Reseña de «Los días hábiles», de Carlos Catena Cózar

Por Jesús Cárdenas.

La precariedad laboral no es un invento del siglo XXI; ha existido a lo largo de todos los tiempos. Pensar que las generaciones más jóvenes han sido las más perjudicadas tampoco es nuevo. Todo aquel que ha salido fuera buscando un primer trabajo o un cambio en su vida se ha topado con los mil y un problemas que provoca. La naturalidad con la que se enfrenta a la intemperie de los días laborables es motivo de que a Carlos Catena Cózar (1995, Jaén) el Premio Hiperión, ex aequo, con su ópera prima, Los días hábiles; un libro que ha tenido una difusión extraordinaria en distintos medios periodísticos y literarios.

El motivo principal nace del enfrentamiento con un contexto laboral desfavorable que conlleva la desilusión más allá de la desilusión, donde el futuro ha dejado de parecer ilusionante, carente de expectativas, falto de optimismo. Una poesía de la conciencia individual enfrentada a la inestabilidad y a las incertidumbres futuras que terminan por devenir en la poética del fracaso. La realidad descrita ha sido y sigue siendo vivida por los jóvenes españoles, por lo que necesita de un referente literario, Allen Ginsberg (y su célebre poema épico «Aullido»):

 

he visto a las mejores mentes de mi generación

destruidas por un contrato basura de cara al público

hombres y mujeres de ciencias emigrados al frío

indefensos son literatura ante tal paisaje

no puede escribir sobre el fracaso

quien no ha bajado al infierno.

 

En la sobrecualificación, en el potencial de saberes que adquieren nuestros jóvenes y que han de conformarse con un trabajo desacorde con el nivel de estudios, entendido como una perversión del mercado de trabajo, como se podría identificar cualquier empleado que elabora comida rápida:

 

me miro las manos y espero que alguien

reconozca a un ingeniero en mis modales

mi forma de construir la hamburguesa

desde los cimientos los materiales la estructura

el pan la carne el desengaño o este paisaje.

Fotografía: repertorio del autor

Catena Cózar vuelve a sus orígenes, al cobijo de su familia, al nombrar a su abuela, que simboliza el sacrificio, la responsabilidad y el trabajo, y, en última instancia, la generosidad y el amor infinito. Siente hacia ella tanto respeto que la atmósfera lírica cambia radicalmente: «en honor a la patria cuando murió mi abuela / pedí a mi madre que en lugar de Carlos me llamara Regalada Palacios».

Los valores de la honestidad y la dignidad están representados, también, en el sector primario, la agricultura. Enfrentado lo rural a lo urbano sale victorioso el primero, pues en el área de la ciudad surge el fatalismo que nos acecha: el consumismo. La conciencia del mal uso de la materia es un nudo de nuestro tiempo. Lo material es derrotado por la felicidad del que encuentra calma y paz en el terreno campestre. En estas, aparece nombrado un personaje, Ricardo, amigo de la infancia que prosperó, cuenta con un Mercedes: «único joven de éxito que conozco / he venido a preguntarte cómo vamos a aguantar / los cuarenta años de trabajo que nos quedan hasta jubilarnos».

Fotografía: repertorio del autor

Como liberación del daño busca el equilibrio necesario en la ironía: «he empezado a construir mi casa en el extranjero / un terreno en una ciudad irlandesa donde el sol / ocurre solo en el margen de los días festivos». El tono esperanzador escasea; no obstante, podemos encontrar algún que otro caso: «todo es para mejor / me digo siempre / es el mantra alrededor de la herida».

Los días hábiles está conformado por una sucesión de breves composiciones, cuya lectura se nos presta algo complicada, puede parecer un experimento formal o un gesto de rebeldía del autor hacia el lenguaje, ya que se olvida de las mayúsculas y de todo signo de puntuación. Paralelamente al tobogán de emociones, queda reflejada, también en la musicalidad irregular de los versos, que parecen fruto de una exhalación en un continuum. Tales riesgos podrían estar compensados con el hábil empleo de la ironía y el humor que destila quien ha dejado atrás la experiencia laboral.

Carlos Catena Cózar ofrece la cara B de esos otros jóvenes vividores que no dan un palo al agua, ofreciéndonos fragmentos sobre los que reflexiona el lector, que los encontrará tan naturales como actuales. El resultado es la frustración vivida y el posible consuelo, pero también el lector que lo ha sufrido en sus propias carnes le transmitirá la solidaridad y la falta de renuncia. Para finalizar, reproduzco uno de los fragmentos que se quedan clavados:

 

agradecido al progreso y a la ciencia

y consciente de que ningún tiempo pasado fue mejor

idealizo la edad clásica como un lugar

donde todo lo que hoy me hace infeliz

aún no existía

 

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