“Elegías del Rio Brazos”, de José María Antolín

Foto: Gabriel Villamil

Por Miguel Ángel Real.

El autor cubano José Kozer presenta en el “prólogo” de Elegías del Rio Brazos (Fundación Jorge Guillén, 2018) al vallisoletano José María Antolín como “poeta de la dificultad y a la vez conversacional y transparente”. Una definición que nos prepara para la lectura del poemario de este pintor y escritor que construye una obra que desde los primeros versos se nos presenta como una lucha contra la uniformidad. Nada en los poemas quiere hallar un descanso en pensamientos, palabras o evocaciones estereotipadas, que debemos desaprender en una tarea que no pretende ser una mera producción ajena al lector. Precisamente, los primeros cinco versos de “Última cena”, el poema inicial, dicen lo siguiente: “Y todos somos elegidos / En nuestra esclavitud emocional – / Y los nidos construidos del mundo / Son pensados como sólo uno. / Protocolos: adversarios de la danza”.

El anticonformismo de José María Antolín se erige como elemento fundamental en la sólida estructura de un libro que, en palabras del autor, hace frente al “reto” “máximo de pensar líricamente y no sólo pensar en el poema”. Se nos propone así la construcción de un nuevo mundo expresivo “todavía sin progenie”, pero con el que hemos de hallar una nueva relación. Esta profesión de fe es “Ofrecida al fuego transformador de la obra de arte, fuego blanco o turbio”, con lo que el hermetismo aparente se convierte en una nueva propuesta, frente a un mundo que no es hostil sino que nos acoge y nos invita: “Las cosas no piensan –  pero son anfitrionas”, aunque siempre subsista la humildad del poeta, que afirma: “Ojos ciegos como moneda de cambio hacia los trigales; eso tengo”.

El lector comprueba que él debe ser parte activa del cambio y que lo que nos rodea es algo pasivo cuyas múltiples sugerencias debemos moldear. Y es que el ser humano es el centro de un poemario que no nos deja atrás; al contrario, cada verso “tiene peso específico”, como sugiere Kozer, y es una amplia invitación a la reflexión. La lectura atenta camina hacia un lirismo que lo engloba todo y cuya forma recuerda en ocasiones a las apuestas de ruptura sintáctica, semántica o morfológica de César Vallejo: “Todos oímos / Herraduras troceando el misterio / Y / Pre-aurora”. En el estilo profuso e imaginativo de José María Antolín hallamos muy a menudo neologismos formados por la asociación de dos palabras, como “Soy audio-esclavo durante la noche, Su respiración irregular-mágicamente entre grises de horror” o “Multi-atrevido”. Esta búsqueda, que intenta afirmar un mensaje “en la negligencia de una lengua foránea” no deja de hacernos pensar en auténticas joyas de la literatura contemporánea, como la prosa de Luis Martín Santos en Tiempo de silencio y sus creaciones como “las protecciones afectivo-viscerales”, o nuevos adjetivos como “oscura-luminosa” o “fibrosa-táctil”.

Más allá de cualquier intención vanguardista estéril, las Elegías de Rio Brazos plantean la capacidad esencial que tiene el lenguaje de responder -o no- al mundo; el postulado del poeta es que “siempre vence la fantasía productora de ángeles que ascienden y descienden a nuestros moldes, aunque el agua de nuestros nombres no los toca”. Sin embargo, la transparencia a la que aludía Kozer se traduce en una empatía entre lector y escritor, que comparten las dudas profundamente humanas en esa manera de querer cambiarlo todo. Podemos observarlo con claridad en los versos siguientes: “Las palabras de cera son / Inútiles tenedores, / Cucharas y cucharadas frías / En casas maternas –  / El rechazo del maestro / Será trágico”. Pero Antolín no se complace en el malestar de sus preguntas, sino que realmente propone a través de su escritura un nuevo simbolismo, una nueva mitología y una apuesta estética firme: “Disponemos de imágenes – pero queremos otra”. Comprendemos de este modo el sentido de esas elegías, que lloran por el mundo antiguo y el dolor pasado y ante las que las fórmulas consabidas no pueden proponer consuelo alguno.

A la hora de entender la poesía de José María Antolín resulta evidente también la influencia de su faceta pictórica. Pongamos por caso, para retomar nuestra idea de innovación formal, el uso muy frecuente del guion, que se traduce en versos que se asemejan a los arrepentimientos velazqueños, dándoles de manera sorprendente un nuevo giro e incluso una doble lectura: “Qué extraño / Espejismo ansiar – ser investido como poderoso”. Esta lectura, siguiendo el símil visual, se asemeja a un caleidoscopio, proponiendo incluso un ángulo cubista, porque la realidad parece ser observada a la vez desde diferentes perspectivas, como en el mismo título del poema “Mi abuela Juana y lucha de tiempo”, que, por otra parte -nuevo hallazgo-, comienza con la estrofa “Cero”.

Concluiremos, volviendo a citar a Kozer, que habla de la escritura de José María Antolín como “una incertidumbre penetrada de fe y seguridad”. Elegías del Rio Brazos pretende pues abrir caminos ante la soledad personal y la incomprensión del entorno, nombrándolo de nuevo y tomando un nuevo rumbo frente a todo aquello que se nos enseñó como esencial y verdadero. Si hay una plegaria en el libro, podría resumirse con estos versos: “Que la higiene del cosmos nos ayude, nos perdone tan poco –  / Y de entre sus manifestaciones tan escasas frases nos ayuden”.

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