Teatro para leer con Ramón Paso junto a Oscar Wilde y Bram Stoker

Por Horacio Otheguy Riveira

En impecable publicación de Éride ediciones, renacen dos espectáculos de la Compañía PasoAzorín estrenados en la pasada temporada. Tras su obligada desaparición de los escenarios —se esperan reposiciones y gira de ambas funciones, dado el éxito obtenido— , ahora el talento del autor de las versiones, Ramón Paso, adquiere variedad de tonalidades.

Si el espectador de teatro es un espécimen que no ha desaparecido, a pesar de tanta sobreabundancia de tecnología, se debe en gran medida a la mitológica Éride (a quien rinde homenaje esta editorial), diosa de la Discordia que imprime vigor de réplica, de lucha pertinaz por sostener la diferencia, el honor de los que a punto estuvieron de desaparecer pero siguen al frente, vigorosos y divertidos.

Una Discordia diferente es la del buen espectador de teatro, obligado desde su butaca a poner en marcha todos los sentidos, balancearse en ellos y dejar que muchos elementos audiovisuales entren en su modus vivendi y él se encuentre capaz de dar una respuesta con firmes o alicaídas ovaciones. Pues bien, la lectura de estas obras permite ir más allá: abundar en preciosas situaciones que se escaparon en un solo visionado, regocijarse en diálogos brillantes, ingeniosos, divertidos, que escapan al público a la velocidad del rayo… y sobre todo, invita a deambular como por una cornisa muy excitante con lo mejor del teatro: sus personajes, esos seres que en escena resultan fugaces, pero que, ya impresos comparten con nosotros muchos momentos, pues ya no se marcharán jamás, se quedan para confrontar la verdad con la duda, la belleza con la fealdad, la naturaleza confortable del amor con la hiriente, pero a menudo luminosa, presencia de la discordia, el desacuerdo, el vigoroso encanto de las emociones descubiertas como si fuera por primera vez.

 

Éride ediciones.
Cartel original del estreno.

Primero se estrenó la obra de Wilde en la sala principal (Cándido Lara) del Teatro Lara a finales de agosto de 2019. En la misma sala tuvo luego varias reposiciones.

Fue un acontecimiento del que en estas mismas páginas dejé constancia: Ramón Paso enaltece a Wilde con la versión de una de sus mejores comedias.

He aquí el breve prólogo que firma Ramón Paso al mejor estilo de Wilde:

 

 

PRÓLOGO

La acción transcurre en Inglaterra, en 1895.

 

Vestidor en la casa de lady Bracknell. Se trata de una pieza de aspecto íntimo, dispuesta para que cualquiera la pueda visitar. En escena, vestida para salir, caminando de un lado para otro, con cierta inquietud, se encuentra lady Bracknell, la cual es una mujer elegante, de gesto duro y mirada inteligente. No baja de los cincuenta años. Suena el reloj dando las doce.

Lady B.               Gwendolen, querida, si bien es cierto que un leve retraso otorga un toque de elegancia en las visitas, también es cierto que llegar una hora más tarde de lo acordado, indica, sin lugar a dudas, un absoluto desprecio por los relojes. Y una sociedad que desdeña el uso horario es claramente una sociedad de salvajes. Lo cual explica por qué resulta tan poco habitual ver salvajes tomando el té de las cinco. Cuando digo salvajes, me refiero naturalmente a cualquier habitante de ese invento que llaman Estados Unidos.

(Gwendolen, una muchacha de veintisiete años, interesante y con la mirada viva, sale a escena aún a medio vestir, en combinación).

Gwendolen.        Te aseguro, mamá querida, que es un acto de inenarrable crueldad obligar a una jovencita a elegir vestido. Esta situación está afectando a mis nervios. Espero no acabar poniéndome insoportable.

Lady B.               ¿Tienes pensado que lleguemos a lo largo de hoy a nuestra cita con Algernon o la pospongo con carácter indefinido hasta que concretes cómo deseas ir vestida?

Gwendolen.        La moda me crea tanta pereza que iría desnuda a todas partes.

Lady B.               Te resultaría imposible conseguir un sombrero que combinase.

Gwendolen.        Prefiero no llevar sombrero a aburrirme un solo segundo.

