“Sílithus”, de Enrique Falcón

Ante el abismo

Por Alberto García-Teresa.

La práctica literaria de Enrique Falcón (Valencia, 1968) continúa siendo de las estimulantes y poderosas de la lengua castellana actual. En su obra, se combinan la indagación ideológica y la denuncia política explícita con la experimentación formal y la investigación sobre el lenguaje fracturado. Desde que alcanzara su cúspide con la edición definitiva de La marcha de 150.000.000 en 2009, sin embargo, el autor no ha parado de continuar explorando tonos y estrategias textuales diversas. Todas siempre han estado orientadas por una misma tensión: la expresión del conflicto sociopolítico, económico y ecológico actual enunciando desde dentro. Lo hace sin usurpar la voz a nadie, sino acompañando los procesos de resistencia y de cambio humildemente, como quien camina a pie solidaria y honestamente en cada una de esas luchas. Se trata de una poesía que nos abisma, tanto por lo que cuenta como por cómo lo cuenta. Esa doble tensión articula e impulsa toda su producción y vuelve a quedar patente en Sílithus, su último poemario.

Sílithus (La Oveja Roja, 2020) resulta una obra extraordinariamente original. Dentro de la trayectoria del autor, ofrece un conjunto de síntesis. Retoma impulsos y vías de sus anteriores trabajos, incluso cuando pudieran colisionar entre sí, y los integra. Así, Sílithus tensiona todavía más la dicción experimental, reorienta el sentido épico del poema-río y descoloca toda pretensión complaciente y adormecedora de la poesía contemporánea.

Enrique Falcón, por tanto, prosigue compartiendo una excelente poesía agitada y de agitación; una poesía que nos saque de la comodidad del privilegio. El autor, fiel a su escritura inquieta, por la cual no incide en recursos formales ya explorados incluso dentro de un mismo libro, no se reitera. Sílithus, por primera vez en su producción, recorre senderos de la ficción especulativa, de la ciencia ficción. El poeta nos aclara que se trata de un proyecto de encargo: recogió el guante de escribir una obra que hablara del apocalipsis. El libro pudiera surgir a partir del impulso del último poema del anterior título, “El fin y la caída” de Porción del enemigo. En ese sentido, explora las posibilidades de apocalipsis como fin catastrófico de un mundo y surgimiento de otro; esto es, un momento revolucionario. Falcón nos habla del apocalipsis y del colapso ecosocial sin forzar una mirada catastrofista, sino para ahondar en los mecanismos de un sistema de dominación (del ser humano sobre el ser humano y de este sobre la naturaleza). Pero el relato avanza y nos lleva hasta la consumación de la revolución; la revolución como confluencia.

El autor nos sitúa en un escenario de futuro inmediato marcado por la crisis ecológica, las tensiones sociales y una durísima represión de resonancias panópticas. En ese sentido, Falcón se inserta en una de las tradiciones de mayor calidad de la literatura de ciencia ficción: la del futuro negativo y la distopía. Esta permite hablar del presente proyectando las consecuencias del actual rumbo del mundo, con lo que se evidencias las lógicas destructivas y alienantes de una sociedad excluyente y productivista.

Pero ese escenario no desvía la atención; la función prospectiva de esa especulación sociológica y política es evidente. Las alusiones a campos semánticos científicos aciertan al anclar los sucesos al presente. El desdoblamiento entre pasado y futuro de los tiempos verbales de varias partes del libro rompe una hipotética fijación en el futuro: porque la rebelión es presente pero es un canto del pasado. La formulación que aparece en varias de las notas “En un tiempo muy anterior a este”, seguida de años como “(2019)”, “(2017)” o “(2004)” nos coloca a la perfección en esa deliciosa ambivalencia de leer “sobre nuestro futuro” que es un pasado del presente ficcional pero que, en el fondo, habla de nuestro presente.

A partir de ahí, desarrolla en estas páginas un desborde imaginativo sin precedentes. A la capacidad de prospección y especulación que le concede la ciencia ficción, Falcón suma la visión poética y el pálpito delirante para construir atmósferas.

El tono épico vuelve a regir el texto, con su punzante intensidad, y se subraya el impulso narrativo que vertebra todo el libro. Al respecto, deslumbra la capacidad del escritor de mostrarnos y sugerirnos ese complejo mundo postapocalíptico. Falcón consigue que sean tanto los elementos como la atmósfera de ese trasfondo lo que nos seduzca. No enfatiza acontecimientos (al contrario, opta por la acumulación) sino en la urdimbre de un clima desasosegante de represión y colapso. A su vez, desde el punto de vista narrativo, es muy interesante cómo deja fuera de foco los sucesos centrales o cómo solamente se asoman a los versos. No es el relato en sí lo importante, sino la ambientación que nos envuelve y las tensiones que abren los versos.

