22 de julio

Por Gerardo Gonzalo.

El 22 de julio de 2011, Anders Breivik ejecutó un doble atentado terrorista en Noruega. Primero hizo estallar una furgoneta bomba en el distrito gubernamental de Oslo. Posteriormente fue a una pequeña isla, Utoya, donde se estaba celebrando un campamento juvenil del Partido Laborista noruego y disparó indiscriminadamente sobre los jóvenes que allí estaban. En total, ese día murieron 77 personas.

La plataforma Filmin, acaba de estrenar una miniserie de 6 episodios que no tanto recrea los atentados, sino que pone el foco en los aledaños de los mismos. Policías, periodistas, profesores y sanitarios, son las partes fundamentales de un sistema que parece resquebrajarse y que se nos retratan en clave de viaje personal de los representantes de cada uno de ellos.

La ficción se ha ocupado varias veces de este tema, Paul Greengrass y Erik Poppe lo hicieron en 2018 con 22 de julio y Utoya, 22 de julio respectivamente. También ese mismo año se estrenó Reconstruyendo Utoya de Carl Javer, en clave más experimental. La serie que nos ocupa, es el primer acercamiento de la ficción televisiva. Una producción principalmente noruega.

Nos encontramos ante una obra que lejos de acudir al tópico o afrontar los atentados de forma directa, se dirige a sus consecuencias, a personas involucradas en lo sucedido, la mayoría no afectadas directamente, pero a los que les ha rozado una tragedia que les hace replantearse todo, en una especie de terapia no solo personal, sino social. Una historia que se inicia con un primer capítulo llamado “En el mejor país del mundo” y que termina poniendo en entredicho buena parte de ese sistema que parecía perfecto.

La serie tiene el acierto de que, partiendo de unos hechos reales, nos muestra las experiencias vitales de unas personas, que aunque quizás no tuvieran un papel principal como víctimas del mismo, sí que representan la realidad de lo ocurrido a través de sus miradas. Un planteamiento que entroncaría con esa obra maestra danesa llamada Cuando el polvo se asienta (2020), que a pesar de no basarse en ningún caso real, quizás sea la ficción que con mayor profundidad nos ha mostrado al ser humano en el antes y el después de un atentado terrorista.

Pero frente a estos dos relatos íntimos, 22 de julio pone en conexión la experiencia personal con otras cuestiones relacionadas. Los fallos del sistema, la denuncia de la actuación policial, la situación de la sanidad, las posibles visiones periodísticas a la hora de informar de los hechos, el debate sobre la idoneidad mental del terrorista, que ideas o quienes han podido inducir a la comisión de estos actos, la educación, la inmigración y la familia.

Se acaba conformando una especie de caleidoscopio de la sociedad noruega, que pivota sobre el vértice de un atentado que parece sacudir la conciencia, hasta ahora inmaculada, de un país que atónito, ve como uno de los suyos ha cometido un acto tan aberrante.

A partir de esto, se despliega una trama que se desarrolla con brillantez, sobre todo en los previos al atentado y durante del mismo. Todo se nos muestra desde fuera, en ningún momento se nos somete a la visión de la acción directa del mismo. Vemos los alrededores del impacto, a través de la incertidumbre y el caos que provoca.

La historia alcanza sus mayores cotas de intensidad en el día a día hospitalario, centrado en la figura de una médica de urgencias. También en la búsqueda y la lucha de unos periodistas que anteponen la verdad al duelo y en el retrato de un policía en concreto, que asiste desde la impotencia, a los fallos de un sistema que afectan primero a un caso particular de maltrato que está llevando y acaban en la reacción deficiente ante el atentado por parte de sus compañeros.

También resulta muy interesante el retrato de un bloguero, posible inspirador de la matanza, que pone el foco en el retraimiento de determinadas mentalidades carentes de empatía, que no alcanzan a ver las posibles consecuencias de jugar con fuego desde la impunidad del anonimato.

Frente a lo anterior, de gran potencial pero mal resuelta, la historia de una profesora y madre, involucrada en la tragedia en sus dos ámbitos vitales. Tampoco termina de quedar bien rematada la trama de los dos inmigrantes, que aparece un tanto impostada y mal ensamblada respecto al discurso general de la serie.

Sin duda esta ficción es interesante, rotunda y a veces emocionante, pero también con algunas lagunas que se acentúan en su parte final. Quizás pueda haber cierto exceso de frialdad en algunas reacciones y una serie de estas características debería estremecer al espectador más de lo que lo hace. Pero al mismo tiempo es evidente que nos muestra un relato que aunque poco obvio, es certero y original en la forma de mostrarnos los efectos de una tragedia, sin invocar casi a sus víctimas principales, ni acudir a la estridencia. Nos enseña la socialización del dolor y las diferentes reacciones frente al mismo, sin buscar el impacto fácil y basándose casi en exclusiva en la robustez de su discurso.

Una serie quizás no perfecta, pero interesante y necesaria por su capacidad de dar un enfoque diferente y abrir debates sobre lo que somos, dónde estamos y hacia dónde queremos dirigirnos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *