Construir trastocando: el Oráculo Manual de Gracián

Demetrio Fernández Muñoz.- La permanencia de los clásicos es uno de esos clichés remanentes de la cultura que siempre corre el peligro de asumirse más como dogma que como cierto. Ni en todos los presentes encajan los mismos pasados, ni todos los pasados se articularon para los mismos presentes. En esencia, un clásico necesita que el tiempo le concierna y le comprenda (haciéndose comprender, o, expresado más honestamente, haciendo nosotros que lo comprendamos).

Así las cosas, en el caso de la aforística española, en este sentido podríamos afirmar que actúa la edición del Oráculo manual y arte de prudencia de Baltasar Gracián realizada por José Luis Trullo y recién publicada por Cypress Cultura. Avezado en actualizar -sin los agravios imperdonables del remozar- textos clásicos (tal como demostró en su edición del Discurso sobre la dignidad del hombre, de Fernán Pérez de Oliva), José Luis Trullo ha percibido la ocasión propicia para instalar de nuevo, mas sin novedades estridentes, este monumento, diminuto en lo extenso grandioso en lo intenso, del aforismo de nuestras letras.

Gracias a su pericia en el ámbito de la edición, a su oficio de traductor aprendido y a su naturaleza nativa de transductor (en el sentido de transformador de lo que se le presenta y presenta), José Luis Trullo nos deja una excelente versión del Oráculo manual y arte de prudencia, muestra de un trabajo equilibrado y equivalente entre el respeto al texto y la adaptación justa (en el justo sentido de la palabra) al lector medio contemporáneo.

Resultaría un tópico manido declarar que el aforismo está de enhorabuena, si no continuasen sucediendo hechos como el que acontece: la edición de un clásico pertinente. Parte del aforismo 14 del Oráculo Manual, La realidad y el modo, reza que “no basta la sustancia, requiérese también la circunstancia”. Me atevería a decir que José Luis Trullo lo comparte, comparte que Gracián llegue ahora, de nuevo, a tiempo, con su manual (etimológicamente, de mano, que cabe en esta, en consecuencia, portátil) tan útil en el bolsillo de nuestros tiempos.

Incuestionablemente, dentro de la estética conceptista, y dentro y fuera de las fronteras nacionales, Gracián representa una evolución decisiva para la historia del género aforístico, ya que, en los textos de Oráculo manual y arte de prudencia (1647), el aforismo cuaja definitivamente como forma filosófica-literaria sui generis. Esta obra supone, desde luego, una de las cumbres de la tradición española del género, al trascender los límites impuestos previamente y ejercer una influencia capital en la saga aforística posterior. De hecho, arrebatándole el trono a La Rochefoucauld, podría sostenerse que de Gracián parte la tradición moderna. Neumeister explica del siguiente modo su aportación al género:

Gracián ha logrado hacer del aforismo un instrumento eficaz de análisis más allá de su función primitiva de transmitir la sabiduría de los proverbios y de las sentencias y apotegmas de los autores de la Antigüedad o de los políticos de la Modernidad. Prescindiendo más y más de estos textos forjó un género de por sí desvinculado de la tradición del aforismo existente y abierto a la investigación antropológica.

El primer elemento que ha de notarse en la aforística gracianesca consiste en que Oráculo manual es un texto casi íntegramente original; y ello a pesar de que el título se despliega en una aclaración que parece incidir en la idea contraria, cuando habla de que la obra procede “de los aforismos que se discurren en las obras de Lorenzo Gracián” (el seudónimo —en realidad, nombre de un hermano suyo— a que recurre en varias ocasiones Gracián para sortear los frecuentes problemas que tuvo con su orden jesuítica). Entendido el aforismo como un saber calcificado y de propiedad común, en cuanto que ha sido afinado, como los cantos rodados, por el arrastre de la tradición, Gracián quiere subrayar así que sus aforismos son solidarios con la obra propia: en definitiva, que son suyos, más bien que el que sean de obras suyas ya publicadas. De hecho, según especifica Santos Alonso, “solo setenta y dos de los trescientos aforismos, aunque transformados en su contenido y su forma, proceden de las publicaciones anteriores”. Este hecho repercute en que se superen dos de las constantes en la tradición del género: la tendencia a la técnica de la extracción y la impersonalidad de la auctoritas. Al modo de Marco Aurelio, Gracián escribe sus aforismos creativamente, es decir, con plena consciencia del género, y, como consecuencia, asume intencionadamente la imparcialidad de su propia autoridad.

