«Hogar», de Jorge García Torrego

LO ÍNFIMO Y LO ÍNTIMO

Por Miguel Ángel Real.

El libro, Hogar (2020), se plantea desde los primeros poemas una búsqueda de equilibrio entre conceptos opuestos, representados por imágenes de gran fuerza poética que tienen la virtud de alejarse de los estereotipos. Deseo y ausencia, distancia y regreso forman la primera parte del poemario, «Todo Amanecí: “así se besan tu corola y mi bolígrafo cuando ya nada debería pasar, / cuando ya todo estaba visto, / cuando ya nada ardía”. Parece subsistir la voluntad de no perder la fe en el otro, y para convencernos Jorge García Torrego sabe crear versos de una intensidad poco común: se evoca por ejemplo la fusión con el otro en una acera “donde un cuerpo es tan solo un pedazo de pan donde encontrarnos”, marcando de este modo una de las pautas de la obra, que consistirá en sublimar los elementos concretos que nos rodean.

En efecto, un hallazgo como “así se entrelaza lo diminuto y lo cierto” define la poética y aparentemente la fe vital del autor, que nunca se aleja del mundo pero que consigue imprimir a sus textos el ritmo idóneo para que lo que está a nuestro alcance sea el punto de partida de las emociones: en la alternancia muy lograda de versos largos y breves hallamos la respiración entrecortada de alguien abierto a los detalles, frágil pero determinado a gozar del presente. Otras veces, como en la prosa de «Coche bajo el sol», la expresión se va deshaciendo para concluir con frases cortas que parecen jadear, y describen así con mucho acierto la pasión amorosa.

En la segunda parte, «El mapa era ella», el ser amado se identifica con el tiempo que intenta transformar el mundo a través de la rutina: “Quizá las piezas del hogar sean el termómetro, las cucharas, / los pelos perdidos en las esquinas, / el sonido a lluvia y tortilla cuando un tenedor repiquetea en el plato hondo”, pero “el mundo hace equilibro sobre lo ínfimo” y todo se vuelve inestable. La existencia, francamente quebradiza, está envuelta en un silencio que es sinónimo de inacción o de pusilanimidad y que no puede en ningún caso ser un refugio. Se trata de hallar en lo que parece insignificante un punto de apoyo que nos haga estar seguros de que el otro, aquel que comparte y que forma nuestro hogar, es esencial: “quiero que nuestro hogar sea verde, / que las ganas de cielo nos alimenten, / que nos den fuerza para el invierno.” Hay por lo tanto una simbiosis que encontrar entre el amor, los objetos y el tiempo que pasa para hacer frente al desafío de la vida.

El hogar se vuelve una “entelequia” en «Naufragio», donde los poemas están envueltos de soledad y de silencio porque al poeta le duele, y mucho, la pérdida del otro: “de aquel palacio del amor solo quedan cenizas”. Ese dolor alcanza plenamente al lector, pero una vez más, García Torrego utiliza los elementos concretos en torno suyo para cargarlos de emoción: “huérfano de tu sombra que ha quedado tatuada  en mi cama como maldición de brujos antiguos”. La esperanza indispensable para seguir adelante reside en la memoria, aunque el poeta es consciente de su fragilidad, lo que le lleva a dudar de la existencia misma del hogar que veneraba y que parece desvanecerse, preludiando la muerte. Sin embargo, la entereza, la solidez poética y humana del autor prevalecen e intentan crear un bálsamo con la escritura: “escribo esta letra, esta palabra y estiro el ayer, / lo muestro al sol y al lector para que lo cicatricen, / que tejan la ausencia, / apaguen el desconsuelo”, consiguiendo que el libro alcance su cima expresiva en el penúltimo texto de esta parte, “Como quien empieza el colegio…” , intenso pero exento de pathos inútil, para conducirnos al breve colofón de la obra, «Quizá», cuyos poemas reivindican, finalmente, el pasado como un aprendizaje y aportan cierta serenidad.

En suma, Hogar describe un tiempo para la nostalgia, el dolor y el olvido, retomando el tema del ubi sunt: “¿Cómo borro tu ausencia, / en qué me he convertido?”, que el autor sabe renovar con su estilo preciso y sin excesos, alejándose de cualquier tópico, aun cuando el tema, como lo indica con pertinencia Juan Bonilla en el prólogo, haya sido tratado tantas veces. Esta escritura, de una gran inteligencia pero teñida de modestia y de dignidad, hace que este poemario se haya convertido para nosotros en una de las mejores lecturas de los últimos meses.

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