‘Consuelo de la filosofía’, de Boecio

Consuelo de la filosofía

Boecio

Traducción de Eduardo Gil Bera

Acantilado

Barcelona, 2020

194 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

Recuperar la obra de Boecio (Roma, 480 – Pavía, 524) se antoja de un atrevimiento cabal. Cabal por la sensatez con la que se expresa, en una demostración de que la distinción entre forma y fondo, entre continente y contenido, es una mera especulación de los libros de texto de educación secundaria. Un atrevimiento porque durante su lectura abandonamos la burda realidad para enfrentarnos a la esencia de lo real: Boecio nos obliga a saltar desde las tribunas de falsos oradores a la petición de felicidad de nuestro interior.

Consuelo de la filosofía aparenta ser un diálogo, aunque en realidad es un monólogo con interrupciones. Se aproxima a Sócrates y refleja el espíritu de Séneca. Boecio pone en boca de un interlocutor, Filosofía, las razones de existir. Abandonando cualquier surco inútil que tracemos en la vida, cree que la filosofía es, en esencia, una herramienta de búsqueda. Pero, ¿qué es lo que anhelamos? Se trata de definir la felicidad, que es tan esquiva, para lo cual se esmera en desgranar qué es lo que jamás nos proporcionará la felicidad. La avaricia, por ejemplo, es una de las dianas en las que Boecio pone su atención. Nos anima a cultivar las virtudes más sencillas, las más humanas, las que no requieren de otra esencia que no sea lo mejor de la condición humana, y a mirar por encima del hombro, y hasta con lástima, la compañía de hombres codiciosos.

De hecho, ni siquiera pretende que codiciemos la felicidad. Por eso la filosofía se convierte en algo necesario, porque ayuda a estar en paz con nosotros mismos mientras consideramos que la felicidad es el mayor de los bienes. Para nuestra sorpresa, el libro destila descanso. Sí, porque al final, lo que todos buscamos es el reposo. Esa búsqueda no es un empeño de osados, no se trata de saltar al mundo como un Indiana Jones intentando conseguir el Santo Grial. Se trata de charlar con los amigos, entre los que se encuentra la sabiduría interior que en algún rincón de nuestra alma, de nuestro pensamiento, todos tenemos. ¿Cuál es la función de la sabiduría? Será el debate, el consuelo de no saber, de ir aprendiendo. Y para hacerlo nada mejor que el estilo depurado, didáctico, moral, como en el que se expresa Boecio y que tan bien ha sabido interpretar Eduardo Gil Bera.

En definitiva, se trata de una lectura que nos lleva al sosiego.

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