Por otro lado, el término “aforismo” para Gracián (utilizado en el Oráculo manual, 133) se distancia totalmente de la concepción tacitista del siglo XVII. El valor asignado comprende ya una sublimidad estética que solo era puntual en autores como Joaquín Setantí. El aforismo ha abandonado el terreno de la medicina y la gobernanza del Estado para instalarse como la cumbre de las múltiples y a menudo proteicas formas paremiológicas. Al caso, es ilustrativa la dignificación del género en el siguiente esquema

La peculiaridad del aforismo graciano no es solo fruto de su pertenencia a la tradición hispánica —no en un sentido anacrónicamente “nacional”, que aquí es de todo punto improcedente, sino de contigüidad cultural—, sino muy decisivamente del contexto en el que se desenvolvió existencialmente el autor. El clima del desengaño barroco, que había anticipado Gracián en obras como El héroe (1637), El político (1640) y El discreto (1646), aparece quintaesenciado en Oráculo manual, como emblema de una postura ideológica que, independientemente de la idea del mundo que transpire o defienda el autor, todavía se mantiene arquetípica en todo el aforismo contemporáneo: la discrepancia. Expresa el aforismo 213:

Saber contradecir. Es gran treta del tentar, no para empeñarse, sino para empeñar; es el único torcedor, el que hace saltar los afectos. […] Una duda afectada es la más sutil ganzúa de la curiosidad para saber cuanto quisiere; y aun para el aprender es treta del discípulo contradecir al maestro, que se empeña con más conato en la declaración y fundamento de la verdad: de suerte que la impugnación moderada da ocasión de la enseñanza cumplida.

La crisis social, política y cultural sufrida en la España del XVII, que arrancaba de la segunda parte del reinado de Felipe II y singularmente desde el desastre de la Invencible, afectó en sumo grado a los ideales optimistas que provenían del Renacimiento. Al igual que los maestros de la sospecha (Ricoeur) o los pesimistas ilustrados (Savater), Gracián desconfiaba de su entorno tumultuoso y propuso en sus aforismos un cauce provisional a las necesidades de un individuo desnortado. El aforismo 1 con el que abre la colección refleja claramente el objetivo primordial de Oráculo manual para afrontar las circunstancias del contexto barroco: “Todo está ya en su punto, y el ser persona en el mayor. Más que se requiere hoy para un sabio, que antiguamente para siete, y más es menester para tratar con un solo hombre en estos tiempos, que con todo un pueblo en los pasados”.

Pese a presentarse como un guía, Gracián no propone en sus textos normas sociales absolutas para el colectivo, sino que incide en una instrucción perspectiva e individual, y, ante todo, en su urgencia. El mundo barroco se interpreta como el culmen de la apariencia frente al ser, hasta el punto de que el autor aconseja “ser persona” (etimológicamente, ‘máscara’). La fiabilidad de la tradición se ha quebrado y Gracián se hace partícipe de esta postura al despegarse de la masa y crear sus propios aforismos sin base alguna de auctoritas más que él mismo: sus propias obras, su propia obra. De este modo, no existe un rasero absoluto y preestablecido que diferencie una línea moral divisoria. El criterio se ajusta al individuo, el bien se relativiza. El aforismo 266 dicta:

No ser malo de puro bueno. Es lo el que nunca se enoja; tienen poco de personas los insensibles; no nace siempre de indolencia, sino de incapacidad. Un sentimiento en su ocasión es acto personal. Búrlanse luego las aves de las apariencias de bultos. Alternar lo agrio con lo dulce es prueba de buen gusto: sola la dulzura es para niños y necios. Gran mal es perderse de puro bueno, en este sentido de insensibilidad.

Gracián particulariza la ética, la entiende como circunstancia. A diferencia de la deontología total, abstracta y omnipotente de la tradición aforística anterior, el Oráculo manual se acerca a reconocer el caso de cada individuo y le anima a que se salvaguarde a sí mismo mediante sus propias estrategias. Así, el consejo global de esta obra propone que singularmente cada individuo se mantenga despierto, espabile su postura ante la vida y relativice críticamente todo aquello concebido como absoluto. El Oráculo manual antepone la versión personal a la auctoritas clásica. Puesto que el desengaño barroco ha desbaratado cualquier paradigma ideal de ponderación, los juicios ya no dependen más que de la perspectiva del yo. El aforismo 50 dicta lo siguiente:

Nunca perderse el respeto a sí mismo. Ni se roce consigo a solas. Sea misma entereza norma propia de su rectitud, y deba más a la severidad de su dictamen que a todos los extrínsecos preceptos. Deje de hacer lo indecente, más por el temor de su cordura, que por el rigor de la ajena autoridad. Llegue a temerse, y no necesitará del ayo imaginario de Séneca.