Lady B.               Te advierto que estas mismas excentricidades de las que presumes ya las cometí yo cuando tenía tu edad. Y lo único que saqué en claro fue acabar casándome con tu padre. Así que no me queda otro remedio que desaconsejártelas. Estamos en una época tan profunda que lo único que constituye un interés social es el desnudo femenino.

(Mutis de Gwendolen).

Lady B.               Por eso, unos y otras gastamos cantidades indecentes en vestir a la mujer. Adivino, querida Gwendolen, que si la mujer se aviniese a caminar desnuda por las calles perdería inmediatamente todo su interés. Lo cual haría que fuese imposible que una mujer se casase, privándonos del mayor placer de la vida… enviudar. La verdadera felicidad conyugal comienza con la muerte del marido.

Gwendolen.        (Surgiendo de entre cajas) Pues te diré, mamá, que la muerte no entra en los planes de papá. Así me lo ha comunicado en el desayuno.

Lady B.               Los maridos realmente amantes de sus esposas tienen la delicadeza de morirse, al menos, veinte años antes que nosotras. Tu padre, gozando de una mala salud envidiable, aún no se ha muerto, de lo que se deduce que no me quiere lo más mínimo. Su manía de aferrarse a la vida constituye, sin duda alguna, una impertinencia.

(Gwendolen sale a escena ya vestida, pero sin los complementos).

Gwendolen.        Yo no podría vivir sin amor. Si tuviese que vivir sin amor, me moriría en el acto. No se me ocurriría solución mejor.

Lady B.               Sin amor se puede vivir perfectamente. Lo que resulta claramente imposible es vivir sin una renta holgada.

Gwendolen.        Te diré que yo aspiro a una vida repleta de amor y de la pasión más arrebatada. ¿No te sucedía algo similar en tus años jóvenes?

Lady B.               Reconozco, con cierto sonrojo, que sí.

Gwendolen.        ¿Y qué hiciste?

Lady B.               Fui al médico. El cual no dudó en recetarme unas inyecciones.

Gwendolen.        Yo no soy como tú, mamá.

Lady B.               Todos los jóvenes piensan que no se parecen a sus mayores, hasta que se convierten en sus mayores.

Gwendolen.        Esa vida no es para mí. Yo espero aventura. Por eso he decidido casarme con el primer canalla con el que me cruce.

Lady B.               Eso hemos hecho todas, hija mía. Cuando yo me casé con tu padre era un canalla absoluto. Desafortunadamente, el matrimonio le volvió formal. Si quieres ser original, busca a un hombre honesto.

Gwendolen.        ¿Un hombre honesto?

Lady B.               Eso sí constituiría una rareza en nuestro tiempo. Eso y la puntualidad. La moda de la impuntualidad ha llegado a tales extremos que hace cinco años que no he visto empezar ninguna comedia en el teatro. Vamos, niña, date prisa, o correremos el riesgo de crear una nueva moda: quedar para almorzar… y no aparecer jamás.

(Las dos inician el mutis, mientras comienza a hacerse un…).

Oscuro.

 

 

 

Un reparto formidable se ocupó de dar vida a personajes inolvidables:

Paloma Paso Jardiel,

Ana Azorín, Inés Kerzan, Ángela Peirat, Jordi Millán, David Degea, Guillermo López Acosta.

*** *** ***

Drácula. Biografía NO autorizada

Éride ediciones.

 

 

Estreno en la sala principal del Teatro Fernando Fernán Gómez del Centro Cultural de la Villa de Madrid (Sala Guirau) del 9 de enero al 9 de febrero 2020.

 

 

 

 

El 2 de febrero 2020 se publicó la crítica en CULTURAMAS:

Jacobo Dicenta-Inés Kerzan en la cima del singular “Drácula” de Ramón Paso

 

«(…) La propuesta queda en manos de un reparto sólido, como suele ocurrir en esta autoexigente Compañía. Esta vez se enaltece con dos protagonistas que refunden el ánimo perverso del propio original y consigue  meterse entre sus piernas con la ternura de dos adolescentes fascinados consigo mismos y el dolor de dos adultos que saben que su amor ha de ser irremediablemente angustioso.

