Un andar sosegado (Paseos con Peter Handke), de Miguel Ángel Ortiz Albero

Un andar sosegado (Paseos con Peter Handke)

Miguel Ángel Ortiz Albero

Editorial Fórcola

Madrid 2020   222 páginas

 

 

                                          PASEANDO CON PETER HANDKE

 

Por Íñigo Linaje

Hace muchos años, en un viaje en solitario que hice a Cadaqués, perdido del mundo y buscándome tercamente en mis extravíos, anoté esto en mi diario: “Trata de disfrutar -te dices- de estos momentos mágicos contigo. Quién sabe lo que puede deparar el mañana. Ser un extranjero en una ciudad extranjera no es tan malo. Los placeres del paseante solitario son placeres a pesar de la soledad. Ahora, que está empezando a anochecer y esta terraza se llena de gente, enciendo un cigarrillo, me quedo ensimismado mirando la bahía y me digo a mí mismo: no estás tan solo.”

De este tipo de tránsitos y reflexiones está hecho Un andar sosegado, el ensayo que ha escrito Miguel Ángel Ortiz Albero (Zaragoza, 1968) sobre Peter Handke, Premio Nobel de Literatura en 2019. Las huellas biográficas del escritor, que es un consumado caminante, se pueden seguir a través de sus personajes y de los pasajes íntimos que dan sentido y profundidad a sus novelas. Y eso es lo que ha hecho, como si trazase una fenomenología del paseo, Albero en este libro: tomar fragmentos de su obra y glosar su contenido. A partir de las meditaciones encontradas en sus textos, el autor establece un diálogo con Handke que desemboca en monólogo interior, ya que el aragonés es un creador de la misma estirpe literaria que el austriaco: alguien -se dice en la solapa de sus libros- que pasea y observa.

Una advertencia similar a la que formula Montaigne en el prólogo a sus Ensayos la encontramos en las primeras páginas de éste: “Aquí no va a ocurrir nada. Nada va a suceder”. Y lo cierto es que uno se adentra con placer en el libro y, aparentemente, nada sucede. Lo que acontece aquí, simple y llanamente, es una manera de mirar el mundo no educada en la costumbre de la urgencia, sino en el aprendizaje de la calma y de la espera. Hay en Un andar sosegado un deambular por senderos que se bifurcan y confluyen en un mismo acto: en el hecho de caminar sin otro propósito que el de encontrarse a uno mismo en sus extravíos.

Hay dos episodios en la vida de Handke que pueden explicar su querencia por la soledad y el vagabundeo: su experiencia en un internado y el suicidio de su madre cuando éste apenas contaba treinta años. Ese suceso dio lugar a uno de sus libros más hermosos y desoladores: Desgracia impeorable. De él se habla en estas páginas, así como de Ayer, de camino, un título que ejemplifica a la perfección sus ansias errantes, que no viajeras. Y eso que el libro -un diario de viaje, en realidad- está escrito en ciudades y lugares recónditos de Europa, entre ellas algunas localidades españolas. En él se adivinan las sombras de otros flaneurs ilustres:  Robert Walser, Sergio Chejfec, Vila-Matas.

Llevo conmigo Un andar sosegado a todos los sitios a los que voy. Lo he traído al parque al que vengo estas tardes otoñales de frío incipiente y cafés clausurados. Me siento en un banco a leerlo muy despacio y, buceando en sus fragmentos, puedo percatarme más vivamente del sol poderoso que está frente a mí; de las personas que pasean o están sentadas en un lugar próximo; del canto silencioso de los pájaros en la lejanía. El influjo de su lectura me invita a ver todo lo que me rodea con ojos vírgenes, inmaculados, ajenos por completo a esa enfermedad llamada prisa. Aprendo en las palabras el valor de la contemplación: una manera intensa de mirar la naturaleza y mi mundo interior, que es el de todos.

En las últimas páginas del libro, como presa de un rapto, Ortiz Albero vaga por las calles de su ciudad -que también fue la mía- buscando la sombra de un pasado reciente. Entra en un bar que quizás visitó Peter Handke, observa una jukebox y evoca una canción…En ese mismo momento, en otro lugar del mundo, desvelado por la nostalgia de un pasado aún presente, yo enciendo una música que acompañe mis tránsitos. Y leo: “Sobre el escenario en el que nada sabíamos los unos de los otros, alguien anda marcando un compás en absoluto silencio, acompasando su cuerpo a ese ritmo”. Me leo a mí mismo en esas palabras. Y escucho melodías azules. Avanzo solo y en paz por los días. De nuevo de camino.

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