67 Festival de San Sebastián. Capítulo 1

 

Por José Luis Muñoz.

Me he propuesto hacer ejercicio durante mi estancia en Donostia. No hablaré de mis desdichas para ubicar mi alojamiento en el barrio de Altza, que sí, está en lo alto. Así es que empiezo mi jornada cinéfila con 26 minutos pedaleando con mi bici de montaña, de colina en colina, desde el barrio de Altza al Kursal, unos cuantos kilómetros por parques, pistas y barrios desconocidos que me permiten descubrir, a mi pesar, otro San Sebastián. Después de tantos kilómetros toca pastel vasco, con ikurriña, y café con leche en un establecimiento muy próximo al festival que, como todo el comercio de la ciudad, hace su agosto con el evento.

Empezamos en K2. No el mítico pico del Himalaya en donde tantos alpinistas han caído al vacío sino el Kursal, su sala pequeña. En la categoría nuevos directores una película coreana. Está uno acostumbrado al cine de violencia y sexo extremo que viene de ese país de Extremo Oriente y me sorprende este drama llamado Scattered Night de Kim Sol y Lee Jihyoung, dos directoras de cortos que debutan con este largo, sobre un matrimonio en disolución y los conflictos con sus hijos pequeños que no aceptan esa separación. Él es encargado de un museo y ella da clases y es adicta trabajo. Lo mejor la interpretación de la niña que pone cara a Sumin. El resto muy costumbrista, minimalista, bastante olvidable. Hubo una docena de deserciones. Yo resistí.

Vamos con la sección oficial. Pasamos del K2 al K1. No hay más altura pero si una cola soberbia. Si en la coreana éramos cuatro gatos, aquí somos multitud para ver Blackbird, que se estrenará en España con el título de La decisión, película a concurso de la sección oficial, drama familiar americano de Roger Michel. Y degustamos un plato fuerte del festival aunque su argumento (una mujer, con enfermedad degenerativa, reúne a toda su familia para despedirse de la vida) me suene a una película noruega de Billi August, Corazón silencioso, premiada en Donostia en 2014. Melodrama éste como solo los norteamericanos, maestros en el género, saben hacerlo. Drama familiar con sonrisas y lágrimas, hermanas enfrentadas y secretos de familia que salen a relucir antes de que suene la campana. Film de cámara, rodado casi todo él en una mansión extraordinaria junto la playa, filmada con corrección por el sudafricano Roger Michell (Notting Hill) y que cuenta con interpretaciones de lujo a cargo de Susan Sarandon, Sam Neil (un actor que crece en atractivo y savoir faire con los años) y Kate Winslet como hermana recta frente a hermana díscola (drogadicta, lesbiana y suicida frustrada) que interpreta Mia Wasikowska. Escenas divertidas, como esa fumada de porros con la que la familia celebra una Navidad adelantada por voluntad de la que va a morir, y risas que se convierten en lágrimas cuando la matriarca obsequia con regalos personalizados, los últimos, a sus hijas y a su marido. Una crónica del buen morir, rodeado de los seres queridos, que es una acertada apología de la muerte asistida. No nos han enseñado a morir y debería ser materia de obligado estudio.

Pincho de tortilla y birra en la media hora que tiene este esforzado cinéfago antes de que empiece en los multicines Príncipe la película mexicana que va a concurso, Mano de obra, de David Zonana. Película de lucha de clases con final amargo. Unos obreros que viven en la pobreza extrema construyen para un ricachón una vivienda enorme. El hermano de uno de los obreros cae del andamio y muere pero su viuda no recibe indemnización porque, según los peritos, estaba borracho. Cuando se suicida la viuda, el protagonista decide hacer justicia, ocupa la casa lujosa, tras suicidar a su propietario, y la comparte con todos los que la construyeron. Lo que podría ser una sociedad idílica y ejemplo de autogestión proletaria se frustra porque los nuevos propietarios adolecen de los mismos vicios que sus patronos explotadores. La humanidad no tiene remedio.

El mejor Costa Gavras, el de Z, Estado de sitio, El camino de la traición o La caja de música, ha desaparecido. Le pasa un poco como le sucedía a Alain Resnais en su última etapa con sus comedias musicales olvidables. Curiosamente Costa Gavras es menos punzante cuanto más político quiere ser. Su último film Comportarse como adultos es una comedia bufa sobre la tragedia griega del rescate europeo, un relato cinematográfico de trazo grueso no muy lejano de algunos programas de humor de algunas televisiones. La película está inspirada libremente en un libro de Yanis Varufakis y el peculiar y díscolo ministro de finanzas griego es el protagonista de este sainete que tiene como personajes a Alexis Tsipras, Junker, Hollande, Merkel, Christine Lagarde y la Troika. Sabemos lo que sucedió. Los poderes facticos ajustaron al pescuezo de Tsipras la soga de la horca y él tiró de ella haciendo exactamente lo contrario del mandato popular. Costa Gavras no aporta nada en una película esquemática y plana.

Seguimos con la competición, cambiamos de cine y nos trasladamos del Príncipe al Principal, el que tiene más solera en sus butacas, y pasamos a ver la primera película española, Mientras dure la guerra, una coproducción hispano-argentina dirigida por el siempre solvente Alejandro Amenábar que nunca defrauda. El director vasco se mete en nuestra incivil contienda sin que la sangre ni las balas lleguen a platea. La violencia fratricida está en un segundo plano para ilustrar la caída del caballo del contradictorio intelectual Miguel de Unamuno cuando era rector de la Universidad de Salamanca y apoyó el Alzamiento Nacional, de lo que luego se arrepintió. Exquisitamente ambientada y bien rodada, junto a Miguel de Unamuno, al que Karra Elejalde pone voz, cuerpo y cara en la que es su mejor interpretación, asistimos a los tejemanejes de Franco (clonado por Santi Priego, que borda ese personaje mediocre de voz meliflua) con la Junta Militar para hacerse proclamar Generalísimo y jefe de estado, y al enfrentamiento de Millán Astray (otro aplauso para Eduard Fernández) y Unamuno. La cinta de Amenábar tiene momentos emotivos (la discusión retórica de Unamuno con su amigo y profesor de literatura antes de que lo detengan; y la magistral conferencia impartida por Unamuno en la Universidad de Salamanca y su profético “Venceréis pero no convenceréis”. La mejor película vista hasta el momento a la que le sobra cierto énfasis musical, made in Amenábar, innecesario en las escenas más relevantes.

Mi regreso a Altza es épico. De noche todos los parques, todas las pistas de bici y todas las colinas de San Sebastián son iguales. Pero si escribo esto es que he llegado.

 

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