«Este mar al final de los espejos», de Marina Casado

Por Miguel Ángel Real.

El último trabajo de la madrileña Marina Casado, premio Carmen Conde de poesía 2020, se abre con un poema que sirve de preludio a la obra. Tres espejos sonámbulos nos indica que Habrá un hueco erigido de nostalgias, / una herida sin tiempo / y la poesía, / la poesía que vino a salvarme de la vida. El poemario se desarrollará en cuatro partes: las tres primeras son, precisamente, «El hueco», «La herida» y «La poesía», tres “espejos” cuyo colofón lo formarán una serie de brevísimos poemas bajo el título Este mar al final de los espejos Torremozas, 2020). Un mar que, desde el principio, se nos presenta como un punto final que a todos nos aguarda. Los poemas, escritos en general en primera persona, irán construyendo un libro que supone una búsqueda a través de un mundo en el que el papel de los espejos es el de permitir observar su propia vida.

“El hueco” comienza con un homenaje a Luis Cernuda, donde se nos presenta el tiempo como una suma de transformaciones insignificantes, representadas en el despertar de algún retoño que según Marina Casado, el poeta sevillano hubiera querido descubrir: esa curiosidad o inquietud es compartida por la autora, que se pregunta por el enigma de aquello que cambió / sin percatarme,​ de aquello que me hizo ser / lo que no entiendo. Esta primera parte está impregnada de una nostalgia que nos llega desde un pasado que puede, a la vez, estar impregnado de luz, como nos cuenta el poema “Toda la luz” que nos habla de la infancia. Por otra parte, dicho pasado puede ser fuente de desilusión: me busqué en todos los espejos y las llagas de lluvia , / aquellas que implorase, / aparecieron con la noche / y la memoria. Frente a ella, Marina Casado traza un mundo personal en el que la poesía y la imaginación crean el hueco al que hace alusión la primera parte del poemario, y que puede ser considerado como un refugio. Más precisamente, los huecos que nos describe la poeta son lugares en los que podemos encontrar razones para continuar esa búsqueda del sentido de nuestra existencia. El amor blando y somnoliento es uno de ellos. Estos adjetivos nos muestran bien que se trata, dentro del tono lírico de la obra, de proponer una poesía que intenta desenvolverse discretamente, como a media voz, para conjurar el miedo ante nuestras fragilidades.

“La herida” nos precisa un poco más lo que son los espejos: se trata de ilusiones perdidas, pero también prismas que deforman el pasado, ya sea para revelar el dolor que provoca el olvido o para alejarse del invierno que sobrevino al final de tu adolescencia. Esos espejos ayudan a la escritora a fingir mundos indemnes para cubrir la herida que nos deja, por ejemplo, la ausencia de seres queridos. Se establece así un verdadero estudio sobre el tiempo y la fragilidad que lo envuelve: el pasado, y más precisamente la memoria, se presenta ahora como un pozo donde vivir a solas, un tiempo desierto para el amor, por su parte el presente tiene muros inconstantes y es un infierno pequeño. Entre los dos, el corazón desciende por los años y lleva consigo un aluvión de gritos y de sueños perdidos para recoger la tristeza como el relevo amargo / de un corredor de fondo. ¿Qué soluciones tenemos pues para continuar adelante? Tal vez podamos aferrarnos a lo tangible, perfectamente representado en el poema Para escapar no importa dónde, que cierra la segunda parte: para huir de la melancolía y luchar por nuestra propia supervivencia, será la presencia del otro la que nos ayude, aunque no sepamos exactamente cuál será la dirección que debemos seguir.

El último “espejo” nos habla de la poesía como una evocación del presente, de lugares concretos (véanse los poemas “Madrid” o “Ya no hay gatos en Roma”): la mirada es indispensable para transformar el entorno y hacer de él un objeto poético, aunque esta vez no siempre se trate de evocar refugios, puesto que el recuerdo de la capital italiana está invadido de fantasmas. La poesía refleja los miedos, la fragilidad de lo vivido, pero lo más importante es que adquiere un valor en sí misma, volviéndose esencial para salvarnos de la vida, tal y como sugería el primer poema del libro. Esa baza fundamental nos servirá, como vemos en las últimas páginas de Este mar al final de los espejos, para ver que la poesía es un susurro que le dice a la muerte que no abra los ojos. La resolución de las problemáticas planteadas por Marina Casado llega en poemas como “Legado”, en el que afirma que somos todos los muertos / que nos amaron: el pasado termina cobrando así sentido y se transforma en un bagaje precioso.

Frente a la vida, siniestro tiovivo de espejos, e incluso anticipando el día en el que la poesía se habrá vuelto silencio, se erige el mar, en unos versos que suponen una conclusión diáfana que confirma una de las principales virtudes del libro, puesto que para hablar de algunos de los temas más tradicionales de la poesía, Marina Casado escribe con un estilo limpio y sabe construir versos cargados de un lirismo sereno y sin excesos:

Llegará el día en que terminen los poemas

y una explosión azul, un precipicio, 

nos dirán lo que somos:

se abrirán nuestros ojos

en los ojos del sol.

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