Fruto de este individualismo, que en su negación de las salvaciones universales o épicas parece situarse en el refugio último de los egoístas, surge el artificio estético como estrategia principal para poder explanar hacia el exterior una visión crítica del desengaño. A diferencia de la concepción renacentista, en que la naturaleza era el modelo de global, abarcador y equilibrado de la imitatio, el Barroco sí presenta la disonancia entre el objeto y el sujeto, focaliza el yo y, por tanto, tiende a confiar en la distorsión artística y personal de la realidad. Como medio más operativo para resolver la tensión entre el artificio y el sujeto, Gracián privilegia el ingenio. Gracias a esta facultad, el individuo elabora un mecanismo propio que posibilita una alternativa conceptual, original, perspectiva y novedosa frente a la clásica imitatio. En otras palabras, el ingenio consigue maquillar al desengaño.

No obstante, Gracián se encarga bien de perfilar su concepción del ingenio, hoy desvirtuada. El jesuita diferencia claramente entre ingenio y ocurrencia. A diferencia de la superficialidad de concepciones como, por ejemplo, las de Melchor de Santa Cruz o Juan Rufo (o con posterioridad en el tiempo Jules Renard o Gómez de la Serna), para Gracián el ingenio es un instrumento epistemológico, fruto de la racionalidad estética, capaz de analizar las distintas facetas de lo real mediante un aperturismo conceptual extremo.

De esta manera, el ingenio se sublima como cualidad interpretativa del mundo frente a la razón objetivadora de sesgo científico y consigue dar un paso más allá ante técnicas retóricas como la arguta responsio a las que estaba ligado tradicionalmente. Gracián asume estas herramientas, pero las supera: abre el concepto y limita el humor como finalidad exclusiva. En síntesis, intelectualiza y formaliza el valor del ingenio hispánico. No ha de olvidarse la finalidad instructiva de Oráculo manual, que condiciona la inadecuación de la ocurrencia dentro de los códigos del ingenio graciano. Así, declara el autor en el aforismo 298: “El ingenio no ha de estar en el espinazo, que sería más laborioso que agudo”.

Además de la aportación graciana al ingenio del género, la extrema condensación conceptual es otra de las contribuciones más influyentes de este autor a la historia del aforismo. Coherente con la estética conceptista, Gracián aboga por una concentración intensiva capaz de expandir al máximo el fondo del lenguaje. El paroxismo de la concisión repercute, principalmente, en dos cuestiones: la brevitas y la oscuridad interpretativa. Es evidente que la poética graciana se caracteriza por un constreñimiento formal cristalizado en la célebre expresión “Lo bueno, si poco, dos veces bueno” (299). La poda en la forma aparece como síntoma del ingenio y sublimidad del contenido, tal como despliega el aforismo 27:

Pagarse más de intensiones que de extensiones. No consiste la perfección en la cantidad, sino en la calidad. Todo lo muy bueno fue siempre poco y raro; es descrédito lo mucho. Aun entre los hombres los gigantes suelen ser los verdaderos enanos. Estiman algunos los libros por corpulencia, como si se escribiesen antes para ejercitar los brazos que los ingenios. La extensión sola nunca pudo exceder de medianía; y es plaga de hombres universales, por querer estar en todo, estar en nada. La intensión da eminencia, y heroica, si en materia es sublime.

Sin embargo, la compresión argumental de la brevitas rechaza abiertamente la claridad del Renacimiento a favor de un oscurecimiento barroco del concepto de verdad. Los aforismos de Gracián dictan solo el lenguaje imprescindible para referir una idea, por lo que se necesita de una reflexión interpretativa considerable. El individuo ha de cooperar muy activamente en la decodificación de los textos, hasta el punto de adquirir un papel semejante al de descifrador esotérico. Gracián escribe en su aforismo 25: “Arte era de artes saber discurrir; ya no basta: menester es adivinar, y más en desengaños. No puede ser entendido el que no fuere buen entendedor. Hay zahoríes del corazón y linces de las intenciones. Las verdades que más nos importan vienen siempre a medio decir”.

En conclusión, el Oráculo manual supone un antecedente indispensable para la aforística contemporánea, no solo por los aspectos formales (como el protagonismo del género en el conjunto de la obra, la concisión extrema de sus textos, la obscuritas retórica, la literariedad o las estructuras yuxtapuestas), sino también por cuestiones de contenido, tales como la sublimidad del ingenio, la concepción del aforismo como método de investigación antropológica, y, sobre todo, la postura ideológica asumida. Gracián pone definitivamente a la auctoritas contra las cuerdas e instala la discrepancia como modus operandi intrínseco al género. La lengua que realiza —no solo la lengua en que se realiza— este proceso es el ingenio, razón estética individual capaz de construir trastocando.

[Partes de este artículo han sido extraídas del libro del autor La lógica del fósforo. Claves de la aforística española. Thémata Editorial-Apeadero de Aforistas, Sevilla, 2020].

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