La era del capitalismo de la vigilancia, de Shoshana Zuboof

La era del capitalismo de la vigilancia

Shoshana Zuboff

Traducción de Albino Santos

Editorial Paidós

Barcelona 2020    910 páginas

 

Por Carlos Ortega Pardo

 

Con sus cerca de mil páginas, más de doscientas de ellas dedicadas a notas, el libro de Shoshana Zuboff se erige en la primera aproximación de calado —o, por lo menos, de gran alcance— al fenómeno de los macrodatos y sus numerosas, profundísimas implicaciones.

En efecto, la última manifestación del capitalismo constituye el objeto de un minucioso análisis por parte de Zuboff, quien no se queda en un plano estrictamente teórico, sino que aboga por una praxis, cierto que bastante posibilista —tampoco vamos a esperar de una catedrática de Harvard y ex discípula de Milton Friedman el asalto marxista del cielo—, basada en la regulación o, más bien, en tratar de poner coto a la desregulación salvaje merced a la cual el poder instrumentario de los Google, Facebook, Amazon y compañía campan por sus respetos.

Porque la distopía imaginada hace tres cuartos de siglo ha llegado al fin —y para quedarse, como está de moda decir—. Ahora bien, el control omnímodo no corresponde ya al Leviatán estatal, adelgazado hoy hasta la insignificancia; sino a las antedichas corporaciones privadas, entre otras no tan conspicuas pero igualmente tóxicas, y cuyos usos están mucho más próximos al taimado condicionamiento operante de Skinner y su Walden dos que a los excesos stalinianos advertidos por Orwell en la celebérrima 1984. Lo alarmante del caso es que ésta era una denuncia y aquélla una apología; de hecho, no se me ocurre una realización mejor acabada del refuerzo skinneriano que el botón me gusta, así como sus congéneres compartir y retuitear.

Las redes sociales de mayor éxito (Facebook, Instagram) estaban pensadas en origen para un usuario eminentemente adolescente. No parece casualidad que la adolescencia —o sus comportamientos— se prolongue en nuestros días hasta entrada la treintena, con nuevas categorías sociológicas, tales que la de adultos emergentes. Los miembros de esa cohorte de edad son ya ciudadanos de pleno derecho, con lo que ello conlleva —votar, por ejemplo—, y gozan de un poder adquisitivo sustancialmente superior al del quinceañero a la sopa boba en el hogar paterno. Un objetivo ciertamente goloso para cualquiera que tenga algo que vender, ya sea una candidatura electoral o un robot de cocina.

Con anglosajona voluntad didáctica, un puñado de anécdotas personales, oportunas recapitulaciones y el asimismo muy anglosajón paradigma negativo de los conquistadores españoles —aun cinco siglos después, atizar la leyenda negra sigue suponiendo una garantía de aplausos fáciles, como pudimos comprobar no hace mucho, aprovechando las protestas del movimiento Black Lives Matter y que el Pisuerga pasa por Valladolid—, Zuboff desarrolla el proceso de desposesión al que con nefasta despreocupación nos hemos entregado. Diríase —y esto ya es cosecha propia, me van a tener que perdonar la osadía— el siguiente paso, quizá el definitivo, en la enajenación marxiana. Ya no se trata de comprar al obrero su fuerza de trabajo por un salario de miseria, sino de deshacernos de nuestra privacidad voluntariamente y a cambio de… nada. O de algo incluso peor: espiar la intimidad del prójimo, tan intrascendente como la propia de uno.

Menos afortunados, por cuanto escasamente originales, o demasiado deudores de hallazgos terminológicos pretéritos —el contenido es incuestionable—, me parecen los conceptos de derecho al tiempo futuro, derecho de asilo y refugio, Gran Otro, o el mencionado poder instrumentario. Me temo que la claridad expositiva que preside el relato no se acompaña de una brillantez equivalente en la elección de las palabras clave. No obstante, el sintagma que da título al libro, ese capitalismo de la vigilancia de notorias resonancias foucaltianas, no carece de nervio.

En suma, desposesión, algoritmo y fake news integran una trinidad de consecuencias muy negativas para la democracia, con ejemplos por demás ilustrativos, y casi a diario, de la polarización y el enconamiento a los que, en connivencia con la coyuntura económica y sanitaria, contribuyen los capitalistas de la vigilancia y su capacidad de manipulación. Encima, apenas hay quien se rebele contra semejantes abusos —otra expresión neológica, si bien esta vez ciertamente ajustada, es la de indiferencia radical—, tal es la dependencia a la que de manera inconsciente —en cuantas acepciones se quieran— nos hemos plegado.

Seguramente La era del capitalismo de la vigilancia no sea uno de los mejores libros del siglo XXI, como reza el entusiasta paratexto de portada; pero sí una herramienta útil en tanto manifiesto con que sacarnos a unos cuantos de nuestro letargo aquiescente. Usar Mozilla en lugar de Chrome, interpretar un mapa, no subir algún domingo la foto de la paella, o dejar de balizar hasta las visitas al podólogo constituyen hitos al alcance de cualquiera. Vamos, que tampoco hace falta ponerse la careta de Guy Fawkes y salir a quemar cajeros automáticos en súbito arrebato neoludita.

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