Una letra más. Sobre los aforismos de Ángel Crespo

Demetrio Fernández Muñoz.- La publicación compilatoria de textos de un autor que puedan enmarcarse bajo el rótulo de determinado género literario debe interpretarse como síntoma de buena salud tanto del autor (al menos, dentro de la historia literaria) como del género (ídem) en cuestión. Por lo que concierne al aforismo, en una potencia inusitada desde los albores del siglo XX, el prácticamente páramo en estos terrenos de la publicación parece que empieza a germinar gracias a la aproximación, acertada aunque inconstante, de editoriales que se han encargado de ampliar esta faceta de visibilidad para el género. En el reciente tramo del XXI, sellos como como Calambur (con Los aerolitos de Carlos Edmundo de Ory, en 2005), Visor (con los Sofismas de Vicente Núñez, en 2008), Random House (con Campo de retamas de Rafael Sánchez Ferlosio, en 2015) o Trea (con Suma breve de Miguel Catalán, en 2018) han tomado las riendas en esta empresa de publicación de obras aforísticas completas.

En esta ocasión, el turno es para los aforismos de Ángel Crespo. En octubre del 2020 Apeadero de Aforistas junto con Themata Editorial han publicado en su colección Gnomon Escrito en el aire, una recopilación de la totalidad de sus textos aforísticos entre 1975 y 1995. El volumen reúne las diferentes colecciones que Ángel Crespo dedicó al género a lo largo de su trayectoria (“Con el tiempo, contra el tiempo”, “La invisible luz”, “Escrito en el aire” y “La puerta entornada”, esta última, con parte de textos inéditos). Cabe destacar también que, por si no bastase con el sustento de la propia obra que se nos presenta, el experto en los lances del aforismo Manuel Neila aporta un enjundioso prólogo, donde se reflexiona tanto sobre la cuestión bizantina de la definición del aforismo como sobre el análisis particular de la poética que se destila del propio trato que ejerce Ángel Crespo sobre el género. En esencia, Manuel Neila destaca de la aforística de Ángel Crespo “la agudeza de la expresión”, la tendencia a la temática estética, la inclinación hacia la metáfora a través de la frase apofántica y la nutrición conceptual a partir de la analogía y la ironía, “principios estéticos de la modernidad”, según sus palabras; características todas estas que nos meten de lleno en la tipología del aforismo moderno del siglo XX.

Pese a que, como entiende Antonio Colinas, tanto el nombre como la obra de Ángel Crespo “rompen el tópico de las generaciones”, y su efecto en el devenir de la literatura española podría tildarse de mariposa (en el sentido de que pasó y traspasó decisivamente sin impulsar en primerísima fila aquellos jalones a los que asistieron sus letras y la proteica labor de su humanismo), también resulta evidente que su aforística adolece (sin que ello sea grave), en la gran mayoría de sus ejemplos, de inmutabilidad. Es más, bien con una lectura azarosa y caótica, bien con una ordenada y lineal (a ambas invitan un libro de aforismos), bien atiborrándonos, bien seleccionando, paladeando o engullendo, leídos rápidos o presto, los textos de Ángel Crespo suponen un goteo común a modo de “lluvia eterna, maldita y despiadada, / de ritmo y calidad jamás varía” (Divina comedia, III), que acaban por formar una estalactita conceptual. Voluntaria o involuntariamente, el resultado mantiene relaciones de consanguineidad con los códigos y los tópicos de la tradición aforística hispánica.

Así, más allá de deducciones de cajón, como la adscripción de Ángel Crespo a las tutelas juanramoniana, machadiana y bergaminiana en los terrenos del aforismo (los títulos “Con el tiempo, contra el tiempo”, “La invisible luz” y “Escrito en el aire”, colecciones que, para más INRI se publicaron formando parte del poemario El ave en su aire, hablan por sí solos), cabe resaltar que sus textos inciden, esencialmente, en visibilizar el sistema cosmogónico sui generis por el que se rige el discurso aforístico, en general, y el hispánico, en particular. Enano a hombros de gigantes, Ángel Crespo continúa una especie de poética permanente del aforismo en nuestras letras que se caracteriza por manifestar una filosofía de la sospecha (“La poesía niega el diccionario” encontramos entre sus aforismos), expresada en una lógica de la paradoja, en una ubicación dislocada y, sobre todo, en un cromatismo descreído en el que la luz abandona la exclusividad como símbolo de la razón. Ángel Crespo lo tiene claro tanto cromática (“Oscuridad […] no quiere decir falta de lucidez”), como espacial (“El poeta es como un cazador que tiene un arco y un rifle: lanza las flechas al aire y las persigue a balazos”) como lógicamente (“La poesía consiste en ser exacto con lo inexacto sin convertirlo en exacto”).