(…) Del maremágnum de fascinaciones y despropósitos de una historia original surgida de hechos reales a partir de «Vlad, el empalador», bravío guerrero del siglo XV, se llegó al siglo XXI con múltiples versiones vampíricas del terror a la dulce perversión de las fantasías sexuales en proporciones sobrenaturales, incluso en la creación de la cándida trilogía de enorme éxito donde más bien la cosa se mira y no se toca («Crepúsculo»…). Entre tanto material, Ramón Paso se debía una satisfacción y para ello se bate a duelo consigo mismo. Al fin lo comparte con el público con la certeza de que hay algo poderoso que cautiva  en el trayecto del no muerto y su búsqueda perenne de una mujer excepcional: la búsqueda del amor eterno».

Reparto completo para todas las representaciones:  Jacobo Dicenta, Ana Azorín, Juan Carlos Talavera, Inés Kerzan, Ángela Peirat, Jordi Millán, David Degea, Ainhoa Quintana, Lorena De Orte, Guillermo López-Acosta, Laura De La Isa.

ACTO SEGUNDO

ESCENA 1. GALERÍA DE RETRATOS.- CASTILLO DRAKUL, VALAQUIA. 1895.

(Drácula pincha música, mientras la iluminación cambia. Música moderna. Renfield, vistiendo ropa de época, sale a escena. Observa los cuadros que la rodean. Parecen moverse a su alrededor).

Renfield.             El pecado puede esconderse bajo una apariencia impecable.

(Drácula, desde la plataforma, realiza labores de guía. Renfield se gira de golpe, asustada).

Drácula.              ¿Qué le ocurre, queridísima mía? ¿Se siente mal? Ya le avisé de que algunas de estas habitaciones llevaban tiempo clausuradas y su aire podía resultar nocivo para… la vida.

Renfield.             No, no ocurre nada. Es sólo que me pareció… ¿Qué es eso que se mueve al final de la galería?

Drácula.              Allí no hay nada… ¿O se refiere al cuadro grande?

(El retrato de Erzsébet avanza hacia ella, que se queda embobada en su contemplación).

Drácula.              No diré que se trate tan sólo de su imaginación, señorita Renfield, pero, si de verdad vio algo… debió de tratarse de algún gato perdido.

Renfield.             Lo que yo he visto era más… grande. ¿Quién es esta muchacha?

Drácula.              Mi bisabuela.

Renfield.             (Tocándose el cuello) Es idéntica a la señorita que me visitó la otra noche en mi alcoba. Aquélla de la que le hablé y que usted tachó de pesadilla…

Drácula.              Entonces, el misterio está resuelto. Se trata de Erzsébet. Mi sobrina. La pobre vive aquejada de una terrible enfermedad. Se cree la reencarnación de mi bisabuela. Y es verdad que existe cierto parecido.

Renfield.             (Observando el retrato de Erzsébet) Es de una belleza tan… pura.

Drácula.              Mi sobrina es poseedora de ese extraño tipo de belleza que puede volver locos a los hombres y… a algunas mujeres.

Renfield.             (Mirando otro cuadro) Su semblante es temible.

Drácula.              Mi padre… Vlad II, Drakul, el dragón, me entregó a los turcos, siendo yo niño, como rehén, para garantizar la paz. Y detrás de él, Atila, el primero de mi sangre. Los hunos eran descendientes de las brujas escitas. No resulta extraño que nosotros amemos y odiemos más apasionadamente que… los otros mortales.

(Renfield, en el baile de retratos, se ha fijado en el de otra mujer).

Renfield.             ¿A quién pertenece este retrato?

Drácula.              Una prima lejana. La sangre de los Drakul corría por sus venas. En mi familia ha sido tradición que los hombres tomen a sus parientes como esposas. Cuando no ha sido así, las mujeres han vivido poco tiempo y los niños rara vez han alcanzado la edad adulta. (Señalando el retrato) Desde niña era una de esas mujeres que tienen el corazón de los hombres en su mano, y juegan con él a su antojo… Toque el marco…

(Renfield le mira. Precaución).

Drácula.              Tóquelo, querida amiga.

(Renfield obedece).

Renfield.             (Viendo lo que narra) Se casó… se casó con un joven… un hombre que dirigía ejércitos. Ambicioso general… Implacable.

Drácula.              Josefine comprendía que cualquier don de la naturaleza es, al fin y al cabo, poder. El arte, el valor, la sabiduría, la belleza… ¡poder! Ese cuadro fue pintado antes de la coronación de Napoleón. Un regalo.