En ese sentido, Falcón retoma la senda de textos o registros no poéticos ya registrada en anteriores títulos. Incorpora incluso gráficos donde se esquematizan rasgos de esa futura organización social. No en vano, pudiera ser su libro que mira más a su inicial AUTT (su obra más experimental), tanto por la dislocación lingüística como por la atmósfera descoyuntada de sus páginas.

Concretamente, el autor inserta fragmentos en prosa de materiales de esa época futura. El libro se presenta como un texto del futuro, de fragmentos de crónicas de un desastre. El primer poema, de hecho, se referencia como extraído de un libro de 2035. Se trata de materiales que nos ilustran un contexto de represión y control social en la mejor línea de la ciencia ficción de futuro negativo. Ese contexto permite retorcer aún más la distorsión sobre la lengua, las raíces expresionistas y la dicción alucinatoria de estos versos, al tiempo que se mantiene la densidad de la gravedad de unas palabras que nos hablan del sometimiento inmediato. Y también de las (nulas) posibilidades de rebelión.

Continuas alusiones tanto a acontecimientos recientes como a hechos históricos y culturales de todas las civilizaciones se acumulan en estas páginas. Conforman, entonces, una perspectiva totalizadora, que ahonda en el tono épico de la obra y que se extiende a toda la naturaleza. Al respecto, la dedicatoria del volumen indica: “para todas las plantas, los insectos, las niñas y los pájaro”.

Al mismo tiempo, apunta y referencia acontecimientos de ese futuro próximo a través de imágenes y resonancias aterradoras y sugerentes. De esta manera, va hilando una sólida y asfixiante atmósfera que se superpone a los hechos. Pero el autor no aterriza los sucesos y los personajes, sino que les dota de un ambiente de fábula o de irrealidad que, en el fondo, permite que cualquier lector pueda sentirse incluido en esos registros. No es una identificación, sino una inclusión del lector como víctima. Las notas a los versos (que, como explicó hace tiempo, sirven para contextualizar en un momento de desinformación) aportan la singularidad esta vez de servir para anclar dichas alusiones, para remarcar los vínculos del presente en ese relato o mundo que pudiera tomarse como fábula, no como proyección (ciencia ficción, vaya; y no relato alegórico).

A su vez, se evidencia menos conciencia de poema como pieza autónoma y más de libro; de conjunto de materiales que se apoyan porque tienen una orientación acumulativa. En ese sentido, Falcón, hace unos años, señaló que estaba muy interesado en los mecanismos narrativos y que Porción del enemigo, su anterior poemario, los contenía. Sin embargo, es en este libro, y no en aquel, donde realmente tiene un papel relevante.

Con todo, la sección donde se aborda la esperanza, donde mantiene una dicción menos violenta y violentada, se construye desde la constatación de una revuelta y de una aspiración colectiva de armonía de los seres humanos entre sí y con su entorno. Además, los saltos entre tecnología y naturaleza de estas piezas resultan imprescindibles como senda de esperanza dentro de este horizonte de colapso ecosocial en el que estamos. Sobre todo, por la reivindicación que lleva a cabo en oposición a la ciudad y las cárceles que ha pintado anteriormente. La naturaleza, así, sobresale como espacio de convivencia en libertad, de integridad.

Por otra parte, Falcón ha destacado siempre por el dominio excepcional que lleva a cabo del ritmo y de la tensión del poema. En estas páginas, vuelven a destacar su habilidad en el poema-río y la continua experimentación formal para incidir en las posibilidades comunicativas y afectivas del mensaje. Esa experimentación le permite también marcar distintos planos y secuencias dentro de una misma pieza.

Un lugar destacado en ese planteamiento es la orientación de salmo que se formando según se suceden las páginas. El tono de salmodia de Sílithus redimensiona el texto y funciona a la perfección, aun a riesgo de asomarse a las inflexiones que tan brillantemente manejó en La marcha… En esta ocasión, ante la yuxtaposición o disgregación de materiales, unifica, da potencia y ritmo y no permite que se le vaya la mirada al lector. Así, posibilita que cuando estaba ya hacia el arcén, recobra brío, se centra en la carretera y sigue avanzado.

Con toda esa suma de elementos, Enrique Falcón consigue con Sílithus un libro rotundo, que merece relecturas atentas, en el cual avanza en su poderosa propuesta poética desde la conciencia de necesitar decir y movilizar desde la tensión ante los retos del presente, no de una espectacularidad circense endogámica.

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