En términos platónicos, se concibe, por tanto, que no hay ni un afuera ni un arriba de la caverna, incluso que no existe tal o cual caverna, rompiéndose así las coordenadas dicotómicas, comúnmente establecidas e impuestas, como orden del cosmos y de sus diferentes patrones. El mundo es un ser a horcajadas sin tierra firme que, en palabras del mismo Ángel Crespo en su poema Ofrendas, “No es que no tenga luz, pero sus rayos / deben llegar a donde no ilumina / el fuego general –al subterráneo de cada vida, al breve paraíso / que brota de su sed como un relámpago”. Acorde con esta perspectiva, sus aforismos enuncian esta significación del mundo a partir de una forma que encaje con el contenido. Ángel Crespo llama a esta expresión “poesía estalactita” (opuesta a la “poesía flor”), posible imagen certera del quehacer literario del aforismo, tanto en el fondo como en la superficie. La poesía flor se marchita y fenece cuando pasan sobre ella las sombras de lo profundo, de las cuevas del hombre y de las cosas. La poesía estalactita es bella en las entrañas del mundo, y cuando se expone al sol o penetra en sus antros una luz cualquiera, resplandece y muestra su permanencia. La poesía flor responde a la lluvia con prisa y aprisiona dentro de sí las aguas exteriores. La poesía estalactita se sirve de esas mismas aguas –una vez interiorizadas– y la deja gotear y ausentarse para quedarse sola en su cuerpo continuo, apretado, improfanable.

Así, pese a la originalidad del planteamiento anterior, Ángel Crespo está inmerso en una tradición aforística. De hecho, para este autor, “el poeta grande no evita los lugares comunes porque sabe usarlos con magnanimidad”, y así lo cumple en sus textos, enfocados principalmente en la construcción de una poética propia, pero entroncados ineludiblemente en los topoi, la res y la verba usuales del género.
Así, siendo en su gran mayoría metaliterarios, sus aforismos (se) dibujan, ante todo, (mediante) los procesos arquetípicos de la tradición textual: sublimar y subvertir. De esta manera, por un lado la sublimidad la podemos contemplar mediante metáforas ascensionales positivas (“Quien vuela y vuelve a tierra no sabe volar”; “La erudición es horizontal; la sabiduría, vertical”), una postura hacia un pragmatismo artístico del mismo cariz (“Toda obra poética, aun suponiendo que nadie la lea y llega a olvidarse su propio autor, perfecciona el mundo”), o una creencia en el elitismo literario (“Algunos poetas parecen ignorar a la décima musa: la que aconseja no escribir”). Por otro lado, en cuanto a la subversión, aforismos como “Nunca creas en lo que tiene vuelta de hoja” o “El sentido común carece de sentido” demuestran fehacientemente los enclaves ideológicos propios del género, basados en la relectura de las verdades preestablecidas. Ejemplos directos los podemos encontrar en giros de tuerca o guiños a la filosofía machadiana (“La poesía no es palabra en el tiempo, sino el tiempo en la palabra”; o “La poesía no es la palabra en el tiempo, si no la palabra en su sitio”), a la orteguiana (“Yo soy yo, y mis circunstancias tratan de negarme”), a la ramoniana (“No pensar tanto en las cosas: pensar en que ellas se piensan”) o a la bergaminiana (“Escribir poesía es inventar lo cierto: como si no lo fuera”).

De igual modo, la expresión de una lógica rota a partir de una metáfora tradicional basada en la paradoja es muy recurrente, sino el recurso más empleado por Ángel Crespo como podemos ver en un sinfín de sus aforismos: “La poesía ni afirma ni niega, pues pone en crisis tanto a la afirmación como a la negación”; “Poesía sin contradicción es tanto como contradicción sin poesía”; “Cuando estoy seguro de la verdad, miento para asegurarme”; “Verdad sola es tiranía, mentira sola también; las dos de la mano, libertad”; “Cuando la verdad huye, hay que mentir para atraparla”… Asimismo, dicha paradoja también se expresa en su correspondiente claroscuro cromático habitual en la tradición aforística hispánica, como podemos observar: “El poema se ilumina cuando lo leemos con los ojos cerrados”; “Un poema verdadero nunca es oscuridad, sino la cara de la luz”; o, de forma más discursiva a la par que declarativa, “El texto literario puede ser escrito en la luz, en la oscuridad o donde ambas coinciden y pierden su nombre. En el primer caso, el resultado es pseudofilosófico, en el segundo, pseudorreligioso; en el tercero, poesía verdadera”.

Quisiera terminar diciendo que, como dice Ángel Crespo, “lo callado amplifica lo dicho”. Nos hallamos, en suma, ante un eslabón más, quien sabe si consciente o inconsciente (resuenan los versos del poemario Una lengua emerge: “cuando la lana del colchón / se acuerda de la oveja”), de todo el elenco de aforistas de nuestras letras, cuya óptica singular llega a conseguir, incluso, que las estalactitas suban: puede que para la vanagloria estética de los distintivos galones que permite una “locura controlada”, o puede que, tal vez, para la inserción de una conciencia filosófica de la sospecha, que nos dicte que no debiéramos olvidarnos de las etimologías y dar tan a la ligera por sentado que subir es ir hacia arriba… que bien subir podría ser ir hacia abajo… como hacen las estalactitas… En menos palabras, Ángel Crespo lo confirma. No se sabe cuál es, pero “hay una letra más con la que solo escriben los poetas”

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