Renfield.             (Mirando otro cuadro) ¿Y ella? Su cara me resulta vagamente familiar. Como si la conociese. No, no es eso. Creo haberla visto en… ¿ilustraciones? ¿Puede ser?

Drácula.              Mircalla de Karnstein. También conocida como Carmilla. Y allí, Clarimonde, la muerta enamorada, perversión de hombres santos.

(Renfield se acerca a otro cuadro, el de una mujer idéntica a Mina).

Drácula.              Toque ese otro marco. ¿Puede leer en él?

Renfield.             El poder. Extendiéndose por el tiempo… Ella era… su nombre se pierde en la bruma… Era como usted… Drakul. ¡Una princesa!

Drácula.              La naturaleza nunca descansa, señorita Renfield, constantemente intenta crear algo más refinado, malgastando mucho material, mientras selecciona y desecha. En ocasiones, una vez por generación, el trabajo da resultado, la familia florece y la élite queda revelada.

Renfield.             Ella se casó… con un noble. Alguien oscuro, solitario, huido de una pesadilla. Cruel, pero… la amaba con todas sus fuerzas.

(Drácula desciende de la pasarela).

Renfield.             Participaba del gobierno y de la grandeza de su príncipe. Decidía sobre la vida y la muerte con templanza y dedicación. El uno se reconocía en los ojos del otro. Era como si dos fuegos se hubiesen encontrado. Un amor tan cortante como el odio más amargo.

Drácula.              (Emocionado) Continúe.

Renfield.             El cabello de él, ensortijado… la nariz afilada, los pómulos marcados, y los ojos, feroces… Ella era una de esas mujeres hermosas, cuya vida resultaba demasiado rica como para tener un solo hombre.

Drácula.              (Dolido en el recuerdo) Demasiado rica.

Renfield.             Tuvo un amante. Un hombre de la montaña. Las brasas del amor por su marido no se habían extinguido, pero empezaban a consumirse.

Drácula.              (Con la voz rota a su pesar) Él la amaba. Siempre la ha amado.

Renfield.             Sospechaba… La hizo vigilar… Una noche irrumpió ante ellos.

Drácula.              ¿Y qué más?

Renfield.             Les encontró, juntos, desnudos, en el lecho… Ninguno habló; sólo se miraron. Ciego de dolor, abandonó a los amantes. Mandó tapiar las puertas de la habitación ultrajada. Las mandó tapiar… con su mujer y su amante dentro. No tenía intención de matarles de hambre ni de sed, pues no les faltó ni agua ni comida.

Drácula.              (A punto de llorar) Se dice que se encargó él mismo en persona.

Renfield.             Convirtió su amor en condena. Enterrados en vida, al principio, el joven montañés se sintió como un rey, teniendo a la princesa para él solo, viviendo en un castillo. Y ella… ella era demasiado orgullosa para reconocer el terror que se iba apoderando, poco a poco, de su alma, al verse emparedada en vida. Pasaron meses, años… La fuerza de las emociones de la princesa acabó por consumir a su amante. Gritos. ¡Se oyen gritos! Gritos de hombre… y llantos de mujer…

Drácula.              Ante un encierro tan prolongado… algunas personas mueren, otras, enloquecen.

Renfield.             Ella… le mató… Asesinó a su amante, y cuando su príncipe entró en la habitación sellada, ella, mirándole a los ojos, se cortó el cuello…

Princesa Drak.   Maldito serás entre todos los hombres, mi príncipe, porque nunca volverás a conocer el amor.

Renfield.             Sangre… Todo se llena de sangre… Y él… él…

Drácula.              ¿Qué hace él, Alisande?

Renfield.             Él se la bebe. Loco de amor se bebe la sangre, que brota del cuello de su esposa muerta, de la única mujer a la que ha amado… Consume su sangre, en un fútil intento de beberse su vida, para contenerla en sí mismo. Se bebe su sangre…

(Renfield deja de tocar el cuadro y mira a Drácula).

Drácula.              (Limpiándose las lágrimas, sin afectación) Y se condena.

(Renfield observa un cuadro en el que Drácula está junto a la Princesa Drakul. Silencio. Renfield grita con todas sus fuerzas).

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Más Teatro para leer de Ramón Paso en CULTURAMAS:

El síndrome de los agujeros negros, Terán Libros

Perversión Medea, Editorial Agapea

Retablo pánico, Editorial Dalya

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