“Anacronía” de Gerardo Rodríguez Salas

Por Marina Tapia.

EL VIAJE, PRETEXTO DE LLEVARTE DENTRO

En poesía, es tan difícil abordar el tema de la muerte como el de la felicidad exultante; cualquier sentimiento que se apodera del cuerpo, que coloniza las vísceras, que trastoca las ideas o cambia el ritmo de los latidos, requerirá de una maestría especial para poder fijarlo en un papel, para poder transmutarlo en literatura, para poder modelar esa sustancia capaz de transmitir verdad y belleza a partes iguales, para lograr conmover al lector de forma sincera y sin aquellos recursos viejos y manidos de las blondas del sentimentalismo.

Complejo es retratar esos caminos donde la emoción exhibe sus aristas, que suelen apuntar a todo aquello que, como escritores, preferiríamos no decir (no recordar) porque vuelve a llevarnos hasta los hondos surcos del dolor que deseamos superar. ¿El recordar alivia nuestro olvido, lo eleva, lo transforma? Como otros creadores que han tratado en sus obras la aflicción de la muerte (Mortal y rosa de Francisco Umbral, la elegía de Miguel Hernández “a Ramón Sijé”, el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías de Lorca, o los poemas de Olga Novo escritos a su padre), Gerardo Rodríguez Salas asume valientemente esta labor incómoda en su libro Anacronía (Valparaíso Ediciones, 2020).

Nuestro poeta es consciente de la dificultad de versificar sobre una pérdida inesperada e injusta, pero aun así se arriesga a rendir un merecido homenaje a su hermano -necesidad vital de los hombres comprometidos con el fuego del decir-.

Gerardo plantea este poemario como una conversación perpetua, íntima y totalmente sincera con el hermano que ha perdido: nos deslumbrará ese diálogo directo que recorre toda la obra. Otro elemento que celebro que él use tan atinadamente al abordar el tema, es la utilización del concepto del viaje como símbolo de ese tránsito existencial hacia la ausencia. Viaje sin huida, periplo lúcido, odisea multiplicada donde se cruzarán los caminos reales transitados por ellos en su infancia y adolescencia, con lugares concretos de Granada y de Nueva Zelanda, y con otros paisajes más ambiguos alumbrados por la bruma de la aparición y del presentimiento.

Nuestro escritor, a veces, asume la invisibilidad que da el ser extranjero en tierras exóticas, y en otros momentos su ser cobra plena corporeidad y fuerza a través de esa conversación interna con su hermano que no le abandona, que le da un norte, que lo sujeta (como sostiene el lazo de la sangre y la familia en medio del mar de las multitudes). Reflejos, encuentros, evocaciones, búsquedas, preguntas, todo eso está presente de manera rotunda o sutil en esta obra: los éxodos vitales, las peregrinaciones a ese muro de las lamentaciones donde el dolor pueda depurarse hasta ser asimilado, el amparo que nos brinda la cultura para delinear nuestro destino, la construcción de pilares a los que aferrarnos para narrar una historia que ha quedado incompleta…

No importa desde qué escenario surja la voz poética, no importa el territorio desde dónde medite, o el océano que agite su embarcación. Porque hay un único paisaje que lo recorre todo en este libro, una única llama, un solo mapa: el dibujo imborrable del hermano que interpela al poeta -y a nosotros-, y que cuestiona la vida. Ya no necesitamos intentar dialogar con la muerte, apelar a los cielos, cuestionar el destino, peregrinar en sueños hasta el limbo; Gerardo ha asumido este trabajo. Ha desplegado desde lo alto de una cima: voz y eco, pregunta y poesía. Seguro que estos poemas nos devuelven las notas y los acordes más profundos del lenguaje.

No dejemos de recorrer esta Anacronía de la mano sabia del autor, acompañemos al poeta en esta búsqueda arcaica que existe en todo diálogo con los que ya no están. Al fin y al cabo, esta es la materia esencial de la poesía.

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