adornadas con oro” En cuanto a lo hallado en el lugar que había ejercido de móvil de tan intensa aventura, dejó escrito:”Todas estas islas del Moluco producen clavo, jengibre, sagú (que es su pan hecho de corteza de árbol), arroz, cabras, ocas, gallinas, cocos, bananas, almendras (más gordas que las nuestras), granadas dulces y sabrosas, naranjas, limones, batatas…

Así lo narra, y ha dejado constancia de ello, el caballero Antonio Pigafetta, que Dios tenga en su gloria, aunque solo fuere por esta bella descripción que, para la imaginación de coetáneos y sucesores, ha ensanchado el mundo haciendo en ello un bien incalculable.

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